Sabio inglés y mártir de la Compañía de Jesús Considerado una lumbrera de la Universidad de Oxford, frente a las persecuciones que se desataron contra los católicos ingleses retornó al seno de la Iglesia, se hizo sacerdote jesuita y selló con sangre su amor por la verdadera fe Plinio María Solimeo En la vida de santa Margarita Clitherow, descrita con anterioridad en esta columna (cf. Tesoros de la Fe, nº 159, marzo de 2015), vimos cómo Inglaterra cayó en el cisma con Enrique VIII, que pretendió exigir del Papa la anulación de su matrimonio con Catalina de Aragón. Rompió con Roma y se declaró cabeza de la Iglesia en Inglaterra. También hemos visto cómo Isabel I, la impía hija de este rey, profundizó el cisma y persiguió a los católicos, muchos de los cuales alcanzaron el martirio. San Edmundo Campion fue una de las víctimas de su odio religioso. Edmundo nació en Londres el 24 de enero de 1540. Su padre, “un librero muy honesto”, lo educó piadosamente en la religión católica. Puesto que el niño estaba dotado de una inteligencia brillante y prometía mucho, consiguió que un gremio de comerciantes costeara sus estudios en el Christ Church Hospital. Los progresos literarios de Edmundo fueron tales que, cuando María Tudor entró en Londres como reina, al joven Campion le correspondió saludarla en latín. Oxford se le sube a la cabeza El santo cursó estudios en el célebre St. John’s College de Oxford, donde se graduó en 1557, con tan solo diecisiete años de edad. A la muerte de Sir Thomas White, fundador de ese colegio, Campion fue encargado de pronunciar su oración fúnebre, también en latín: “Durante doce años fue seguido e imitado como ningún otro en una universidad inglesa, excepto él mismo y Newman”.1 Después de graduarse, Edmundo adquirió un gran prestigio como instructor, siendo casi idolatrado por los estudiantes. En 1566, cuando la reina Isabel visitó Oxford, ella y su favorito, Dudley, entonces canciller de la Universidad, así como el protestante William Cecil, principal consejero de la reina, quedaron encantados con la belleza y el talento de Edmundo, que había sido encargado de dirigir un debate ante la soberana. A partir de entonces, sus dotes de orador le hicieron famoso. Brillante latinista, helenista y erudito en hebreo, se convirtió en un ídolo de los estudiantes de Oxford. Se hablaba de él como futuro arzobispo de Canterbury. Embriagado por tal éxito y olvidando su formación católica, Campion siguió el consejo del obispo anglicano de Gloucester, reconoció la supremacía de Isabel como cabeza de aquella iglesia cismática, de la que no se avergonzó de hacerse diácono. Reconciliado con la verdadera Iglesia Sin embargo, poco a poco, el remordimiento por haber abandonado la verdadera religión asaltó su mente. Como afirma su biógrafo, “tenía remordimientos de conciencia y detestaba” la vida que llevaba. Así, en 1569, renunció a todos sus cargos en Oxford y partió hacia Irlanda. Iba a esperar la reapertura de la universidad de Dublín, una antigua fundación papal temporalmente disuelta, para enseñar allí. Sucedió que, aunque seguía siendo en apariencia anglicano, sus ideas eran demasiado católicas para no resultar sospechosas. Escondido en casas de amigos bajo el seudónimo de Mr. Patrick, se dio tiempo para escribir una Historia de Irlanda.
Ahora bien, como su presencia comprometía a los demás huéspedes, Edmundo regresó de incógnito a Inglaterra, donde encontró “un mundo de temores, sospechas, arrestos, condenas, torturas y ejecuciones”. Entre ellas, la del beato John Storey. Secuestrado por los agentes de Cecil en 1571 en los Países Bajos, donde se había refugiado, fue ejecutado en Londres con extremos de crueldad. Campion asistió a su juicio y quedó tan horrorizado que huyó a Douai, al norte de Francia. Al enterarse de que había abandonado la isla, el pérfido Cecil comentó que “Inglaterra había perdido uno de sus diamantes”.2 Edmundo se reconcilió con la Iglesia Católica en el Collegium Anglorum Duacense, dependiente de la Universidad de Douai, donde volvió a comulgar después de doce años. Allí enseñó retórica, mientras estudiaba para graduarse como Doctor en Divinidad, lo que hizo en enero de 1573. Luego partió a Roma para hacer su noviciado en la Compañía de Jesús, llegando poco antes de la muerte de san Francisco de Borja. Enviado a Praga, pasó el año de su probación en Brünn, en Moravia, donde tuvo una visión en la que la Santísima Virgen le predijo su futuro martirio. Ordenado sacerdote en 1578, fue destinado a la Misión de Inglaterra. Campion volvería a la isla acompañado por el padre jesuita Robert Persons. Este último, como superior, tuvo que moderar su fervor e impetuosidad. Los dos partieron de Roma, a veces a pie, a veces a caballo. Campion llevaba ropas muy pobres, diciendo alegremente que en el camino al martirio un hombre no necesita preocuparse por la vestimenta. A su paso por Milán, los dos jesuitas fueron recibidos calurosamente por san Carlos Borromeo, arzobispo de la ciudad. Después pasaron por Ginebra, donde vivía Beza, el sucesor de Calvino. Con audacia, ambos lo desafiaron a un debate público, tras el cual juzgaron mejor abandonar raudamente la capital del calvinismo.3 “La empresa ha comenzado; es obra de Dios”
En Londres vivían numerosos católicos ocultos que anhelaban recibir los sacramentos de algún sacerdote. Los dos jesuitas se pusieron inmediatamente a trabajar para atenderlos. Pero pronto un judas los denunció, obligando a Campion a huir de la capital. Sin embargo, antes de partir, temiendo ser arrestado, el santo redactó un manifiesto para ser entregado al Consejo Privado de la reina. En él, entre otras cosas, decía: “En lo que respecta a nuestra Compañía, habéis de saber que hemos formado una liga —todos los jesuitas del mundo, cuya sucesión y muchedumbre ha de sobrepasar todas los cálculos de Inglaterra— para llevar alegremente la cruz que pensáis colocar sobre nuestros hombros y para no desesperar nunca de vuestra conversión, mientras tengamos un hombre para disfrutar de vuestro cadalso de Tyburn o para ser sometido a vuestros tormentos o consumido en vuestras prisiones. El precio está previsto, la empresa ha comenzado; es obra de Dios y no puede resistirse. Así como la fe arraigó, así debe restaurarse”.4 Sin embargo, el documento se hizo inmediatamente conocido, siendo llamado por los enemigos de la fe “la jactancia y el desafío de Campion”. Esto complicó enormemente la posición de su autor. Aunque siempre huyendo, asistía a los católicos perseguidos administrándoles los sacramentos. San Edmundo fascinaba a todos por la claridad de su doctrina y su extremo encanto personal. Se afirmaba que un “poder oculto infuso” le daba su eficacia. El futuro mártir escribió entonces Rationes decem (“Diez razones”) contra la iglesia anglicana. Impreso en una tipografía privada, comenzaron a circular 400 ejemplares. Este escrito causó gran sensación y la búsqueda de Campion se hizo más feroz que nunca. Allí el santo le decía a la reina Isabel que “un cielo no puede contener al mismo tiempo a Calvino y a vuestros antepasados”, en referencia a san Eduardo, san Luis y otros reyes santos.5
Recibe la sentencia de muerte con el Te Deum Laudamus Varias personas aconsejaron a san Edmundo que huyera a Lancashire, donde estaría más seguro. Sin embargo, un prominente católico le escribió una carta conmovedora, rogándole que fuera a su casa en Berkshire, donde su esposa, su madre y algunas monjas anhelaban su presencia. Fue, atendió a todos y, cuando estaba a punto de partir, se enteró de que un gran número de católicos había llegado para escucharle. Entre ellos estaba disfrazado Eliot, un apóstata que se había convertido en espía y que lo denunció. El santo fue detenido junto a otros dos sacerdotes y llevado a la Torre de Londres. Tres días después fue conducido al palacio de Leicester y presentado ante Isabel, quien, recordando al famoso profesor de Oxford, le ofreció la libertad, honores e incluso el arzobispado de Canterbury si apostataba. El santo se negó y entonces fue bárbaramente torturado. Sin embargo, tal era su prestigio como apologista, que sus oponentes lo desafiaron a un debate público. Si bien no le dieron ningún material para prepararse y a pesar de los dolores que padecía a causa de las torturas, Edmundo se mostró tan brillante en el debate que conquistó la admiración de todos, incluso la de sus enemigos. El ilustre jesuita fue condenado a muerte bajo la acusación de haber participado en un complot para asesinar a la reina. Al respecto, escribió lo siguiente:
“Al condenarnos, condenáis a vuestros propios antepasados, a todos nuestros antiguos obispos y reyes, a todo lo que una vez fue la gloria de Inglaterra —la isla de los santos— y al hijo más devoto de la Sede de Pedro. Pues, ¿qué hemos enseñado —incluso si lo calificáis con el odioso término de traición—, qué hemos enseñado que todos ellos no hayan predicado? Ser condenado con estas antiguas lumbreras —no solo de Inglaterra, sino del mundo— por sus degenerados descendientes, es a la vez un gozo y una gloria para nosotros. Dios vive. La posteridad vivirá. Su juicio no estará tan ligado a la corrupción como los que ahora nos condenan a muerte”.6 San Edmundo Campion recibió la sentencia de muerte con el Te Deum Laudamus. Después de haber pasado sus últimos días en oración, fue ahorcado, arrastrado y descuartizado el 1 de diciembre de 1581 en compañía de otros dos mártires, los santos Ralph Sherwin y Alexander Briant. Este último no había cumplido los 25 años de edad y había sido recibido como jesuita en la cárcel. San Edmundo Campion tenía tan solo 41 años.
Notas.- 1. Louise I. Guiney, St. Edmund Campion, The Catholic Encyclopedia, CD Rom edition.
|
Loreto, la nueva Nazaret La casa que los ángeles transportaron |
Santa Jeanne-Élisabeth Bichier des Âges Juana Isabel María Lucía Bichier des Âges nació el 5 de julio de 1773 en el castillo des Âges, perteneciente a su patriarcal y aristocrática familia... | |
Un sueño de san Juan Bosco Contemplé un gran altar dedicado a María y magníficamente adornado. Vi a todos los alumnos del Oratorio avanzando procesionalmente hacia él... | |
Una alabanza perfecta Santana de Parnaíba, a 40 kilómetros de São Paulo, Brasil, es conocida como la “cuna de los bandeirantes”, porque de allí partían estos célebres exploradores rumbo “al interior”, a la selva agreste y desconocida... | |
Superioridad de la civilización cristiana En oriente, las piedras preciosas son más bonitas y de mejor quilate; su subsuelo es más rico en ese género de esplendores. Las perlas del Oriente son de una belleza incomparable... | |
¿Cómo un Dios tan bueno permite los sufrimientos de la guerra? ¿Cómo un Dios tan bueno permite los sufrimientos de la guerra?... |
Promovido por la Asociación Santo Tomás de Aquino