Una condenación actual y perenne Luis Sergio Solimeo El año pasado, la Iglesia celebró el 50º aniversario de la publicación de la encíclica Humanæ Vitæ (sobre la vida humana), del Papa Paulo VI, lanzada en el contexto de la revolución sexual de mediados de los años sesenta. La moda, la literatura y la industria del entretenimiento contribuyeron a crear una atmósfera donde fueron subvertidas las costumbres sexuales. Esto se manifestó especialmente en películas de Hollywood y programas de televisión, la invención de la píldora anticonceptiva y el lanzamiento de la minifalda. En mayo de 1968, el estallido de disturbios estudiantiles en la mayoría de las universidades de Occidente dio a la revolución sexual una base ideológica, unificando y dando sentido a toda una gama de tendencias desordenadas dirigidas contra la moral tradicional. Se trataba de una ideología anarquista, que combinaba el marxismo con el freudismo. Negando todo orden, autoridad y normas morales. Un slogan pintado en las paredes del campus de la Universidad de París, La Sorbona, condensaba en dos palabras esta rebelión: “Prohibido prohibir” (Il est interdit d’interdire). Al mismo tiempo, círculos católicos progresistas exhortaban cada vez más a la Iglesia para que “se adaptara” al mundo. Numerosos teólogos comenzaron a afirmar que la Iglesia debería cambiar su moral perenne y abandonar su intransigencia en cuestiones sexuales, aceptando la “libertad” sexual y el uso de anticonceptivos. La Iglesia no puede cambiar la Ley de Dios, expresada en la naturaleza Fue en este clima de contestación que el Papa Paulo VI decidió publicar una encíclica sobre la anticoncepción, la Humanæ Vitæ.1 Para alivio de los fieles católicos y la consternación de los liberales, el Papa reafirmó la doctrina tradicional de la Iglesia sobre la naturaleza del matrimonio y del acto sexual, condenando el uso de la píldora o de cualquier otro medio anticonceptivo artificial.
La encíclica explica claramente por qué reafirma la doctrina católica perenne: porque la Iglesia no puede cambiar la Ley de Dios expresada en la naturaleza. El documento señala: “La Iglesia no ha sido la autora […], ni puede por tanto ser su árbitro, sino solamente su depositaria e intérprete, sin poder jamás declarar lícito lo que no lo es por su íntima e inmutable oposición al verdadero bien del hombre” (n. 18).2 La encíclica se basa en la ley natural y en la Revelación, las cuales manifiestan la voluntad de Dios. El Magisterio de la Iglesia recibió la misión no apenas de interpretar la Revelación, sino también la ley natural, por lo tanto aborda la moral en todos sus aspectos: “Jesucristo, al comunicar a Pedro y a los Apóstoles su autoridad divina y al enviarlos a enseñar a todas las gentes sus mandamientos, los constituía en custodios y en intérpretes auténticos de toda ley moral, es decir, no solo de la ley evangélica, sino también de la natural, expresión de la voluntad de Dios, cuyo cumplimiento fiel es igualmente necesario para salvarse” (n. 4). En conformidad con la ley natural y la Revelación, la Humanæ Vitæ enfatiza que la relación sexual es “propia y exclusiva” (n. 8) de los cónyuges y, por su naturaleza, es ordenada “a la procreación y educación de la prole” (n. 9). Por eso no duda en afirmar: “Al exigir que los hombres observen las normas de la ley natural interpretada por su constante doctrina, [la Iglesia] enseña que cualquier acto matrimonial debe quedar abierto a la transmisión de la vida” (n. 11). Condenando la limitación artificial de la natalidad Contrariamente a la mentalidad antinatalista actual, que ve a los niños como obstáculos para la felicidad conyugal, la encíclica recuerda: “Los hijos son, sin duda, el don más excelente del matrimonio y contribuyen sobremanera al bien de los propios padres” (n. 9). Y subraya la obligación de los cónyuges de atenerse a las normas dictadas por la ley natural y divina: “En la misión de transmitir la vida, los esposos no quedan, por tanto, libres para proceder arbitrariamente, […] sino que deben conformar su conducta a la intención creadora de Dios” (n. 10). Cuando el acto conyugal es practicado de tal manera que “perjudique la disponibilidad de transmitir la vida que Dios Creador, según particulares leyes, ha puesto en él, está en contradicción con el designio constitutivo del matrimonio y con la voluntad del Autor de la vida” (n. 13). En lenguaje sencillo, los que practican el acto sexual impidiendo artificialmente la procreación, pecan. Por lo tanto, la Iglesia no puede aceptar la anticoncepción, más bien, debe condenarla: “En conformidad con estos principios fundamentales de la visión humana y cristiana del matrimonio, debemos una vez más declarar que hay que excluir absolutamente, como vía lícita para la regulación de los nacimientos, la interrupción directa del proceso generador ya iniciado, y sobre todo el aborto directamente querido y procurado, aunque sea por razones terapéuticas. Hay que excluir igualmente, como el Magisterio de la Iglesia ha declarado muchas veces, la esterilización directa, perpetua o temporal, tanto del hombre como de la mujer; queda además excluida toda acción que, o en previsión del acto conyugal, o en su realización, o en el desarrollo de sus consecuencias naturales, se proponga, como fin o como medio, hacer imposible la procreación” (n. 14). Para comprender mejor el alcance y la seriedad de esta condena, es bueno recordar que el Papa dejó en claro que estaba hablando como Doctor de la Iglesia Universal y sucesor de los Apóstoles. De hecho, después de exponer los nuevos problemas que surgen para el Magisterio, el Pontífice afirma inequívocamente: “Por ello, habiendo examinado atentamente la documentación que se nos presentó y después de madura reflexión y de asiduas plegarias, queremos ahora, en virtud del mandato que Cristo nos confió, dar nuestra respuesta a estas graves cuestiones” (n. 6).3 Algunos teólogos liberales afirmaron que el aspecto unitivo del acto conyugal, por sí solo, es suficiente para justificarlo. Y entonces podría separarse del aspecto procreador, justificando así el uso de la píldora anticonceptiva. La encíclica, en cambio, reafirma que los aspectos unitivos y procreadores del acto conyugal son inseparables por su propia naturaleza, según lo establecido por el Creador. Por lo tanto, el hombre no puede, por iniciativa propia, romper la conexión inseparable “entre el significado unitivo y el significado procreador”, que son inherentes al acto conyugal (n. 12). Del mismo modo, esos teólogos invocan la teoría del “mal menor” para justificar el uso de la píldora anticonceptiva. Sin embargo, la encíclica explica que la teoría no se aplica a este caso: “No es lícito, ni aun por razones gravísimas, hacer el mal para conseguir el bien (cf. Rom 3, 8), es decir, hacer objeto de un acto positivo de voluntad lo que es intrínsecamente desordenado y por lo mismo indigno de la persona humana, aunque con ello se quisiese salvaguardar o promover el bien individual, familiar o social” (n. 14). Advirtiendo a los Estados de índole totalitaria Quien analiza la Humanæ Vitæ no puede dejar de admirar la sabiduría de la doctrina tradicional de la Iglesia expresada en la encíclica. La Iglesia previó la situación a la que llegaría el mundo moderno, en que el Estado exhibiría una tendencia cada vez mayor de imponer sus propias normas a la familia, lo que llevaría a una terrible corrupción de la moral. Por eso la encíclica enfatiza que el control artificial de la natalidad allana fácilmente el camino a la infidelidad conyugal y causa “la degradación general de la moralidad”, exponiendo particularmente a los jóvenes a la tentación. La advertencia es clara: “¿Quién podría reprochar a un gobierno el aplicar a la solución de los problemas de la colectividad lo que hubiera sido reconocido lícito a los cónyuges para la solución de un problema familiar? […] Por tanto, si no se quiere exponer al arbitrio de los hombres la misión de engendrar la vida, se deben reconocer necesariamente unos límites infranqueables a la posibilidad de dominio del hombre sobre su propio cuerpo y sus funciones; límites que a ningún hombre, privado o revestido de autoridad, es lícito quebrantar” (n. 17). No hay nada utópico en la solución presentada por la Humanæ Vitæ, y de hecho es la única realmente coherente y eficaz. Por eso la encíclica llama la atención de los “educadores y de todos aquellos que tienen incumbencia de responsabilidad, en orden al bien común de la convivencia humana, sobre la necesidad de crear un clima favorable a la educación de la castidad, es decir, al triunfo de la libertad sobre el libertinaje, mediante el respeto del orden moral” (n. 22). El documento señala que desafortunadamente la virtud de la castidad, sin la cual la familia está condenada a perecer, es atacada de todas las formas posibles: “Todo lo que en los medios modernos de comunicación social conduce a la excitación de los sentidos, al desenfreno de las costumbres, como cualquier forma de pornografía y de espectáculos licenciosos, debe suscitar la franca y unánime reacción de todas las personas, solícitas del progreso de la civilización y de la defensa de los supremos bienes del espíritu humano. En vano se trataría de buscar justificación a estas depravaciones con el pretexto de exigencias artísticas o científicas, o aduciendo como argumento la libertad concedida en este campo por las autoridades públicas” (n. 22).
Actuar de acuerdo con las enseñanzas perennes Cincuenta años después de la publicación de la Humanæ Vitæ, sus enseñanzas continúan tan válidas como siempre. Esto se puede ver a la luz del debate sobre el “matrimonio” homosexual y numerosas otras aberraciones que amenazan tanto a la familia y a la misma vida humana. En medio de tal confusión, la verdadera doctrina sobre el propósito del acto sexual y, por lo tanto, del matrimonio debe ser siempre reafirmada. Basada en la inmutabilidad de la naturaleza humana, en la Sabiduría y Voluntad divinas, la doctrina católica predica hoy lo que ha dicho siempre y lo que predicará hasta el fin de los tiempos. Tal discurso puede no ser siempre popular. De hecho, la Humanæ Vitæ fue recibida con consternación y desprecio por los promotores de la revolución sexual. Sin embargo, tal desprecio no hace que la verdad sea menos cierta. De hecho, la resonante condena de la revolución sexual se destaca aún más en medio del caos moral como un llamado constante a reconsiderar la verdadera naturaleza del matrimonio. En estos tiempos difíciles, post Amoris Lætitia, la encíclica de Paulo VI es como un farol que guía a aquellos que son fieles a la enseñanza perenne de la Iglesia. Desafortunadamente, hoy no solo hay teólogos que quieren cambiar esa doctrina perenne, sino también obispos y cardenales. Incluso hay rumores de que el Papa Francisco habría convocado a una comisión para estudiar la historia de la Humanæ Vitæ, presumiblemente con la intención de modificarla. Recemos para que esto no suceda. Que la Madre de Dios, la Virgen Purísima, nos ayude a ser siempre fieles a los principios inmutables de la ley natural y la Revelación.
Notas.- 1. Carta Encíclica Humanæ Vitæ de S. S. Paulo VI, 25 de julio de 1968, http://w2.vatican.va/content/paul-vi/es/encyclicals/documents/hf_p-vi_enc_25071968_humanae-vitae.html. Durante la conmemoración del 40º aniversario, Benedicto XVI enfatizó: “Cuarenta años después de su publicación, esa doctrina no solo sigue manifestando su verdad; también revela la clarividencia con la que se afrontó el problema” (Discurso del Papa Benedicto XVI a los participantes en un congreso internacional sobre la actualidad de la Humanæ Vitæ, 10 de mayo de 2008: http://w2.vatican.va/content/benedict-xvi/es/speeches/2008/may/documents/hf_ben-xvi_spe_20080510_humanae-vitae.html). 2. Las citas de la Humanæ Vitæ se refieren al número del párrafo de la encíclica que aparece en la página web del Vaticano. 3. Numerosos teólogos son de la opinión de que la condenación de la anticoncepción es doctrina infalible. Por ejemplo: * M.R. Gagnebet OP, The Authority of the Encyclical Humanæ Vitæ (“La Autoridad de la Encíclica Humanæ Vitæ”), in https://www.catholicculture.org/culture/library/view.cfm?recnum=9681; * John Hardon SJ, Contraception: Fatal to the Faith (“Anticoncepción: Fatal para la fe”), in www.catholic-pages.com/morality/fatal.asp; * Brian W. Harrison OS, reseña de Humanæ Vitæ e Infallibilità: il Concilio, Paolo VI y Giovanni Paolo II (“Humanæ Vitæ e Infalibilidad: el Concilio, Paulo VI y Juan Pablo II”), por Ermenegildo Lio OFM (Vaticano, Libreria Editrice Vaticana, 1986), en www.rtforum.org/lt/lt12.html; * Joseph H. Ryder SJ, Pope Paul VI’s Encyclical Humanæ Vitæ as an Infallible Definition of Doctrine (“La Encíclica Humanæ Vitæ del Papa Paulo VI como una Definición Infalible de Doctrina”), in www.socialjusticereview.org/articles/humanae_vitae.php.
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