La primera santa de América Extraordinaria mística peruana que escaló las más altas cumbres de la santidad. Patrona del Perú, América y las Filipinas, es la primera santa natural del Nuevo Mundo Plinio María Solimeo Para vencer el desorden que irrumpió en nuestra naturaleza después del pecado original y adquirir un dominio pleno sobre los movimientos de la concupiscencia, es necesario que nos mortifiquemos, según la norma predicada por san Ignacio de Loyola, aplicando el agere contra. Eso explica el increíble grado de penitencia que practicaron muchos santos. Algunos de ellos, como santa Rosa de Lima, lo hicieron de un modo tan categórico, que choca al hombre blandengue y relativista de nuestro siglo. Por ello es una santa que debe ser admirada, pero que no siempre se alcanza a imitarla, salvo que se trate de almas con una vocación muy especial. Hija de una numerosa y honrada familia de mediana fortuna de la capital peruana, la futura santa Rosa de Lima nació el día 20 de abril de 1586. Cuando Isabel —nombre que recibió en el bautismo— tenía apenas tres meses, su madre vio su pequeño rostro transfigurarse en una hermosa rosa. A partir de entonces pasó a llamarla por el nombre con que quedó mundialmente conocida, que fue también el de su confirmación, hecha por el arzobispo de Lima, santo Toribio de Mogrovejo. Sus padres la criaron según las máximas de nuestra santa religión. Desde su más tierna infancia la niña tuvo un sexto sentido para todo cuanto se refería a Dios Nuestro Señor y a la fe católica. Ya a los tres años de edad actuaba como si tuviera pleno uso de la razón, dando pruebas de virtud que solo se le podrían atribuir a una persona más experimentada. Así, un día en que fue a coger algo de una pesada arca, la tapa le cayó sobre la mano, hiriendo gravemente uno de los dedos. Este después se inflamó, siendo necesario someterla a un doloroso tratamiento. La niña lo soportó todo sin llorar ni quejarse, lo cual impresionó a los circunstantes. Poco después su madre tuvo la infelicidad de aplicarle sobre el cuero cabelludo un producto hecho a base de mercurio, para curar algunas erupciones. Este penetró en la piel y le causó graves lesiones. No obstante, a pesar del dolor que le provocaba, la niña no exhaló el menor quejido. Algunos biógrafos destacan que Rosa hizo voto de virginidad a los cinco años de edad.
Al nombre de “Rosa” unió el complemento de “Santa María” Al crecer, Rosa supo la razón por la cual le habían cambiado el nombre. Y, en su humildad, juzgó que ello era más motivo de vanagloria que de gloria. Al presentar sus reparos a la Santísima Virgen, ella se le apareció con el Niño Jesús en los brazos, y le dijo: “Le gusta a mi divino Hijo que te llamen Rosa, pero desea que a tan precioso nombre añadas el mío; por tanto, de hoy en adelante habrás de llamarte Rosa de Santa María”.1 Rosa comprendió bien que los favores extraordinarios que ella recibía del cielo constituían un motivo más para, siguiendo las inspiraciones de la gracia, cumplir sus obligaciones con la mayor perfección. Y se ejercitaba en su casa en todas las prácticas dignas de la más fervorosa religiosa.
Una serie de reveses privó a los padres de Rosa de cuanto poseían, dejándolos en extrema necesidad para cuidar de la numerosa familia. La santa, que era eximia en el manejo de la aguja, pasó a confeccionar encajes y bordados para ayudarlos. Dividió para eso el día en tres partes: en la primera, de diez horas, hacía trabajos manuales; en la segunda, de doce horas, se dedicaba a la oración. En las dos horas restantes ella reposaba. Vencer el sueño fue uno de sus mayores esfuerzos. Cuando se ponía a rezar, por más que cambiara de posición, el sueño la asaltaba, y ella tenía que hacer esfuerzos inauditos para vencerlo. Para levantarse a la hora fijada se encomendaba siempre a la Santísima Virgen, que muchas veces venía personalmente a despertarla. Rosa se transformó en una hermosa joven, cuyo mayor atributo era la virtud. Por eso su madre pensó en casarla con un buen partido, a fin de ayudar a proveer las necesidades siempre crecientes de la familia. Y, cuando surgió un pretendiente ideal —hijo único de viuda rica—, la presionó de todos los modos posibles para que aceptara el matrimonio. Pero ella respondía que ya se había entregado a Dios Nuestro Señor. Toda la familia se unió para intentar hacerla cambiar de opinión, sin embargo, ni los agrados ni los malos tratos consiguieron disuadirla. Severas mortificaciones y celo apostólico Rosa leyó la vida de santa Catalina de Siena y la tomó como modelo y abogada. Deseosa de ser, como ella, terciaria dominica, vistió el hábito de la Tercera Orden de Penitencia del Patriarca Santo Domingo el día 10 de agosto de 1610.
A partir de ese momento juzgó que debía esmerarse aún más en la penitencia y mortificación por la Santa Iglesia, por su patria, por la ciudad de Lima y por las almas del Purgatorio, de quien era muy devota. Para que se tenga una idea de lo que eso significaba, conviene tener presente que, desde los seis años de edad, Rosa ayunaba a pan y agua los viernes y los sábados; a los quince años hizo voto de no comer más carne, a no ser por obediencia; después pasó a tomar una sola comida al día, que constaba de una sopa hecha con pan y agua; además de las flagelaciones diarias a las que se sometía, usaba un cilicio a la cintura hecho de cadenas, cerrado por un candado cuya llave arrojó al pozo de su casa. La cadena le penetró la carne, que se inflamó, provocando dolores inauditos. Fue necesario romper el candado para sacar el cilicio, que dejó llagas en su cuerpo. El deseo de Rosa por la salvación de las almas crecía en proporción a su amor de Dios. Considerando que ellas fueron rescatadas por Nuestro Señor, sentía un dolor cruel al pensar que muchas se perdían. Pensaba, sobre todo, en los que se apartaron de la verdadera Iglesia a raíz de la herejía protestante; en los paganos sumergidos en las tinieblas de la idolatría; y en tantos católicos que vivían como si no tuvieran un alma que salvar. Para librar a todas esas almas, quería colocarse a las puertas del infierno para impedirlas de caer en él. A uno de sus confesores con quien compartía su empeño apostólico y se sintió impulsado a llevar la luz del Evangelio a tierras de idólatras, ella le prometió hacerlo partícipe de todas sus buenas obras, con tal que él la asociara al mérito de su apostolado. Tenía planes de criar a un niño pobre para que se hiciera sacerdote y fuera a las misiones a convertir a los infieles en lugar suyo. Éxtasis frecuentes y pruebas espirituales
Le chocaba constatar que muchos sacerdotes no tenían verdadero ardor por las almas, perdiendo su tiempo con sermones inocuos. Después de oír a uno de ellos, que tenía fama de gran orador, de estilo florido y redundante, ella le dijo: “Padre mío, mire que Dios le ha hecho su predicador para que le convierta las almas; no gaste su talento ociosamente en flores, que es inútil trabajo; pues es pescador de hombres, eche la red de manera que caigan los hombres, no para coger el aplauso, que es un poco de aire y vanidad, y acuérdese de la cuenta que le ha de pedir Dios de tan alto ministerio”.2 A los confesores y predicadores les rogaba que persuadieran a sus penitentes y oyentes de que la oración es el remedio universal para todas las enfermedades del cuerpo y del alma. Nunca dejó de rezar el rosario, en el cual consideraba que las oraciones vocal y mental estaban muy bien conjugadas. Los éxtasis de Rosa de Santa María eran tan frecuentes que le bastaba entrar en oración para que su espíritu subiera a las más altas cumbres. Llena de gratitud, dedicaba determinadas horas del día para agradecer a Dios por los innumerables beneficios que recibía. Meditaba constantemente en los atributos del Altísimo y veneraba a cada uno de ellos de modo particular. Con la ayuda de uno de sus hermanos, construyó una ermita en el jardín de su casa y en ella pasó a vivir retirada. Allí experimentó todos los fenómenos de la vida mística. Los frecuentadores del convento del Rosario a cierta altura notaron que ella, contrariamente a su costumbre, dejó de asistir a la santa misa de todos los días. Rosa respondió que no necesitaba salir de su ermita para asistirla, pues, desde su retiro, veía y oía cuantas misas se celebraban en el hospital del Espíritu Santo y en el convento de San Agustín. Rosa sufrió también muchas pruebas espirituales, llegando a ser tentada de que no salvaría su alma. Una vez en que presentaba a Nuestro Señor ese gran temor, Él le dijo: “Hija, ten buen ánimo, que yo a ninguno condeno, sino a aquel que quiere condenarse”.3 Santa Rosa de Lima falleció el 24 de agosto de 1617, a los 31 años de edad, siendo canonizada en 1672.
Notas.- 1. Edelvives, Santa Rosa de Lima, in El santo de cada día, Editorial Luis Vives, Zaragoza 1948, p. 613. 2. P. Pedro de Ribadeneyra SJ, Santa Rosa de Santa María, Virgen, in Flos Sanctorum, apud Dr. Eduardo María de Vilarrasa, La Leyenda de Oro, L. González y Cía. Editores, Barcelona 1897, t. III, p. 377. 3. Idem., p. 378. Otras obras consultadas.- * P. Juan Croiset SJ, Santa Rosa de Lima, Virgen, in Año Cristiano, Saturnino Calleja, Madrid 1901, t. III, p. 656 y s. * Les Petits Bollandistes, Sainte Rose de Sainte-Marie o de Lima, in Vies des Saints, Bloud et Barral, Libraires-Éditeurs, París 1882, t. X, p. 337 y s.
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