PREGUNTA Me encuentro sin luz y sin fuerzas. He sufrido por malos pensamientos o dudas contra la fe, pero me quedo siempre sin saber si consentí o no en ellos. Intento aclarar esto y comienzo a analizar mi propia conciencia, pero ahí las dudas contra la fe regresan. Y entonces pienso que pequé al colocarme en una ocasión de pecado por esa introspección. Así voy quedando cada vez más atormentada y sin conseguir salir de ese círculo vicioso. Desde ya le agradezco sus consejos. RESPUESTA
La consultante parece estar sufriendo una enfermedad espiritual muy perniciosa para el progreso en la santificación, cuyo nombre es escrúpulo. Para una mejor comprensión de los motivos que vuelven el escrúpulo enfermizo, es necesario desarrollar previamente algunas nociones básicas sobre la conciencia moral. En su sentido propio, la conciencia es un juicio que la razón práctica hace sobre la bondad o culpabilidad de determinada acción. Como la vida es compleja, la conciencia puede ser segura, probable o dudosa, del punto de vista de la seguridad de ese juicio en un caso concreto. La conciencia segura pronuncia su juicio sin temor a equivocarse. La conciencia probable emite un juicio apoyado en un motivo serio, pero con un temor fundado de eventualmente poder estar equivocada. La conciencia dudosa evita pronunciarse porque vacila, y la vacilación puede ser por una duda en cuanto a la moralidad de la acción en sí misma, o bien por una duda en cuanto a la situación ante la cual se está. La moral ordena que la conciencia cierta siempre debe ser seguida, es decir, se debe practicar una acción cuando la conciencia la aprueba y, del mismo modo, rechazar una acción cuando la conciencia la prohíbe. Cuando la conciencia tiene la seguridad de algo, pero objetivamente esa seguridad no confiere con la realidad, aún así debe ser seguida. Por ejemplo, una persona puede creer con seguridad que el día de hoy la abstinencia de carne es obligatoria, pero de hecho la abstinencia no está prescrita para hoy. En este caso, ella no debe comer carne, y peca si lo hace. Por eso, es muy importante que la conciencia esté bien formada, con base en los diez mandamientos y en los principios de la moral. De ese punto de vista, cuando se trata de un estado permanente, la conciencia puede ser delicada, laxa o escrupulosa. Conciencia delicada, laxa y escrupulosa Cuando la conciencia es delicada, habitualmente pronuncia juicios relativamente fáciles y objetivamente acertados, incluso ante situaciones en las cuales hay apenas pequeños matices para distinguir si es un bien o un mal. Una persona con conciencia delicada busca conocer sus defectos y reconocer sus pequeñas caídas. Los considera debilidades, imperfecciones o incluso pecado venial si es el caso, pero no los confunde con el pecado mortal. Y trata de corregirse de ellos por amor a Dios, o sea, no consiente en nada pecaminoso, incluso en materias leves, y para permanecer fiel a Dios, huye siempre de las ocasiones que podrían ser dañinas para su vida espiritual. Se alarma cuando los pecados son reales, pero no con los puramente imaginarios. La conciencia laxa juzga habitualmente con base en motivos insuficientes, que una cosa es permitida, aunque en realidad ella sea pecaminosa; o que algo es pecado venial, cuando en realidad se trata de pecado mortal. Al contrario, la conciencia escrupulosa teme por motivos fútiles y tortuosos cometer un pecado en cuestiones en las cuales no hay materia de pecado. O, si no, cree estar cometiendo un pecado mortal cuando la falta es apenas venial. La esencia del escrúpulo no consiste tanto en un error de juicio, sino en un estado de inquietud. Sea por causa de sugerencias de la imaginación, de impresiones muy vivas o de movimientos de la sensibilidad, el juicio hecho por la conciencia escrupulosa acaba siendo deformado. Cuanto más la persona tenga una sensibilidad muy viva, que la coloca en un estado de ansiedad y la hace perder la paz de alma, tanto más ella corre el riesgo de errar en la apreciación del valor moral de los actos y de sus disposiciones interiores en el momento de actuar. El escrúpulo se manifiesta por algunos síntomas muy característicos, pero no necesitan estar todos reunidos en la misma persona.
Del escrúpulo al desatino El más genérico de esos síntomas es la incapacidad que la persona tiene de llegar al sentimiento de seguridad en cuestiones de orden moral, o al menos en algunas áreas de la moralidad. Esa inseguridad la priva de la paz y de la alegría interior, la deja con la sensación de malestar espiritual, generando en ella una duda al respecto del conjunto de su actuación, de sus disposiciones íntimas o de su vida sobrenatural. Como esto concierne a lo que ella considera sus intereses más sagrados, a todo propósito ella vive torturada por el temor de cometer un pecado y hasta un pecado grave, inclusive en acciones perfectamente honestas o moralmente indiferentes. La angustia causada por ese temor obnubila la inteligencia y produce tal desatino interior, que una apreciación moral objetiva y sana se vuelve casi imposible. De ese estado enfermizo resulta una tendencia a multiplicar las confesiones, hasta de faltas ya confesadas anteriormente en el tribunal de la penitencia; la persona se pierde en detalles o en la narración de circunstancias cuyo conocimiento es inútil al confesor. No raras veces, al no sentirse convencido por las explicaciones del confesor o del director espiritual, el escrupuloso pide nuevas explicaciones. A veces va a consultar a otras personas, con la idea de que el confesor no lo comprendió, o al menos hizo una evaluación muy benigna de sus actos, de su estado de alma. Y puede suceder que poco a poco se vuelva obstinado en su propio desatino. Por eso, san Francisco de Sales comentaba que “los escrúpulos son hijos del orgullo más refinado”.
En la mayoría de los casos, el escrúpulo tiene una causa natural. Sea por falta de sanas recreaciones y de relación con otras personas, sea por agotamiento físico o psicológico temporal, sea aún por una disposición temperamental duradera, tendiente a la melancolía. También ocurre por la falta de conocimientos religiosos o de inteligencia necesarios para la solución práctica de cuestiones morales, lo que puede conducir a error en el juicio. Por ejemplo, cuando no se sabe distinguir entre la impresión y el consentimiento, entre la tentación y el pecado. A veces, influye en los escrupulosos un temor excesivo a la justicia divina, sin el debido contrapeso de la consideración de la misericordia de Dios. Los escrúpulos pueden también tener un origen preternatural, ya que el demonio puede actuar sobre las facultades sensitivas del hombre. En particular, puede actuar sobre la imaginación, y así sugerir temores que pueden llevar al abatimiento o a la desesperación; o hasta provocar una falsa piedad, basada en la atención excesiva de minucias y en la fidelidad a la letra, pero no al espíritu de las reglas de la vida espiritual. Oración y auxilio sobrenatural Además de los efectos perjudiciales para la salud, los daños morales a consecuencia del escrúpulo son nefastos: al figurarse equivocadamente en estado de pecado grave, la persona corre el riesgo de perder la confianza en Dios y en la virtud teologal de la esperanza; absorbida por las dificultades interiores, la oración se vuelve penosa; recibir la sagrada comunión puede resultar angustiante, por el temor infundado de cometer un sacrilegio; finalmente, se puede llegar al abandono de todo esfuerzo de santificación. Como en todos los campos de la vida espiritual, el principal remedio para el escrúpulo es la oración, pidiendo a Dios con fervor, por medio de María Santísima, las luces sobrenaturales necesarias para ver con claridad y seguridad, y así poder rectificar los juicios equivocados que la angustia inspira en el alma. El segundo gran remedio, recomendado por todos los maestros de la vida espiritual, especialmente por san Alfonso María de Ligorio, es la obediencia incondicional a un director espiritual prudente y docto, que sabrá dar reglas de conducta concisas y precisas. Por lo demás, las personas escrupulosas deben guiarse por el axioma lex dubia, lex nulla (es decir, una ley o regla dudosa es nula). Por lo tanto deben considerar sin efecto cualquier ley, obligación o prohibición dudosa, así como cualquier temor de pecar que sea motivado por la duda. Después de una tentación o de una acción, si la persona no tiene la seguridad absoluta de que consintió en la tentación o de que cometió un pecado, se debe comportar en la práctica como si no hubiese sucumbido, y por lo tanto considerarse en la gracia de Dios.
Otra regla práctica muy valiosa para los escrupulosos es no repetir oraciones, actos de piedad y lecturas espirituales, llevados por la impresión de haberlos hecho de manera distraída o sin recta intención. Los escrúpulos constituyen un mal muy pernicioso para la vida espiritual, pero ese mal tiene remedio. Además de ser observadas las sugerencias que presentamos, es necesario tener una gran devoción a la Santísima Virgen y confiar plenamente en su maternal protección y en su insondable misericordia.
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