Misión específica de los laicos en el apostolado del Mensaje de Fátima El apostolado de San Francisco Javier en el Japón trajo para la Iglesia Católica un número incontable de almas. Sin embargo, como era de prever, se desató una persecución que produjo una cohorte de mártires en Nagasaki, Shimabara y varios otros lugares, y finalmente un decreto prohibió todo culto católico en aquella nación. Solamente 250 años después, aprovechando un tratado comercial de Japón con las naciones occidentales, se autorizó a algunos misioneros católicos la asistencia religiosa a extranjeros y para ese fin levantaron una iglesia. Cierto día uno de los misioneros, el Padre Petitjean, observó a un grupo de cerca de quince personas, hombres, mujeres y niños, frente a la iglesia. Movido por un feliz presentimiento, el sacerdote abrió la puerta, entró en la iglesia y se arrodilló frente al altar mayor. Pocos minutos después, tres mujeres de unos 50 ó 60 años de edad se arrodillaron al lado del sacerdote y una de ellas le dijo: “el corazón de todas nosotras es el mismo que el vuestro”. Sobrecogido por una profunda emoción, el misionero se enteró de la existencia de una comunidad católica que permaneció fiel a la Iglesia, en la clandestinidad, sin la asistencia de sacerdotes ni sacramentos ¡durante dos siglos y medio!
El catolicismo poco a poco se expandió en el país del sol naciente. Sin embargo, numerosos inmigrantes japoneses —descendientes de aquellos héroes que habían resistido siglos de persecución— emigraron a países occidentales en donde se fueron alejando de la práctica de la Fe hasta volverse ateos. ¡Las consecuencias de la decadencia moral y de la secularización del mundo occidental fueron más devastadoras que la persecución de una sociedad pagana! Consagración del mundo y secularización: conceptos antagónicos Ante todo, para dejar claros los principios, es necesario reconocer con alegría y veneración que la misión propia de la Sagrada Jerarquía es incomparablemente superior a la del laico. Nada nos impide considerar, sin embargo, la grandeza de la misión que la Iglesia señala a los laicos, desde los tiempos apostólicos. La naturaleza de esta misión fue siendo explicada con mayor claridad en el siglo XX, especialmente bajo los Pontificados de Pío XI y Pío XII. En la alocución del 5 de octubre de 1957, para el II Congreso Mundial del apostolado Laico, Pío XII afirmaba: “Las relaciones entre la Iglesia y el mundo exigen la intervención de los apóstoles laicos, La consecratio mundi es, esencialmente, obra de los propios laicos” (Discorsi e Radiomessaggi, vol. XIX, p. 459). La magnífica expresión consecratio mundi (consagración del mundo) se opone a la secularización del mundo, término utilizado con frecuencia en documentos de la Santa Sede para designar la laicización del mundo moderno. El secularismo puede ser definido como el exilio de Dios, el exilio de lo sagrado, sea de la vida individual, sea de la vida familiar, social o política. Podemos decir que, en oposición al secularismo, la sacralización del mundo consiste en impregnar la esfera temporal con los principios del Evangelio de Nuestro Señor Jesucristo, tarea esencialmente de los laicos católicos, de acuerdo con las enseñanzas del Papa Pío XII. Sacralización: el Reino de María Este es un aspecto del apostolado de Fátima que debe ser puesto en esencial realce. De hecho, la acción de los laicos no tiene un fin meramente negativo (es decir, combatir el secularismo), sino que debe aspirar a la sacralización del orden temporal, o sea, la implantación del Reino de Cristo en la Tierra. Es precisamente lo que Nuestra Señora prometió en Fátima cuando afirmó: “Por fin, mi Inmaculado Corazón triunfará”. — ¿Y en qué consiste el triunfo del Inmaculado Corazón de María? San Luis María Grignion de Montfort lo describe en el Tratado de la verdadera devoción a la Santísima Virgen: “¿Cuándo llegará ese tiempo dichoso en que la excelsa María sea establecida como Señora y Soberana en los corazones, para someterlos plenamente al imperio de su excelso y único Jesús? ¿Cuándo respirarán las almas a María como los cuerpos respiran el aire? Cosas maravillosas sucederán entonces en la tierra, donde el Espíritu Santo, al encontrar a su querida Esposa como reproducida en las almas, vendrá a ellas con la abundancia de sus dones y las llenará de ellos, especialmente del de sabiduría, para realizar maravillas de gracia... Ut adveniat regnum tuum, adveniat regnum Mariae — ¡Señor, para que venga tu reino, venga el reino de María!” (op. cit., nº 217). El Reino de María en la perspectiva de Fátima, será específicamente el Reino de su Inmaculado Corazón, es decir, el reino del corazón materno de la Madre de Dios.
De esta forma es fácil comprender que el Reino de María es idéntico al Reino de Cristo. Así lo define Pío XI en la encíclica Quas Primas, del 11 de diciembre de 1925, al instituir la fiesta de Cristo Rey: “El principado de nuestro Redentor comprende a todos los hombres (...) no hay diferencia alguna entre los individuos y las sociedades domésticas y civiles, pues los hombres reunidos en sociedad no están menos en poder de Cristo que individualmente. La misma es, a la verdad, la fuente de la salud privada y de la común (...) el mismo es, tanto para los ciudadanos en particular como para la cosa pública toda, el autor de la prosperidad y de la auténtica felicidad” (op. cit., Nº 12). ¡Qué lejos estamos de ese ideal! Cuánto se caminó, hasta en dirección opuesta al mismo, meta sin embargo señalada por el Mensaje de Fátima! Mensaje de Fátima, más urgente que nunca Juan Pablo II, en su primer viaje a Fátima el 13 de mayo de 1982, llamó la atención sobre la secularización del mundo moderno y la actualidad del Mensaje de Fátima: “El pecado adquirió así un fuerte derecho de ciudadanía y la negación de Dios se difundió en las ideologías, en las concepciones de los programas humanos”. De donde concluye el Pontífice: “Precisamente por eso, la invitación evangélica a la penitencia y a la conversión, expresada con las palabras de la Madre, continúa aún actual. Más actual que hace sesenta y cinco años. Y ahora más urgente” (Insegnamenti di Giovanni Paolo II, Librería Editrice Vaticana, 1982, vol. V, p. 1575). La civilización cristiana es fundamentalmente sacral El apostolado específico de Fátima que compete a los laicos consiste en combatir el secularismo dominante en el mundo moderno. Y en procurar reconstituir la civilización cristiana, fundamentalmente sacral. Los laicos católicos dedicados a esa tarea la llevan a cabo con convicción tanto mayor cuanto saben que, de acuerdo con el Mensaje de Fátima, Dios finalmente intervendrá en los acontecimientos humanos y hará que los días tenebrosos y llenos de angustia del secularismo cedan lugar a otros, en los cuales la Santa Ley de Dios sea acatada por las naciones y los hombres, en la feliz perspectiva de la salvación eterna. Será éste, según entendemos, el glorioso cumplimiento de la magnífica profecía de Nuestra Señora en Fátima: “Por fin, mi Inmaculado Corazón triunfará”.
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La Virgen de la Candelaria, Patrona de Puno |
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