La historia que vamos a narrar, aunque se confunde con la leyenda, nos explica cómo el deseo de la conversión de un gran pueblo estuvo en el origen de la más remota devoción de los franceses por la Santísima Virgen. Pablo Luis Fandiño
Más de medio siglo antes del nacimiento de Nuestro Señor Jesucristo, en los bosques considerados sagrados de Longpont, en las proximidades de Lutecia,1 unos leñadores paganos descubrieron en un roble hueco una estatua de madera de una mujer con un niño en brazos, a la que pasaron a rendir culto como la Virginem parituram (Virgen que dará a luz), por una misteriosa inscripción latina que la acompañaba. Los druidas, sacerdotes celtas, no conocían su nombre, pero sí uno de sus principales privilegios. Sabían que existiría una doncella que, permaneciendo virgen, daría a luz un hijo, el esperado de las naciones. De ahí el título de Virgen que dará a luz, con el que la designaban. San Dionisio, el apóstol de las Galias Muchos años pasaron hasta que san Dionisio (siglo III), el primer obispo de París, y sus compañeros cosecharan los frutos de esta siembra. Explicaron a los druidas cómo la vieja profecía de Isaías (7, 14) sobre la Virgen se había hecho finalmente realidad. Aquella a la que los galos de las orillas del río Orge veneraban sin conocerla era, en efecto, la Virgen María, madre del Salvador. Predispuestos de aquel modo, luego de ser instruidos en la doctrina católica, los galos aceptaron con suma facilidad el bautismo. Antes de regresar a París, el apóstol de las Galias les dejó a su discípulo san Yon, quien construyó en Longpont una capilla que se convertiría en la más antigua de la región de la Île-de-France dedicada a la Virgen. Según la tradición, san Dionisio les encomendó una preciosa reliquia: un trozo del velo de la Virgen María, que hasta hoy se conserva en la basílica de Notre Dame de Bonne Garde de Longpont-sur-Orge, a unos 30 km al sur de París. La época de los monjes de Cluny En 1031, Guy I señor de Montlhéry y su esposa Hodierne de Gometz erigieron una nueva iglesia en el emplazamiento del santuario druida cristianizado. Treinta años más tarde, según la obra Gallia christiana: “Ella misma fue a Cluny para obtener del abad un cierto número de monjes; y presentó a la abadía un cáliz de oro de treinta onzas y una preciosa casulla”.2 El priorato cluniacense de Sainte-Marie-de-Longpont fue ricamente dotado por los reyes francos y los señores locales. Desde entonces se convirtió en una escala importante para los peregrinos que se dirigían desde París a Santiago de Compostela por la Via Turonensis (el camino de Tours). La milenaria familia de los Capeto Es muy significativo que la familia de los Capeto, que ocupó un papel central en la historia de Francia, mantuviera siempre una devoción particular a Nuestra Señora de Longpont. El derecho de Roberto el Piadoso, hijo de Hugo Capeto, al trono de los francos fue impugnado por algunos señores feudales. El impasse se resolvió por medio de las armas. Roberto, representado por el conde de Anjou, se impuso en la batalla, no tanto por la fuerza de su brazo sino por una maravillosa arma que llevaba consigo: el cinturón de la Santísima Virgen. Esta preciosísima reliquia había estado en posesión de la Casa Real francesa desde Carlomagno, que la recibió de la emperatriz Irene de Constantinopla. Como sabemos, según una piadosa tradición, el apóstol santo Tomás recibió el ceñidor de la Virgen María en el preciso momento de su gloriosa Asunción. Asimismo, san Luis IX, rey de Francia, de la misma dinastía que los Capeto, fue muy protegido por Nuestra Señora de Longpont. Su madre, Blanca de Castilla, que ejerció la regencia durante su minoría de edad, le llevaba a menudo a este santuario mariano para pedirle a la Virgen la especial protección del joven príncipe.
Ruinas y renacimiento Nada queda de esta primera rama de Cluny en la región parisina: la Revolución Francesa lo destruyó casi todo. Los monjes tuvieron que dispersarse y las reliquias fueron escondidas. Privada de mantenimiento, la iglesia de Longpont se deterioró espantosamente en los años siguientes. Así, el coro y el crucero fueron demolidos en 1819 debido a su mal estado. A partir de 1843, un joven y dinámico sacerdote, el canónigo Auguste Arthaud, levantó la iglesia de sus ruinas. El ábside y el transepto fueron completamente reconstruidos entre 1875 y 1878. Consiguiendo que la iglesia de Longpont se convirtiera de nuevo en el mayor lugar de peregrinación mariana de la región Île-de-France. En 1913, el Papa san Pío X, elevó la iglesia de Longpont al rango de basílica menor. Más recientemente, en 1969, Notre-Dame-de-Bonne-Garde fue proclamada patrona de la nueva diócesis de Corbeil-Essonnes por Mons. Albert Malbois, su primer obispo. La venerada imagen Aunque se desconoce tanto su antigüedad como el nombre del escultor, la imagen de la Santísima Virgen que se venera en la basílica de Longpont, ha tomado el relevo a la misteriosa estatuilla descubierta hace dos mil años atrás en el agujero de un árbol. Fragmentos de la primitiva imagen están incrustados en la actual. La hermosa escultura policromada de Nuestra Señora de la Buena Guardia inclina delicadamente su cetro hacia nosotros y nos presenta a su Hijo, el Rey del Universo. Su rostro nada tiene de sentimental, pero expresa muy bien su insondable ternura y benevolencia. Como mudos testimonios de su poderosa y eficaz intercesión, las paredes del ábside de la iglesia están cubiertas de exvotos. Pongamos fin a esta breve recapitulación con una fervorosa súplica a Nuestra Señora de la Buena Guardia: “¡Oh Virgen santa, que aplastaste la cabeza de la serpiente, guarda nuestra fe y la inocencia de nuestros pequeños hijos!”.3
1. La ciudad romana que dio origen a París. 2. Longpont-sous-Montlhéry (Abbey), Le Cartulaire du Prieuré de Notre-Dame de Longpont, Perrin et Marinet, Lyon, 1879, p. 21. 3. www.basilique-de-longpont.fr.
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Oh Virgen de la Guardia Guarda nuestra fe y la inocencia de los niños |
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