La Palabra del Sacerdote La doctrina católica sobre el deporte femenino

PREGUNTA

Hace algún tiempo atrás fui a visitar a una amiga que estaba enferma y la encontré viendo un partido de fútbol femenino entre la selección de dos países. Nunca había visto a mujeres jugando al fútbol y me impactó la brutalidad del enfrentamiento entre los dos equipos, la falta de feminidad en las actitudes de las jugadoras y las actitudes que se veían obligadas a tomar para ganar el partido. Padre, ¿qué piensa usted de estas chicas que participan en este tipo de deporte?

RESPUESTA

Padre David Francisquini

Desgraciadamente, se está poniendo de moda que las mujeres compitan en eventos deportivos que antes estaban reservados solo para hombres, precisamente porque requieren la fuerza y la resistencia físicas propias de la complexión masculina y, más aún, una actitud viril de desafío y dominio del adversario o contrincante que no se aviene con la psicología femenina, orientada hacia el cariño, la comprensión, la concordia y la compasión.

Peor aún. Cada vez es más frecuente ver competencias en las que los equipos son “unisex”, es decir, con jugadores de ambos sexos. El resultado es que, como los chicos por un resto de caballerosidad suelen moderar el uso de la fuerza para no agredir a las chicas, se afeminan; y las chicas, a su vez, al tener que desarrollar más agresividad hacia los chicos, se masculinizan.

De este creciente desorden entre los sexos —agravado además por la confusión en la apariencia, hasta el punto de que las chicas casi no usan faldas y se cortan el pelo corto, mientras que los chicos se lo dejan crecer hasta los hombros— resulta el asombroso aumento de adolescentes y jóvenes que sienten atracción sexual por personas del mismo sexo o, peor aún, de quienes no se sienten bien en su propio cuerpo y quieren cambiar de sexo mediante tratamientos hormonales o incluso amputaciones.

Lo más grave es el vertiginoso aumento de países que reconocen un supuesto “derecho” al cambio de sexo en las partidas de nacimiento —algunos de ellos prescindiendo de un tratamiento o documentación médica, basándose únicamente en la subjetividad personal—, y asumiendo todas las consecuencias prácticas, como la que esos hombres llamados “mujeres trans” usen ropa y baños femeninos y compitan con mujeres en deportes en los que obviamente tienen una ventaja física sobre ellas.

Menciono todo esto porque, al analizar una realidad, no hay que fijarse apenas en la situación del momento, sino prever lo que resultará de ella para el futuro. Basta pensar en las aberraciones que ya están resultando de esta “confusión de los sexos” —comparable a la “confusión de las lenguas” con que Dios castigó el orgullo de los constructores de la Torre de Babel— para comprender la maldad de la participación de niñas y jóvenes en deportes inapropiados para ellas, no apenas por su inherente brutalidad, sino por las posturas vulgares y a veces indecentes que dichos ejercicios acarrean.

La ausencia de la madre perjudica la educación de los hijos

En el origen de todos estos absurdos se encuentra el feminismo y el movimiento de “emancipación de la mujer”, que se extendió a partir del área cultural anglosajona y recobró fuerza en otros lugares después de la Primera Guerra Mundial. Con el pretexto de la igualdad entre hombres y mujeres, este fenómeno social revolucionario empezó por apartar a la mujer del hogar y del cuidado prioritario de los hijos, para hacerla competir con el hombre en la vida pública y en el trabajo, incluso en actividades no acordes con la psicología femenina, debido a la brutalidad de las tareas o situaciones a las que debía enfrentarse.

Dos mujeres jóvenes disputando un partido de fútbol en los Estados Unidos

En las sociedades tradicionales, mientras los hombres animaban la vida económica y política, las mujeres animaban la vida familiar y social. Eran las “amas de casa“, es decir, las auténticas “reinas del hogar”; creaban la atmósfera doméstica, organizaban las celebraciones familiares y daban lustre a la vida social y cultural de la ciudad. El alejamiento de las mujeres del hogar y su masculinización psicológica debido a la competencia con los hombres en la esfera pública y en el ámbito laboral provocaron un empobrecimiento de la vida familiar y social.

La consecuencia más grave de esto ha sido el impacto en la educación de los hijos, que necesitan la cercanía de la madre durante la infancia y la adolescencia. Si una madre trabaja fuera y llega a casa cansada después de una dura jornada laboral, por muy animada que esté con los mejores sentimientos hacia sus hijos, no puede dedicarles todo el tiempo requerido para una buena educación, ni cubrirles con el mismo tipo de afecto delicado que dispensaban las madres otrora. De ahí derivan muchas de las crisis que hoy afligen a los adolescentes y jóvenes, que acaban buscando una falsa compensación en los excesos de las discotecas o de las drogas.

De ese modo, el feminismo contribuyó a la evolución gradual hacia una sociedad “unisex”, en la que los roles masculino y femenino pasaron a considerarse meros estereotipos culturales impuestos por las estructuras patriarcales y destinados a prolongar una opresión cuyas víctimas serían las mujeres.

El nazi-fascismo promovió el deporte femenino

En el ámbito del deporte, además del feminismo, quienes más contribuyeron a generalizar su práctica entre las jóvenes, incluyendo competiciones públicas, fueron el fascismo y el nazismo con su culto pagano al cuerpo y a la naturaleza, y su propuesta de una imagen fuerte y moderna de la “mujer deportista”, una de las muchas expresiones de la “nueva mujer” del fascismo y el hitlerismo. “Il Littorale”, el periódico de propaganda deportiva del dictador italiano, escribió que el ideal del régimen era “permitir a las jóvenes practicar deportes, para que las futuras madres tengan una descendencia sana al servicio de la Italia mussoliniana”.

El Tercer Reich alemán fue aún más radical. La propaganda hitlerista difundía imágenes de gimnastas masculinos con el torso desnudo y de gimnastas femeninas con shorts y camisetas ajustadas que acentuaban su figura, abría piscinas comunes para ambos sexos o, peor aún, fomentaba la perversa “cultura del desnudo” de Adolf Koch, así como la emancipación de las jóvenes de las Juventudes Hitlerianas, incluida la anarquía sexual —siempre que las relaciones sexuales se practicaran entre arios puros— para ofrecer hijos al Führer.

En el período de entreguerras, debido a la convergencia del movimiento feminista de origen anglosajón y del movimiento nazi-fascista, se fueron imponiendo en todo el mundo modas cada vez más inmorales, haciendo realidad la queja, formulada pocos años antes por santa Jacinta de Fátima: “Vendrán unas modas que han de ofender mucho a Nuestro Señor”. De ahí su advertencia: “Las personas que sirven a Dios no deben ir con la moda. La Iglesia no tiene modas. Nuestro Señor siempre es el mismo”.

Lucha constante contra la permisividad de las costumbres

Además del cine y de las revistas de moda femenina, los deportes contribuyeron eficazmente para que las jóvenes perdieran poco a poco el pudor a mostrar las líneas de su cuerpo, cuando no su propio cuerpo, vistiendo prendas que facilitaban la libertad de movimientos que requieren los ejercicios.

Al principio esto se hacia en privado, ya fuera en las escuelas, que aún estaban separadas por sexos, o en la intimidad familiar, en juegos como el tenis. Pero poco a poco las competencias se volvieron cada vez más públicas, llegando hoy al colmo del exhibicionismo, primero con la difusión de fotografías en la sección de deportes de los periódicos y más tarde en las transmisiones televisivas, con escenas en ángulo cerrado que ponen aún más en relieve las partes del cuerpo que deberían estar cubiertas.

Es necesario comprender la maldad de la participación de niñas y jóvenes en deportes inapropiados para ellas, no apenas por su inherente brutalidad, sino por las posturas vulgares y a veces indecentes que dichos ejercicios acarrean.

Ahora bien, en el Compendio del Catecismo de la Iglesia Católica, publicado durante el pontificado de Juan Pablo II, a propósito del 9º Mandamiento de la Ley de Dios, está escrito: “La pureza exige el pudor, que, preservando la intimidad de la persona, expresa la delicadeza de la castidad y regula las miradas y gestos, en conformidad con la dignidad de las personas y con la relación que existe entre ellas. El pudor libera del difundido erotismo y mantiene alejado de cuanto favorece la curiosidad morbosa. Requiere también una purificación del ambiente social, mediante la lucha constante contra la permisividad de las costumbres, basada en un erróneo concepto de la libertad humana” (nº 530).

Ante el peligroso avance de la impudicia en las competencias deportivas femeninas, la Iglesia y el Vaticano no tardaron otrora en reaccionar. Con ocasión de una exhibición pública de gimnasia femenina en Neuburg, en julio de 1927, el Nuncio Apostólico y los obispos alemanes denunciaron que los ejercicios realizados por las jóvenes entraban en conflicto con la moral católica y con el pudor femenino, así como con su constitución física.

Decadencia moral propia de los juegos y competencias públicas

En mayo de 1928, el régimen fascista organizó en Roma el Primer Concurso Nacional de Gimnasia Atlética Femenina “Jóvenes italianas”. En una carta al Vicario de su diócesis, el Papa Pío XI denunció el evento: “El obispo de Roma no puede dejar de deplorar el hecho de que aquí, en la ciudad santa del catolicismo, después de veinte siglos de cristianismo, la sensibilidad y la atención a las delicadas consideraciones debidas a las jóvenes se hayan revelado más débiles que en la Roma pagana, la cual, aunque rebajada a tal decadencia moral, al adoptar de la Grecia conquistada los juegos públicos y las competiciones gimnásticas y atléticas, por razones de orden físico y moral de puro sentido común, excluía de ellos a las jóvenes, como habían sido excluidas también en muchas ciudades de la misma Grecia aún más corrompida”.

Ese mismo año, el cardenal Sbaretti Tazza, prefecto de la Congregación del Concilio, ordenó una gran investigación en las escuelas y asociaciones católicas para cohibir la difusión del uso del bañador en las actividades deportivas y atléticas femeninas, tanto en lugares públicos como privados. El cardenal dio instrucciones a los obispos de Europa y América para que las chicas que hicieran gimnasia sin llevar falda no practicaran nunca sus ejercicios al aire libre, en la calle o en eventos deportivos públicos. Además, debían evitarse los eventos atléticos para las jóvenes o, al menos, debían tomarse serias precauciones para proteger la moral católica y la decencia de la juventud.

Estos dos anuncios publicitarios de los años 40 y 50, del siglo pasado, demuestran el cambio radical que se produjo en el ideal de la mujer.

Las advertencias de las autoridades religiosas tuvieron cierto impacto en las familias católicas, obligando a las asociaciones deportivas a establecer restricciones. Por ejemplo, la Sociedad Gimnástica de Turín, el primer club italiano de gimnasia que abrió sus puertas a las mujeres, no se ganó “el favor de las madres y de la opinión pública” hasta garantizar la “confidencialidad femenina”, llegando a prohibir la entrada a los entrenamientos de mujeres, no apenas a los hombres, sino incluso a los padres de familia.

Denuncia contra las competiciones juveniles hitlerianas

Otra preocupación de la Iglesia era la relativa a los deportes femeninos violentos, que podían atentar contra el desarrollo natural de la feminidad en las jóvenes. En esos mismos años, el entonces Secretario de Estado, el cardenal Eugenio Pacel­li, antiguo nuncio en Berlín, denunció la participación de las mujeres en eventos deportivos públicos como las Reichsjugend Wettkämpfe (Competiciones de la Juventud del Reich), advirtiendo que la masculinización de las mujeres ponía en peligro su futuro papel en el matrimonio y en la familia.

Esta preocupación era compartida incluso por el promotor de los Juegos Olímpicos modernos, el francés Pierre de Coubertin, quien en una carta de febrero de 1930 al Papa Pío XI le pedía que reiterara la posición del Vaticano sobre los espectáculos deportivos femeninos y, en particular, que condenara tanto los deportes violentos para las jóvenes como aquellos por los que se las masculinizaba (“montar a caballo como los hombres”), ayudándole a poner fin a algunas competiciones deportivas juveniles (individuales y colectivas) que, en su opinión, presentaban tendencias inquietantes.

Una “cruzada por la pureza”, las enseñanzas de Pío XII

Desgraciadamente, ya en aquellos años, la falange de los sacerdotes aggiornati era tan numerosa que las advertencias del Vaticano no consiguieron impedir la difusión de las competencias deportivas femeninas en público, popularizadas en Italia por el régimen de Mussolini.

Algunos años más tarde, el Papa Pío XII tuvo que reaccionar contra la creciente ola de desvergüenza promoviendo, a través de la rama femenina de la Acción Católica, una “gran cruzada por la pureza”, cuya guardiana es la modestia, que definió como “un respeto religioso por el cuerpo que se expresa en un conjunto de disposiciones de la persona, de modales, de porte, de palabras sabiamente reguladas y medidas”. El Papa presentó para las jóvenes católicas el ejemplo de la mártir Vibia Perpetua en el anfiteatro de Cartago, donde al caer de espaldas en la arena después de ser lanzada por los aires por una vaca brava, su primer gesto fue enderezarse la túnica, que se le había desgarrado, para cubrirse el costado, más preocupada por la modestia que por el dolor.

Después de esta introducción, el Papa proseguía: “La moda y la modestia deberían ir y caminar juntas como dos hermanas, porque ambas palabras tienen la misma etimología, del latín modus, vale decir la medida recta, más allá y más acá de la cual no se encuentra lo justo (Oraz. Serm. 1, 1, 106-107).

Jóvenes alemanas desfilan vestidas con faldas en la inauguración de los Juegos Olímpicos de Berlín en 1936. En las competencias deportivas, los shorts y las camisetas ajustadas fueron las prendas de rigor.

“¡Pero la modestia ya no está de moda! Semejantes a esos pobres alienados que, habiendo perdido el instinto de conservación y la noción del peligro, se arrojan al fuego o a los ríos, no pocas almas femeninas, olvidando el pudor cristiano por ambiciosa vanidad, se enfrentan miserablemente a peligros donde su pureza puede encontrar la muerte.

“Están sometidas a la tiranía de la moda, incluso la inmodesta, de tal modo que ya ni siquiera parecen sospechar su inconveniencia; han perdido el concepto mismo del peligro, el instinto de la modestia. Ayudar a estas desdichadas a recobrar la conciencia de sus deberes será vuestro apostolado, vuestra cruzada en medio del mundo. Modestia vestra nota sit omnibus hominibus [“Que vuestra modestia la conozca todo el mundo”] (Fil 4, 5)” (Discurso del Papa Pío XII a las jóvenes de la Acción Católica, del 22 de mayo de 1941).

En el tercer aniversario del lanzamiento de esta cruzada por la pureza, el Papa Pacelli volvió a insistir sobre el tema en una nueva audiencia (22 de mayo de 1944), evocando asimismo la cuestión de las competencias deportivas:

“La Iglesia ha de trabajar sobre las almas y a su servicio la Acción Católica, vuestra acción, en estrecha unión y bajo la dirección de la jerarquía eclesiástica, entrando en lucha decidida contra los peligros de los malos hábitos, combatiéndolos en todos los campos que os están abiertos: el de la moda en general, del vestido, del tocado; el campo de la higiene y del deporte; el campo de las relaciones sociales y de las diversiones.

“No es nuestro propósito trazar aquí el triste y bien conocido cuadro de los desórdenes que se presentan a vuestras miradas: trajes tan exiguos o tales que parecen más bien hechos para dar más relieve a lo que en cambio deberían velar; deportes realizados con atavíos, exhibiciones y ‘camaraderías’ que son inconciliables hasta con la modestia más condescendiente; danzas, espectáculos, audiciones, lecturas, ilustraciones, decoraciones, en los que la manía de la diversión y del placer acumulan los más graves peligros.

“Algunas jóvenes dirán acaso que determinadas formas de vestidos son más cómodas y hasta más higiénicas; pero si para la salud de las almas se constituyen un peligro grave y próximo, no son ciertamente higiénicas para vuestro espíritu. Tenéis entonces el deber de renunciar a ellas. La salvación del alma hizo heroicos a los mártires, como a las Ineses y a las Cecilias, en medio de tormentos y laceraciones de sus cuerpos virginales; vosotras, sus hermanas en la fe, en el amor de Cristo, en la estima de la virtud, ¿no encontraréis en el fondo de vuestro corazón el valor y la fuerza de sacrificar un poco de bienestar, una utilidad física si se quiere, para custodiar pura y salva la vida de vuestras almas? Y si por un simple placer propio no hay derecho de poner en peligro la salud física de los demás, ¿no es acaso menos lícito comprometer la salud y más aún, la vida misma de sus almas?

“¡Oh! ¡Cuán justamente ha sido observado que, si algunas cristianas sospecharan las tentaciones y las caídas que ocasionan a otros con atavíos y familiaridades, a las que, en su ligereza dan tan poca importancia, se espantarían de su responsabilidad!”.

Clase de gimnasia sueca en un colegio público en Chile a comienzos del siglo XX. El siguiente texto acompaña la fotografía: “Teniendo en cuenta las doctrinas de todos los tiempos que se resumen en el antiguo aforismo latino mens sana in corpore sano, la educación física ha merecido preferente atención de los encargados de la educación primaria”.

Con lucidez profética, Pío XII previó lo que finalmente ocurrió:

“Mientras ciertos procaces atavíos queden como triste privilegio de mujeres de dudosa reputación, y casi como señal que las distinga como tales, no se atreverán a usarlas. Pero el día en que aparezcan con ellos personas superiores a toda sospecha, ¡ya no se dudará en seguir la corriente, corriente que arrastrará quizás a las peores caídas!”.

A la vista del nudismo imperante, no se podría realmente haber caído más bajo. Y las prendas deportivas usadas por las jóvenes desempeñaron un papel no pequeño en facilitar y precipitar esta caída. Así como el decadente Imperio Romano fue finalmente derrotado por la pureza de las vírgenes cristianas, del mismo modo las jóvenes católicas de nuestros días podrán vencer la corrupción contemporánea si se mantienen firmes en no hacer la menor concesión a la inmodestia y si confían en la ayuda de la Santísima Virgen, según las palabras finales de Pío XII en aquel mismo discurso:

“¡Que la Reina de los Ángeles, vencedora de la serpiente insidiosa, íntegramente pura, íntegramente fuerte en su pureza, sustente y oriente vuestros esfuerzos en esta Cruzada que Ella misma os ha inspirado! ¡Que bendiga vuestro estandarte y que lo corone con los cándidos trofeos de vuestras victorias!” 

San Ireneo de Lyon El Aristócrata y la Granfina
El Aristócrata y la Granfina
San Ireneo de Lyon



Tesoros de la Fe N°258 junio 2023


Las peregrinaciones Símbolo del camino de la Tierra al Cielo
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