Seriedad y altivez
Durante mucho tiempo, el palacio señorial de Florencia fue la sede del gobierno de un pequeño Estado —el Gran Ducado de Toscana, en Italia— que ocupó en la cultura y el pensamiento humano un lugar destacado. Fue una gran potencia intelectual. El palacio es típico del estilo florentino. Su color es atractivo, el amarillento de la piedra utilizada en la construcción presenta un aspecto agradable, no más que eso. Una torre cuadrada con un reloj, ventanas, algunas de forma ojival, otras meras perforaciones en la pared, desprovistas de una belleza especial. Estamos acostumbrados, en la óptica moderna, a la idea de que la torre debe estar justo en el centro del edificio. Allí no. La torre está un poco más a la derecha de la fachada. Y el reloj está colocado en la base de la torre, cuando normalmente estaría situado en la parte superior de las almenas, para ser visto por un mayor número de personas. Se observa la simplicidad del estilo del edificio, cuando uno trata de encontrar una puerta de entrada monumental, que debería ser proporcional a la fachada principal. Pero no existe. Frente a una de las ventanas hay un balcón. Se podría pensar que un palacio tan grandioso habría requerido un balcón más bello y elegante. Tampoco se encuentra en el edificio. El estilo florentino es seco, casi sin gracia. Refleja la psicología de los habitantes de la ciudad. ¿Es bello este edificio? Es precioso. Para mi gusto personal es extraordinario. Serio y altivo. La forma en que la torre se eleva por encima del cuerpo del palacio es extraordinaria. Pero no se puede negar que el edificio debería ser un poco más coherente en algunos de sus elementos. Por ejemplo, no veo el sentido de las ventanitas y de las dos puertas pequeñas en la planta baja de la fachada. ¿Qué sentido tiene todo esto? Cabe decir una palabra sobre la hilera de arcos que rodean la parte superior de todo el edificio, cubierta por un techo, con una nota de suavidad, casi se podría decir de dulzura seria, hierática y agradable, que completa en parte lo que el palacio tiene de seco. En realidad, estos arcos son grandes machicoulis* ornamentales, utilizados como elementos decorativos en la arquitectura de la época. Merece destacarse el buen gusto de colocar dentro de cada uno de los arcos —formados por la conjugación de dos machicoulis— un vistoso escudo de armas. Tales adornos constituyen un factor de decoro en la Plaza del Palacio de la Señoría.
* Machicoulis o matacán: Balcón de piedra construido sobre murallas y torres en la Edad Media, en cuyo fondo había aberturas por las que el defensor lanzaba todo tipo de proyectiles al atacante.
|
![]() Lecciones de Lourdes Confiar aun cuando todo parezca perdido |
![]() |
El viejo y el nuevo espíritu de la hospitalidad La hospitalidad es tan antigua como la propia humanidad. Desde que el hombre empezó a viajar por la Tierra ha necesitado un lugar donde alojarse... |
![]() |
Los malos sacerdotes son el mayor castigo con que Dios aflige al pueblo ¿Quién, pues, no agradecerá a Dios tanto bien y no dará a los sacerdotes, por ser de él dispensadores, todo el honor y reverencia debida?... |
![]() |
¿Cuántos destinos eternos existen? Si el cielo será un lugar de eterna felicidad para los que se salvarán y el infierno de tormento sin fin para los que se condenarán, ¿cómo deshacer la duda de que tendremos “tres” destinos luego del juicio universal?... |
![]() |
Esplendor de la concepción jerárquica y cristiana de la vida - I La onda satánica del igualitarismo, que desde la revolución protestante del siglo XVI hasta la revolución comunista de nuestros días viene atacando, calumniando, socavando y haciendo marchitar todo cuanto es o simboliza jerarquía, nos presenta toda desigualdad como una injusticia... |
![]() |
¿Por qué los paramentos son de diferentes colores? La Iglesia Católica se sirve de nuestros sentidos —el olor del incienso, los sonidos de las campanas y del coro, las imágenes de la Natividad, la Crucifixión y otras— para elevarnos en los misterios cíclicos de los tiempos litúrgicos... |
Promovido por la Asociación Santo Tomás de Aquino