En nuestro último número dimos inicio a un sustancioso análisis sobre las impresionantes revelaciones de Nuestro Señor a una religiosa polaca en pleno siglo XX. A continuación el autor aborda las concordancias entre ellas y dos de las más autorizadas apariciones de la Santísima Virgen. Luis Dufaur
Tanto en las apariciones de La Salette (1846) como en Fátima (1917), y en las revelaciones a santa Faustina Kowalska (1931-38), destaca en primer lugar la denuncia del deplorable estado moral del mundo, en el ámbito civil y eclesiástico. Una decadencia tan grave y extendida que Nuestro Señor y Nuestra Señora ya no pueden contener el brazo justo y castigador de Dios Padre. En La Salette, la Santísima Virgen manifestó esta justa amenaza celestial y su intercesión misericordiosa con las siguientes palabras: “Si mi pueblo no quiere someterse, me veré forzada a dejar caer el brazo de mi Hijo, es tan fuerte y tan pesado que ya no puedo sostenerlo. Hace mucho tiempo que sufro por vuestra causa. Si quiero que mi Hijo no os abandone, me veo obligada a rezarle sin cesar. ¡A vosotros no os importa eso!”.1 Nuestro Señor expresó el mismo drama a santa Faustina en varias ocasiones. Por ejemplo, el 1 de setiembre de 1937: “Vi al Señor Jesús como Rey, en gran majestad, contemplando nuestra tierra con una mirada severa, pero por la súplica de su Madre prolongó el tiempo de la misericordia”.2 Y poco antes de la Navidad de 1937: “Hoy el Señor me ha hecho conocer su ira contra la humanidad, que por sus pecados merece que sus días sean acortados”.3 El relajamiento del clero atrae los castigos Una segunda nota, presente en todas estas manifestaciones celestiales, es el dolor causado a Nuestro Señor por el clero y los religiosos amigos del mundo y aplaudidos por él, al que no son ajenas altas autoridades de la Iglesia. La Santísima Virgen se expresó en La Salette en términos truculentos con el objeto, sin duda, de mover los corazones de los religiosos, religiosas, sacerdotes y obispos negligentes a la penitencia y al rescate de las buenas costumbres: “Los sacerdotes, ministros de mi Hijo, por su mala vida, su irreverencia e impiedad en la celebración de los santos misterios, por el amor al dinero, a las honras y a los placeres, se transformaron en cloacas de impureza. Sí, los sacerdotes atraen la venganza, y la venganza se cierne sobre sus cabezas. ¡Ay de los sacerdotes y de las personas consagradas a Dios que, por su infidelidad y mala vida crucifican de nuevo a mi Hijo! Los pecados de las personas consagradas a Dios claman al cielo y piden venganza, y he aquí que la venganza está a sus puertas, pues no se encuentra más una persona que implore misericordia y perdón para el pueblo, no hay más almas generosas, no hay nadie más digno de ofrecer la Víctima sin mancha al Padre Eterno a favor del mundo”.4 Con otra figura, tal vez más conmovedora aún, Nuestro Señor mismo dio a conocer a santa Faustina las ofensas del clero relajado que pretende cohonestar los pecados de impureza que Nuestra Señora denunció en La Salette y en Fátima: “Al venir a la adoración, (…) vi al Señor Jesús atado a una columna, despojado de las vestiduras y en seguida empezó la flagelación. Vi a cuatro hombres que por turno azotaban al Señor con disciplinas. Mi corazón dejaba de latir al ver esos tormentos.
Luego el Señor me dijo estas palabras: —Estoy sufriendo un dolor aún mayor del que estás viendo. Y Jesús me dio a conocer por qué pecados se sometió a la flagelación: son los pecados de impureza. ¡Oh, cuánto sufrió Jesús moralmente al someterse a la flagelación! Entonces Jesús me dijo: —Mira y ve el género humano en el estado actual. En un momento vi cosas terribles: los verdugos se alejaron de Jesús, y otros hombres se acercaron para flagelar los cuales tomaron los látigos y azotaban al Señor sin piedad. Eran sacerdotes, religiosos y religiosas y máximos dignatarios de la Iglesia, lo que me sorprendió mucho, eran laicos de diversa edad y condición, todos descargaban su ira en el inocente Jesús. Al verlo mi corazón se hundió en una especie de agonía; y mientras los verdugos lo flagelaban, Jesús callaba y miraba a lo lejos, pero cuando lo flagelaban aquellas almas que he mencionado arriba, Jesús cerró los ojos y un gemido silencioso pero terriblemente doloroso salió de su Corazón. Y el Señor me dio a conocer detalladamente el peso de la maldad de aquellas almas ingratas: —Ves, he aquí un suplicio mayor que mi muerte”.5 Los castigos se acumulan sobre los malos jerarcas de la Iglesia La contemplación del océano de ofensas flagrantes infligidas a Dios por esos malos clérigos y laicos católicos ha servido para explicar el tamaño y el alcance de las medidas que la Justicia Divina se ve obligada a aplicar sobre los que le ofenden. Esta consideración nos hace comprender la necesidad de implorar la Misericordia Divina por nuestras faltas y por las faltas de la humanidad. Quien no considera la extensión de la maldad en las personas —en la sociedad temporal y en la vida eclesial— obviamente no ve motivos para clamar por la Misericordia. Y al no pedirla, no la recibe y no se importa con ella. En La Salette, la Santísima Virgen desveló que: “Italia será castigada por la ambición al querer sacudirse del yugo del Señor de los Señores. También será entregada a la guerra, la sangre correrá por todas partes. Las iglesias serán cerradas o profanadas. Los sacerdotes y los religiosos serán expulsados. Serán entregados a la muerte, y a una muerte cruel. Varios abandonarán la fe, y el número de los sacerdotes y religiosos que se apartarán de la verdadera religión será grande. Entre esas personas habrá incluso obispos. Los malos libros abundarán sobre la tierra y los espíritus de las tinieblas difundirán por todas partes un relajamiento universal en todo lo que concierne al servicio de Dios”.6
En la misma línea, el Diario de santa Faustina describe el drama de las casas religiosas que han adoptado las modas del mundo, entibiándose en la fe y en la caridad, y a las que Nuestro Señor no tiene otro remedio que cerrar porque han perdido su razón de ser. Santa Faustina describe lo que vio el primer viernes de septiembre de 1936: “Por la noche vi a la Santísima Virgen con el pecho descubierto, traspasado por una espada. Lloraba lágrimas ardientes y nos protegía de un tremendo castigo de Dios. Dios quiere infligirnos un terrible castigo, pero no puede porque la Santísima Virgen nos protege”.7 Asimismo cuenta en su visión del 8 de mayo de 1938: “Al final del Via Crucis que yo estaba haciendo, el Señor Jesús empezó a quejarse de las almas de los religiosos y de los sacerdotes, de la falta de amor en las almas elegidas. —Permitiré destruir los conventos y las iglesias. Contesté: —Jesús, pero son tan numerosas las almas que te alaban en los conventos. El Señor contestó; —Esta alabanza hiere mi Corazón, porque el amor ha sido expulsado de los conventos. Almas sin amor y sin espíritu de sacrificio, almas llenas de egoísmo y de amor propio, almas soberbias y arrogantes, almas llenas de engaños e hipocresía, almas tibias que apenas tienen el calor suficiente para mantenerse vivas. Mi Corazón no puede soportarlo. Todas las gracias que derramo sobre ellas cada día, se resbalan como sobre una roca. No puedo soportarlas, porque no son ni buenas ni malas. He instituido conventos para santificar el mundo a través de ellos. De ellos ha de brotar una potente llama de amor y de sacrificio. Y si no se convierten y no se inflaman de su amor inicial, los entregaré al exterminio de este mundo… ¿Cómo podrán sentarse en el trono prometido, a juzgar el mundo, si sus culpas pesan más que las del mundo? Ni penitencia ni reparación… Oh corazón que me has recibido por la mañana y al mediodía ardes de odio contra Mí bajo las formas más variadas. Oh corazón, ¿habrás sido elegido especialmente por Mí para hacerme sufrir más? Los grandes pecados del mundo hieren mi Corazón algo superficialmente, pero los pecados de un alma elegida traspasan mi Corazón por completo… Cuando traté de intervenir en favor de ellas —escribe santa Faustina—, no pude encontrar nada para justificarlas y sin poder imaginar nada en aquel momento en su defensa, se me partió el corazón de dolor y lloré amargamente. Entonces, el Señor me miró amablemente y me consoló con estas palabras: —No llores, todavía hay un gran número de almas que me aman mucho, pero mi Corazón desea ser amado de todos y, debido a que mi amor es grande, los amenazo y los castigo”. * * * En el próximo número continuaremos desarrollando este interesante análisis, abordando el tema de cómo los sacrificios de las almas justas pueden aplacar la cólera divina.
Notas.- 1. René Laurentin - Michel Corteville, Découverte du secret de La Salette, Fayard, París, 2002, p. 58. 2. Santa María Faustina Kowalska, Diario de – La Divina Misericordia en mi alma, Marian Press, Stockbridge (Massachusetts), 2007, p. 454. 3. Idem, p. 506. 4. Laurentin - Corteville, op. cit., p. 59. 5. Diario, p. 209. 6. Laurentin - Corteville, op. cit., p. 60. 7. Diario, p. 290. 8. Idem, p. 599-600.
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