PREGUNTA Como profesor de filosofía y católico practicante, me incomoda esta objeción: “¿Cómo se compatibiliza el milagro con el orden divino del universo? ¿Cómo Dios, que es la inteligencia suprema y la voluntad inmutable y eterna, cambiaría las leyes que Él mismo hizo, perfectas, para atender las oraciones de una persona que pide una alteración de las leyes naturales, como el cierre de una herida abierta, la desaparición de la mancha en el pulmón de un tuberculoso, la recuperación del movimiento de una pierna paralizada?”. Esta es una cuestión para la cual quisiera tener una mejor respuesta, particularmente para un intelectual que no tiene fe. RESPUESTA
La palabra milagro en lengua castellana tiene su etimología oriunda del latín miraculum, que a su vez proviene del verbo mirari, que quiere decir “admirar”. En su sentido original y más general, es una cosa maravillosa que causa admiración. Pero en su sentido teológico específico, un milagro es una maravilla realizada por el poder divino, como confirmación de una misión o de un don especial, y cuyo resultado admirable es atribuible explícitamente a Dios. En la versión original griega de la Biblia, tres palabras son usadas para mencionar los milagros: dynameis, semeia y terata. Cada una enriquece de un modo especial el concepto. 1. La palabra dynameis (de dynamis: “poder”) es usada en las Escrituras para resaltar la idea de que Dios es la causa eficiente de los milagros, y por eso ellos son llamados en la Biblia “dedo de Dios”, “mano del Señor” (1 Sam 5, 6), “mano de Nuestro Dios” (Esd 8, 31). Es revelador lo que Jesús afirma: “Pero si yo echo los demonios con el dedo de Dios, entonces es que el reino de Dios ha llegado a vosotros” (Lc 11, 20). Este poder de Dios puede mostrarse por su intervención directa o por la mediación de criaturas de las que Él se sirve como instrumento: ángeles (para liberar a los tres jóvenes del horno de fuego o a san Pedro de la prisión); hombres (Moisés, Elías, los apóstoles, etc.); o incluso objetos, imágenes o lugares (el manto de Elías, el cuerpo de Eliseo, la túnica de Nuestro Señor; la serpiente de bronce en el desierto; las aguas del Jordán, el templo de Jerusalén). 2. La palabra semeia (de semeion: “señal”) es usada en la Biblia para expresar el sentido o la causa final del milagro, o sea, la gloria de Dios y el bien de los hombres, que son los fines primarios o supremos de todo milagro. San Juan dice que Jesús, al realizar su primer milagro en Caná, “manifestó su gloria” (Jn 2, 11). 3. Pero lo que viene más al caso para la respuesta es la palabra terata, que significa literalmente “maravillas”, en referencia al asombro generado por su ocurrencia. El milagro cae, por lo tanto, bajo el dominio de los sentidos, pero su causa es oculta, porque el efecto esperado es diferente de aquello que sucede. Luego, en comparación con el curso ordinario de las cosas, el milagro es llamado “maravilla”. Al analizar la diferencia entre el carácter extraordinario del milagro y el curso común de la naturaleza, los Padres de la Iglesia y los teólogos emplean los términos “encima de la naturaleza”, “fuera de la naturaleza” y “contrario a la naturaleza”. Se dice de un milagro que está encima de la naturaleza, cuando el efecto producido sobrepuja el poder o la fuerza de la criatura que lo realiza, según las leyes conocidas de su naturaleza, por ejemplo, resucitar a un muerto para la vida (Lázaro o el hijo de la viuda de Naín). Se dice que un milagro está fuera o al lado de la naturaleza, cuando las fuerzas naturales pueden tener el poder de producir ese efecto, al menos en parte, pero por sí mismas no podrían producirlo del modo como efectivamente fue producido. Así, el efecto excede en mucho al poder de las fuerzas naturales o sucede instantáneamente, sin los recursos o procesos que la naturaleza emplea: la multiplicación de panes por Jesús, la conversión del agua en vino, en Caná, o la curación repentina de los leprosos. Se dice, finalmente, que un milagro es contrario a la naturaleza cuando el efecto producido es opuesto al curso natural de las cosas.
El término milagro aquí implica, de hecho, una oposición directa entre el efecto producido y las causas naturales en acción, por lo que algunos interpretan el milagro como una “violación” o “infracción” del orden de la naturaleza. Pero esa es una interpretación falsa, como veremos en seguida. “Contrario a la naturaleza” no significa “antinatural”, en el sentido de producir discordia y confusión. Las fuerzas de la naturaleza difieren en poder y están continuamente interactuando; por lo tanto, unas producen interferencias en las operaciones de las otras, o incluso contrarían abiertamente sus efectos. Esto vale para fuerzas mecánicas, químicas y biológicas. En todo momento, cada uno de nosotros interfiere y neutraliza las fuerzas naturales que se ejercen sobre uno (cubriéndonos cuando hace frío, alejándonos cuando se presenta un peligro, etc.). Por eso, estudiamos las propiedades de las fuerzas naturales con el objeto de tener el control consciente sobre ellas, haciendo que unas se opongan de manera inteligente a las otras. El hombre solo consigue sobrevivir contrariando continuamente las fuerzas naturales. Los ejemplos van desde la receta del médico para combatir una enfermedad hasta el envío de un cohete a la Luna. Aunque todo eso ocurra continuamente a nuestro alrededor, nunca decimos que tales fuerzas naturales están siendo “violadas”. Esas fuerzas continúan operando de acuerdo con su especie, ninguna de ellas es destruida, ninguna ley es violada, ni resulta de eso confusión alguna. La introducción de la voluntad humana puede provocar un desplazamiento de las fuerzas físicas, pero ninguna infracción de procesos físicos. El milagro no viola el orden de la Creación En un milagro, la acción de Dios en relación a su interferencia en el operar de las fuerzas naturales es análoga a la continua acción humana arriba descrita. Un hierro no flota en el agua, pero yo puedo sacar una hacha del fondo de un río. Eliseo tiró un pedazo de madera en la agua, para que el hacha de uno de sus siervos emergiese a la superficie (2 Reyes, 6); pero si él hubiese erguido el hacha con su propio brazo, la acción suya no habría significado la menor violación, transgresión o infracción de las leyes de la naturaleza.
Está en la naturaleza del fuego quemar. Pero cuando, por ejemplo, los tres mancebos fueron preservados en el horno ardiente (Daniel, 3), no hubo nada de “antinatural” en ese acto, en el sentido en que los objetores agnósticos de nuestro consultante emplean la palabra. También no sería antinatural erguir una construcción a prueba de fuego, lo que no implicaría en una paralización de las fuerzas naturales ni desorden de la naturaleza. Esto muestra que el milagro no es una violación del orden de la Creación, sino también nos enseña que creer en un milagro no es fruto de la ignorancia. Se trata esencialmente de un llamado a nuestra inteligencia, el cual nos permite distinguirlo de ocurrencias puramente naturales, pues tanto conocemos el operar de las fuerzas naturales como, de otro lado, sus límites. Por ejemplo, podemos no conocer la fuerza de un determinado hombre, pero sabemos que no puede mover por sí solo una montaña. Lo sobrenatural establece un vínculo del hombre con Dios Queda apenas explicar de modo rápido por qué Dios normalmente deja que el curso de las cosas sea determinado por el efecto de las causas secundarias, pero de vez en cuando hace milagros. El cristianismo enseña que Dios creó y gobierna el mundo. Este gobierno es su Providencia, demostrada en el delicado encaje y subordinación de las tendencias propias de las cosas materiales, resultando en la maravillosa estabilidad y armonía que prevalece en la Creación. Para el hombre, creado para conocer y servir a Dios, la naturaleza es el libro que refleja al Creador. Sin embargo, la Providencia de Dios no se limita a la revelación de sí mismo por medio de sus obras. Él se manifestó también de manera sobrenatural, lanzando inmensas luces sobre las relaciones íntimas que deben existir entre el hombre y su Creador. La Biblia contiene esa Revelación, y registra la acción sobrenatural de Dios en la preparación y realización de la Redención, que culminó con la fundación de la Iglesia Católica. La Revelación nos habla de la existencia de otro dominio más allá de la esfera natural. Se trata del reino sobrenatural, poblado por seres espirituales y por las almas que ya partieron de este mundo. Ambas esferas, la natural y la sobrenatural, están bajo la Providencia soberana de Dios. Así, entre el hombre y Dios existe una relación constante, y el medio designado por la Providencia para reforzar esa relación es la oración. Por la oración, el hombre habla con Dios por medio de actos de fe, esperanza, amor y contrición, e implora por su auxilio. En respuesta a la oración, Dios actúa sobre el alma por medio de su gracia, y en circunstancias especiales opera milagros. La oración que une al hombre con Dios implica una interferencia constante de Dios en la vida del hombre. Por lo tanto, en la visión cristiana del mundo, los milagros tienen un lugar y un significado. Surgen de la relación personal entre Dios y el hombre. En el milagro, Dios subordina la naturaleza física a un fin más elevado, y ese fin corresponde a los más altos fines morales de la existencia humana: conocer, amar y servir a Dios en esta tierra y gozar de Él eternamente en el cielo. El hombre es creado para Dios, y el milagro es la prueba y la prenda de su Providencia sobrenatural. Se comprende que haya en las almas devotas una expectativa de milagros, los cuales muestran la subordinación del mundo inferior al superior, son la irrupción del mundo sobrenatural en el mundo natural. El primer milagro de Nuestro Señor fue la transformación del agua en vino en las Bodas de Caná, a pedido de la Virgen Santísima, sabiendo muy bien que su hora aún no había llegado (Jn 2, 4). Cuando, en nuestra vida, estamos necesitando un milagro en beneficio nuestro o de un ser querido, tanto en el orden moral como en el orden material, no vacilemos en recurrir a nuestra Madre del Cielo, confiados en su omnipotencia suplicante. ¡La fe mueve montañas!
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