La Palabra del Sacerdote Si la Iglesia dejara de ser “universal”, ¿podría seguir llamándose “católica”?

PREGUNTA

Durante la Conferencia de Prensa de presentación del documento final del Sínodo sobre la sinodalidad, el pasado 26 de octubre, el sacerdote jesuita Giacomo Costa, uno de los secretarios especiales de la asamblea sinodal, respondiendo a un periodista señaló que una gran “novedad de este documento” es que “ya no se habla de Iglesia universal” y no se concibe a la Iglesia “como una corporación multinacional con varias sucursales”. La Iglesia es vista como “una comunión de iglesias que, juntas, caminan”, dando un testimonio de que “en la diversidad es posible estar unidos en la fe y ser un único cuerpo en Cristo”. Pregunto, si la Iglesia dejara de ser “universal”, ¿podría seguir llamándose “católica”?

RESPUESTA

Padre David Francisquini

La pregunta del consultante es completamente apropiada. En efecto, el adjetivo “católico”, traducción del griego katholikós (a su vez, derivado de kathá —a través, completamente— y holos —entero, todo), significa precisamente “general”, “universal”. Por consiguiente, al menos semánticamente, la nueva iglesia no universal del P. Costa ya no sería la Iglesia Católica.

Y tampoco sería “católica” desde el punto de vista teológico, porque lo que se desprende de sus palabras es que las distintas iglesias particulares podrían tener respuestas diferentes respecto a muchas cuestiones, por ejemplo, sobre el diaconado de las mujeres. La primacía de la Iglesia de Roma —la Sede de Pedro— quedaría así reducida a un primado de honor, ya que las demás iglesias no serían meras filiales de ella y, por tanto, pueden dar soluciones doctrinalmente diferenciadas en cuestiones sobre las que existen diversas opiniones. La autonomía de las iglesias locales en cuestiones doctrinales era, al menos, lo que teólogos progresistas como Hans Küng, Leonardo Boff y un largo etcétera, reclamaban inmediatamente después del Concilio.

“Creo en la Iglesia, que es una, santa, católica y apostólica”

Pero para medir la gravedad de esta cuestión, debemos comprender todo el alcance de la “catolicidad” de la Iglesia fundada por Nuestro Señor Jesucristo.

Como sabemos, la catolicidad es una de las cuatro notas de la Iglesia, según rezamos en el Credo: unam, sanctam, catholicam et apostolicam Ecclesiam. Las cuatro “notas” son propiedades intrínsecas de la Iglesia, que le fueron conferidas por Nuestro Señor y que constituyen su esencia. Su característica es que, además de ser propiedades internas (sin las cuales dejaría de ser la Iglesia), son visibles, volviéndola reconocible por quienes están llamados a pertenecer a ella.

Si la unidad es la nota más esencial y la santidad la más preciosa de las propiedades de la Iglesia, la catolicidad es la que más la distingue de las falsas iglesias heréticas y/o cismáticas. Ella designa una extensión temporal, que abarca la universalidad de los tiempos, pero sobre todo una extensión territorial, porque a diferencia del pueblo elegido del Antiguo Testamento, la Iglesia está llamada a extenderse al mundo entero, según el mandato postrero de Jesús a los apóstoles: “Id al mundo entero y proclamad el Evangelio a toda la creación” (Mc 16, 15).

Esta extensión territorial no tiene por qué ser de hecho (no existía en las primeras comunidades cristianas, que eran una gota de agua en el océano), pero siempre ha existido de derecho, es decir, de iure, ya que la Iglesia tenía la vocación y el derecho de extenderse al mundo entero (y esperamos que lo haga en el Reino de María).

Tampoco es necesario que sea una universalidad física, basta con que sea moral, es decir, que esté tan extendida en el mundo que se haga visible y que su fuerza, su grandeza y su capacidad de expansión sean perceptibles para una gran parte de la humanidad.

Martirio de san Ignacio de Antioquía

Enseñanza integral, sin omisión de los dogmas católicos

San Ignacio de Antioquía fue el primero en dar a la Iglesia el título de “católica”, al afirmar que “donde está Jesucristo, allí está la Iglesia Católica”. Otros Padres de la Iglesia le dieron este nombre, pero el que lo hizo de forma más notable y excluyente fue san Cirilo de Jerusalén: “Si alguna vez viajas por ciudades diversas, no preguntes simplemente dónde está la Casa del Señor, pues también las restantes sectas y herejías de los impíos se esfuerzan en hacer presentables sus madrigueras con el nombre de casas del Señor, ni simplemente dónde está la iglesia, sino dónde hay una iglesia católica, pues este es el nombre propio de esta santa Iglesia, madre de todos nosotros. Ella es ciertamente la esposa de nuestro Señor Jesucristo” (Catequesis, c. 18, nº 26).

El mismo san Cirilo explica el sentido de esta expresión a los catecúmenos: “Se le llama ‘católica’ porque está difundida por todo el orbe desde unos confines a otros de la tierra y puesto que enseña de modo completo, y sin que falte nada, todos los dogmas que los hombres deben conocer sobre las cosas visibles e invisibles, celestiales y terrenas. Y también porque ha sometido al culto recto a toda clase de hombres, príncipes y hombres comunes, doctos e inexpertos. Y finalmente porque sana y cura toda clase de pecados que se cometen con el alma y el cuerpo. Ella (la Iglesia) posee todo género de virtud, cualquiera que sea su nombre, en hechos y en palabras y en dones espirituales de cualquier especie” (ibid., nº 23).

Nuevo concepto que pone en jaque la unidad de la Iglesia

Coro de la catedral de Colonia

Después de san Agustín —quien, en su controversia con los donatistas, que tan solo existían en un reducto geográfico, insistió en el carácter territorial del concepto de universalidad de la Iglesia—, la “catolicidad” se considera ordinariamente en el sentido de difusión exterior. Pero lo mejor es unir la explicación de san Agustín a la de san Cirilo e insistir respecto a la catolicidad cualitativa (comunión de fe, de culto, etc.) con primacía sobre la catolicidad cuantitativa, es decir, la universalidad territorial. Porque es en esto donde la “catolicidad” y la “unidad” de la Iglesia aparecen como dos aspectos de una misma realidad.

Esta última consideración es muy importante, porque con el pretexto de la “sinodalidad” —es decir, de “caminar juntos” para escuchar a todos, especialmente a los “marginados”— se está promoviendo un concepto de “universalidad” que pone en jaque la unidad de la Iglesia. La catolicidad de la Iglesia consistiría en que Ella sea inclusiva, es decir, capaz de una apertura sin límites, dispuesta a acoger y asimilar benignamente todas las opiniones, siempre que sean defendidas con sinceridad, por contradictorias que sean entre sí y con su enseñanza tradicional. Esto es lo que se esconde entre líneas en la frase del P. Costa, según el cual “en la diversidad es posible estar unidos en la fe”.

Así, por ejemplo, en materia de reconocimiento de las uniones homosexuales, podría haber una práctica pastoral diferenciada entre las iglesias de África —supuestamente influidas por los condicionamientos de la cultura local— y las iglesias de Alemania y de Bélgica, liberadas de los prejuicios “rigoristas” del pasado y abiertas a bendecir e integrar a las pseudoparejas del mismo sexo en las comunidades parroquiales.

Este nuevo concepto de “catolicidad” es absolutamente ajeno a los escritos de los Padres y a las enseñanzas de los catecismos y del magisterio. No se puede tomar un término que se ha utilizado durante siglos y darle un significado completamente nuevo, lo cual es extremadamente engañoso.

Sin embargo, ya en los años setenta, Leonardo Boff lo reivindicaba en su libro Iglesia: carisma y poder, afirmando que “el catolicismo, tal como se ha mostrado históricamente hasta hoy, supone coraje para la encarnación, para la asunción de elementos heterogéneos y su refundición dentro de los criterios de su ethos católico específico. La catolicidad como sinónimo de universalidad solo es posible y realizable a condición de no huir del sincretismo, sino, por el contrario, hacer de él el proceso de elaboración de la misma catolicidad”.

P. Giacomo Costa SJ, secretario especial de la XVI Asamblea General Ordinaria del Sínodo de los Obispos

Según el exfraile franciscano, la “ley de encarnación” hace surgir lo que él llama “sincretismo de refundición” como algo positivo e “como proceso normal de la constitución del catolicismo”. Una religión como el cristianismo, afirma él, “conserva y enriquece su universalidad en la medida en que es capaz de hablar todas las lenguas y de encarnarse, refundiéndose, en todas las culturas humanas”.

Por eso, según el teólogo de la liberación, “la Iglesia universal (católica) se concreta en Iglesias particulares, que lo son porque dentro de los condicionamientos culturales, lingüísticos, psicológicos o de clase de una determinada región, viven y testimonian la misma identidad de fe”.

De esta forma, “la catolicidad constituye una característica de cada Iglesia particular, en cuanto que esta, precisamente en sus particularidades y no a pesar de ellas, se abre a lo universal que está también presente en otras Iglesias particulares”. Un ejemplo contemporáneo sería el mencionado anteriormente, es decir, la aceptación mutua de las iglesias de África y Europa Central para ofrecer una respuesta diferenciada al desafío de la homosexualidad. Esto porque “es propio de la catolicidad de la Iglesia el poder encarnarse, sin perder su identidad, en las más diversas culturas. … No sería católica la Iglesia que no fuese africana, china, europea, latinoamericana”.

La Iglesia Católica no es la suma de las iglesias particulares

La aplicación práctica de estos principios sincretistas tuvo lugar en México, en la diócesis de San Cristóbal de Las Casas, donde una sucesión de obispos ultraprogresistas
—los ordinarios Samuel Ruiz y Felipe Arizmendi y los auxiliares Raúl Vera y Enrique Díaz— intentaron crear una “Iglesia autóctona”, basada en la proliferación de diáconos indígenas casados.

En el Directorio Diocesano para el Diaconado Indígena Permanente, en el capítulo sobre la Universalidad de la Iglesia Autóctona, se decía que “Cristo es cabeza de la Iglesia Universal y modelo para toda la humanidad”, no porque sea el Verbo humanado de Dios, sino “precisamente porque se encarnó en un pueblo particular”, por tanto “la universalidad de la Iglesia se visualiza en la variedad de iglesias encarnadas que viven dentro de ella”. Varios dicasterios vaticanos intervinieron para frenar la aplicación de estas directivas, hasta que el Papa Francisco les dio libre curso y fue a orar ante la tumba de Mons. Samuel Ruiz durante su visita a México.

Sin embargo, en 1985, la Congregación para la Doctrina de la Fe, dirigida entonces por el cardenal Joseph Ratzinger, había publicado una Notificación sobre el volumen “Iglesia: carisma y poder. Ensayo de eclesiología militante” de fray Leonardo Boff, OFM. Como “premisa doctrinal”, la notificación recuerda los siguientes principios teológicos que ayudan a responder a nuestro consultante:

Mons. Samuel Ruiz García (1924-2011), obispo emérito de la diócesis de San Cristóbal de Las Casas, en México, aplicó principios sincretistas en un intento por crear una “Iglesia autóctona”.

“La Iglesia universal se realiza y vive en las Iglesias particulares y estas son Iglesia, permaneciendo precisamente como expresiones y actualizaciones de la Iglesia universal en un determinado tiempo y lugar. Así, con el crecimiento y progreso de las Iglesias particulares crece y progresa la Iglesia universal; mientras que con la atenuación de la unidad disminuiría y haría decaer también la Iglesia particular. Por esto la verdadera reflexión teológica nunca debe contentarse solo con interpretar y animar la realidad de una Iglesia particular, sino que debe más bien tratar de penetrar los contenidos del sagrado depósito de la Palabra de Dios, confiado a la Iglesia y auténticamente interpretado por el Magisterio”.

Siete años más tarde, la misma Congregación publicó una Carta a los obispos de la Iglesia Católica sobre algunos aspectos de la Iglesia considerada como comunión, en la cual reiteró que “la Iglesia universal no puede ser concebida como la suma de las Iglesias particulares ni como una federación de Iglesias particulares. No es el resultado de la comunión de las Iglesias, sino que, en su esencial misterio, es una realidad ontológica y temporalmente previa a cada concreta Iglesia particular”. La Iglesia —“una y única”— “da a luz a las Iglesias particulares como hijas, se expresa en ellas, es madre y no producto de las Iglesias particulares. … De ella, originada y manifestada universal, tomaron origen las diversas Iglesias locales, como realizaciones particulares de esa una y única Iglesia de Jesucristo. Naciendo en y a partir de la Iglesia universal, en ella y de ella tienen su propia eclesialidad”.

*   *   *

Mi respuesta final a la afirmación del P. Giacomo Costa —de que la novedad del Sínodo sobre la sinodalidad es que en su documento final “ya no se habla de Iglesia universal” y no se concibe la Iglesia “como una corporación multinacional con varias sucursales”— sería la de recordar las palabras de san Pablo condenando los sectarismos, sean ellos individuales o colectivos, es decir, “autóctonos”: “Pues si uno dice ‘yo soy de Pablo’ y otro, ‘yo de Apolo’, ¿no os comportáis al modo humano?” (1 Cor 3, 4).

San Simplicio Paz de alma en el Calvario
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Tesoros de la Fe N°279 marzo 2025


Descendiente de la Casa Real de David
Anima Christi, sanctifica nos Palabras del Director Nº 279 – Marzo de 2025 San José, Patrono de la Iglesia Milagro del testigo resucitado Breve historia del blue jean El Anuncio a san José Un solo corazón y una sola alma San Simplicio Si la Iglesia dejara de ser “universal”, ¿podría seguir llamándose “católica”? Paz de alma en el Calvario



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