Adolpho Lindenberg ¿Cuáles son los más antiguos recuerdos que guardo, con mucho cariño, de los tiempos en que mi primo hermano, Plinio Corrêa de Oliveira, era un joven y yo un niño? Ella exigía que sus cinco hijos y respectivos consortes fuesen a visitarla diariamente en su residencia situada en el elegante barrio de los Campos Elíseos. Esto permitió que yo tuviera con Plinio una relación prácticamente de hermanos.Nuestra diferencia de edad era de 16 años. Él vivía en la casa de nuestra abuela materna, Gabriela Ribeiro dos Santos. Nuestra abuela —matriarca de estilo antiguo, que marcó época en la sociedad paulista de fines del siglo XIX y comienzo del siglo XX— era monarquista. En el medio republicano en que vivía, nunca escondió sus relaciones con la princesa Isabel, hija de Don Pedro II, el último emperador del Brasil, entonces exiliada en Francia. Se podría hasta decir que mi abuela fue una expresión del Brasil antiguo; tenía hábitos en que se sentía el Imperio y el Brasil del interior. Un cuadro que pertenecía a Plinio, pintado por un conocido retratista francés, presenta a la abuela como una bella dama, con una mirada decidida, viva, inteligente y maternal (foto abajo izq.).
Me acuerdo que él era una persona alta para la época, casi 1.80 m, corpulento, extraordinariamente locuaz, dueño de una voz fuerte, risa fácil y contagiosa, comunicativo al extremo. En una palabra, una personalidad que se imponía por su presencia, pero que cautivaba por la afabilidad y atención dada a todos los que con él conversaban. En la espaciosa residencia, se hablaba y se discutía de todo: historia, religión, política, el gobierno Getúlio Vargas (surgido en 1930 de un golpe militar), monarquía, república, divorcio, hechos de cada día. Nunca vi a mi primo contando chistes, pero él tenía un gusto especial en presentar historietas y episodios históricos, con sus personajes pintorescos, paradigmáticos o incluso hilarantes. Conversaba con placer sobre todo lo que tuviera relación con el mundo cultural o con cuestiones doctrinarias. Con muchas metáforas, dichos espirituosos y análisis de personas, comparaciones sorprendentes intercaladas con grandes explicitaciones, pero también con característica casera y natural; su conversación siempre fue considerada entretenida, interesante y agradable, hasta por personas hostiles a su pensamiento. Un benedictino alemán, que iba frecuentemente a su estudio de abogado para tratar asuntos de la Orden, me confió que discordaba de casi todo lo que él decía, pero juzgaba su conversación de tal modo interesante, que nunca perdería la oportunidad de estar con él. Fue siempre un óptimo oyente. Acostumbraba decir: “Uno conversa sobre lo que el otro quiere, no sobre lo que uno quiere”. Atento, paciente con los tímidos, como que se zambullía en el mundo de los pensamientos de aquellos con quienes conversaba.
Hice de paso una referencia a Getúlio Vargas, y conviene aquí aclarar que Plinio siempre detestó el getulismo, un movimiento político que él consideraba igualitario y revolucionario, responsable del fin de la “República vieja”. Esta, que se caracterizaba por la alternancia de políticos tradicionales de Minas Gerais y São Paulo en el gobierno de la Nación —el esquema denominado “café con leche”, pues Minas era un estado lechero y São Paulo cafetero—, tenía vestigios aristocráticos, a pesar de ser un régimen republicano. Los llamados “coroneles” y los “barones del café” gobernaban entonces el país, y su alejamiento de las lides políticas abrió las puertas del Brasil a las ideologías totalitarias, que en menos de diez años llevaron al mundo a la mayor de sus guerras.
Ambiente familiar acogedor y tradicional Talleyrand, gran diplomático francés y eximio hombre de sociedad, comentó que no conocía bien lo que era la dulzura de vivir quien no conociera la sociedad anterior a la Revolución Francesa. Respetadas las proporciones, pienso que quien no conoció las delicias del bien vivir de una familia patriarcal, de la época de nuestra abuela, tiene dificultad para comprender cómo un ambiente familiar puede ser tan acogedor, agradable, armonioso y lleno de vida. Plinio vivió en ese medio, hizo parte de él y lo analizó meticulosamente. Fue en ese círculo social que pudo observar cómo los prejuicios, tendencias y mentalidades pueden predisponer a las personas para adherirse a esta o aquella ideología.
Él guardaba muy vivos los recuerdos de aquella época. Tres meses antes de su muerte, estando ya enfermo y debilitado, tuve la última conversación a solas con él. Hacia el fin del encuentro, comenzó a recordar y a discurrir sobre los antiguos tiempos, sus relaciones con su hermana Rosenda (Rosée, para los íntimos), primos y amigos, el ambiente —tan vivo de un lado, y tan serio de otro— que reinaba en la casa de la abuela. Quedé inmóvil y no lo interrumpí, comprendiendo cómo él, aún mucho más que yo, sentía nostalgia del recto orden, seriedad y bienestar de aquel pequeño mundo, tan agradablemente patriarcal. ¿Habrá contribuido ese ambiente para aumentar en Plinio su amor a la tradición? Creo que sí. Al final de la conversación, él agradeció mi atención en oírlo discurrir tan ampliamente sobre viejos recuerdos, y se retiró. Poco tiempo después, en octubre de 1995, ya no estaba entre nosotros. Fue en la convivencia con nuestra abuela, sus padres, su tío Gabriel, su hermana Rosée, sus ocho primos y los amigos que frecuentaban regularmente la casa, que él pasó su infancia y adolescencia, comenzó a ordenar y estructurar sus pensamientos, formó su carácter. Fue ese el fundamento que le posibilitó después dedicar su vida a la Iglesia y convertirse en el “Cruzado del siglo XX”, como tan bien lo llamó el Prof. Roberto de Mattei al escribir su biografía. Doña Lucilia: católica, monarquista y tradicionalista
Si quisiésemos destacar la nota característica de su personalidad, yo diría que tía Lucilia encarnaba el ideal perfecto de la madre católica, en toda la extensión del término Para una mejor comprensión de la personalidad de Plinio, nada más adecuado que comenzar por conocer de cerca la figura muy especial, que me es muy próxima y muy querida, que fue su madre, tía Lucilia, hermana de mi madre. Si quisiésemos destacar la nota característica de su personalidad, yo diría que tía Lucilia encarnaba el ideal perfecto de la madre católica, en toda la extensión del término. No sólo de madre, sino también de esposa, hija y tía. Siendo ella la mayor de las hermanas, cuidó de la abuela durante el largo período de su enfermedad, como era la costumbre de aquellos tiempos. “Lucilia se anuló, se alejó de todo para cuidar a su madre, día y noche, como si fuese una enfermera”: este era el comentario más frecuente sobre ella, hecho por la parentela, que conservé en la memoria. Con el correr del tiempo, pude valorar cuán penosa debe haber sido esa misión, pues la abuela fue una persona con innumerables cualidades, pero la paciencia ciertamente no era la mayor de ellas. La razón de su “anulación”, sin embargo, conforme pude observar a lo largo de los años, se debe al hecho de que ella, siendo católica a ultranza, monarquista y tradicionalista, no pactó de modo alguno con el relajamiento de las costumbres, con las modas extravagantes ni con la glorificación del progreso; en fin, con aquello que pasó a denominarse “mundo moderno”. En esta postura, ella fue la fuente de la aversión de Plinio a todo cuanto era modernizante, poco ceremonioso e igualitario. Doña Lucilia fue la fuente de la aversión de Plinio por todo cuanto era modernizante, poco ceremonioso e igualitario Quien no conoció a tía Lucilia, tendrá dificultad para entender al hijo. Fueron muy próximos la vida entera, con temperamentos y gustos en perfecta sintonía. Él hacía de todo para agradarla, y ella, a su vez, tenía la atención totalmente puesta en su hijo. Me acuerdo de que todos los días Plinio, ya hombre hecho, después de la cena reservaba veinte minutos para conversar con ella, hábito ese que mantuvo hasta cuando estaba ocupadísimo con trabajos urgentes. Después que él sufrió un revés en su labor apostólica, ella lo consoló con una frase que sintetizaba perfectamente su modo de sentir las cosas: “Hijo mío, lo importante en la vida es estar juntos, mirarse y quererse bien”. Y eso ellos lo practicaban. El resto, sea lo que sea —ambiciones, éxitos, fracasos–– para ella contaba mucho menos. Plinio siempre recordó esta frase hasta el fin de su vida, edificado y nostálgico. Me acuerdo muy bien de tía Lucilia, viniendo a visitarme cuando yo estaba enfermo, acometido por las clásicas dolencias de la infancia. Ella me leía Los tres mosqueteros y tantos otros libros que exaltaban el heroísmo, la fidelidad y la unión más absoluta entre los amigos. Inútil decir que la lectura era salpicada por consejos, advertencias sobre los peligros que encontraría a lo largo de mi vida, además de mil agrados. ¿Habrá ella tenido conciencia de que, haciéndolo así, me estaba preparando para convertirme en un fiel seguidor de su hijo? Una dama ceremoniosa y acogedora Tengo la certeza de que nunca vi —y creo que pocas personas vieron— una mirada tan dulce, expresiva, acogedora y profunda como la de tía Lucilia Tía Lucilia nunca tiñó ni usó corto el cabello, no se pintaba, usaba vestidos discretísimos. En otras palabras, se tenía la impresión de que era una señora de una generación anterior, ceremoniosa y acogedora. Su mayor atributo era la mirada. Tengo certeza de que nunca vi —y creo que pocas personas vieron— una mirada tan dulce, expresiva, acogedora y profunda. ¿Triste? ––se podría preguntar. A veces, sí; melancólica, no. Voy a intentar recordar, en pocas palabras, un trazo muy huidizo de esa mirada, sobre la cual nunca vi a nadie referirse: al hablar con sus sobrinos o con los jóvenes que frecuentaban la casa, se veía en su mirada como que un desafío, un reto, un convite para que enfrentasen las vicisitudes de la vida —la cruz, que todos tenemos que cargar— con gallardía, ánimo y alegría; pues no pensemos que ella, por razones de su aislamiento, enfermedades y cierta carencia de recursos materiales, se sintiera menos feliz que ellos. Para ella, la resignación, la connaturalidad con el sufrimiento, la noción de que los valores fundamentales de la vida son de orden moral, hacían parte de su modo de vivir y de observar las cosas. Según ella, existe entre el bien y el mal una oposición radical, adversa a concesiones o a medios términos. Dios existe, Nuestro Señor fundó la Iglesia, que es infalible y nos debe guiar. Sus devociones principales fueron hacia el Sagrado Corazón de Jesús y hacia la Santísima Virgen. El resto le era totalmente secundario, y sólo valía en la medida en que fuese virtuoso, bello y consonante con la doctrina católica. El pecado, la fealdad, la suciedad, la anormalidad se equivalen, y deben ser rechazados con toda la fuerza del alma. No tengo dudas de que las devociones de tía Lucilia y su visión del mundo —sencillas por un lado, plenas de certeza por otro— fueron transmitidas, por la leche materna, a su hijo muy querido. En una infancia calmada, se forjó un aguerrido polemista Quien conoció a Plinio en el apogeo de sus polémicas contra el progresismo católico, el agrorreformismo socialista y tantos otros movimientos revolucionarios, tal vez tenga dificultad en comprender que su natural era muy pacífico y sensato; hasta alegre, se podría decir. Por lo que se contaba en la familia, y las fotografías de aquel tiempo lo confirman, en su infancia fue un niño de temperamento calmado, pacífico (todo lo contrario de su hermana), un poco soñador, aún desarmado para oponerse a la brutalidad de sus futuros compañeros de colegio; detestaba los debates acalorados, griterías, malas palabras sobre todo. Le gustaba intercambiar ideas con sus primos y amigos, pero siempre que las discusiones se calentaban, prefería darlas por terminadas. Una antigua fotografía, perteneciente a la familia, muestra a Rosée a los siete años, pequeña, viva y atenta, andando por una vereda y jalando de la mano al hermano —dos años menor, pero ya de su estatura— que con aire absorto y distraído miraba hacia algún punto indefinido del horizonte. La institutriz alemana Fräulein Mathilde siempre comentó cómo los dos hermanos eran diferentes: Rosée, alerta, desconfiada, ágil para defender sus prerrogativas; Plinio, meditativo, sensato, aún desarmado contra la agresividad de los futuros malos compañeros de colegio, enemigo de desórdenes y discusiones, pensando tal vez en las delicias de un buen lonche preparado por su queridísima madre. Me acuerdo de haber notado, a pesar de ser yo aún pequeño, una característica que marcó toda la vida de mi primo: su presencia, sus ideas, sus certezas, principalmente, dividían al público de alto a bajo. Mi padre hacía no pocas restricciones al modo de pensar y actuar de Plinio. Yo, gracias sin duda a una protección muy especial de la Santísima Virgen, sin embargo, absorbía deslumbrado las descripciones que él hacía del Ancien Régime y la narración de las memorias de tantas figuras de realce de la historia, particularmente la francesa. A menudo Plinio recordaba un consejo que había recibido de su padre, el Dr. João Paulo. Cierto día, no sé cuándo, después de una magnífica disertación de otro tío durante una reunión familiar, el tío João Paulo llamó a su hijo y le dijo: “Plinio, presta atención. Viste como tu tío es un buen expositor, agradó a todos. Pero él no fue preciso al enunciar su pensamiento. Él es siempre así, el pensamiento no sale con precisión. Hijo mío, nunca seas así. Esfuérzate. El enunciado de tu pensamiento tiene de ser siempre preciso, nítido”. Él tenía la tendencia de expresar el concepto de forma muy adaptada a quien lo oía o leía, no obstante, sin desfigurarlo en nada; y aún de relacionarlo con hechos de actualidad o con alguna realidad humana, que lo hacía más fácil de ser entendido por quien lo oía. Esta debe ser, tal vez, la razón de la crítica infundada que algunos hacían a su modo de discutir, afirmando que su raciocinio era “psicologizado”. En realidad, gracias a su agudo sentido psicológico, él percibía las menores variaciones de los estados de alma de sus interlocutores. La “Contra-Revolución” en marcha Sin haber aún montado la estructura de su obra Revolución y Contra-Revolución —que recién vino a luz en 1959—, su persona ya era la Contra-Revolución en marcha Como es de imaginarse, en su modo de vestir, comportarse, hablar, tejer elogios a épocas pasadas, y sobre todo criticar al mundo moderno, Plinio era un contra-revolucionario total, sin disposición para concesiones. Sin haber aún montado la estructura de su obra Revolución y Contra-Revolución —que recién vino a luz en 1959—, su persona ya era la Contra-Revolución en marcha. Monarquista, entusiasta del Ancien Régime, contrario a las modas extravagantes, crítico acerbo del arte contemporáneo y de la influencia hollywoodiana en nuestras costumbres, desconfiado de los supuestos beneficios de la industrialización y del progreso, él manifestaba por los cuatro costados una oposición vehemente a todo lo que participara de los errores modernos. En lo que se refiere a la arquitectura, su preferencia, su entusiasmo, su encanto, siempre fue por el gótico, estilo que no fue heredado de una civilización pagana, sino fruto de una civilización verdaderamente cristiana, la Edad Media. En el estilo gótico, Plinio apreciaba enormemente los rosetones multicolores y los vitrales de las catedrales. Viviendo en un ambiente en que algunos manifestaban admiración por el estilo moderno, puede imaginarse el escenario de vivísimas polémicas en que se transformó la casa de la abuela. Si las polémicas aparentaban un ambiente tenso entre tíos y sobrinos, por otro lado el contacto diario era animadísimo, y eso en gran parte por la alegría y jovialidad con que Plinio participaba de bromas, de conversaciones sin fin. Y sobre todo de cenas opulentas en restaurantes alemanes e italianos, que en la época comenzaron a abrirse en São Paulo.
Lo que distinguía sus comidas eran los comentarios que hacía —esos, sí, feroces— sobre las virtudes de los diversos platos Me acuerdo también de su asombroso apetito. En sus almuerzos y cenas, comenzaba por comer algunas tajadas de pan con bastante mantequilla; después se servía una entrada seguida por el plato principal; y al final, dulces, frutas o helados. Lo que distinguía a sus comidas eran los comentarios que hacía —esos, sí, feroces— sobre las virtudes de los diversos platos. ¿Cuáles eran sus preferencias? ¿Qué no le gustaba? En esto era un fiel seguidor del literato portugués Eça de Queiroz, para quien todos los platos, elaborados o simples, son deliciosos, con tal que sus ingredientes sean de primera calidad, preparados con esmero y servidos pródigamente. Era de una personalidad extrovertida, exuberante, de buen humor y benévolo. Con su figura imponente, era ceremonioso al extremo, pero afable y siempre interesado en los asuntos propuestos por sus interlocutores. Me acuerdo muy bien de una cena en la casa de una tía nuestra, durante la cual él se sentó al lado de una ginecóloga. Oyó con tanto interés sus digresiones sobre la necesidad de que sean construidas más maternidades en la ciudad, que al final se asombró al saber que hablaba con un abogado y no con un médico. Profundo discernimiento de las características de los pueblos Tía Lucilia, a pesar de sus limitados recursos financieros y de su preferencia absoluta por todo lo que fuese francés —parcialidad esa siempre criticada por mi padre, germanófilo a ultranza—, contrató una institutriz bávara para educar a sus hijos, Rosée y Plinio. Fräulein Mathilde, católica, monarquista, culta, europea a más no poder, abrió los ojos de sus pupilos para los esplendores de la Edad Media, los llevó a admirar las grandes figuras del pasado, disertó sobre el trágico final de la mayoría de las familias reinantes en Europa. Esta apertura de horizontes permitió a Plinio, años después, discurrir con frecuencia y gusto sobre las cualidades y limitaciones de cada pueblo europeo. Las comparaciones que hacía sobre las características de los franceses, alemanes, ingleses, italianos, españoles, húngaros, etc. eran tan interesantes que podrían perfectamente ser publicadas. Me acuerdo de la afirmación de un español que sólo comprendió la grandeza de su tierra natal después de haber asistido a una conferencia en la cual Plinio elogiaba los trazos del espíritu de cruzada aún existentes en el alma española, la altivez y el espíritu varonil del carácter ibérico, el destino glorioso que aún aguardaba a España en una futura época de civilización católica. Brillantes también fueron sus comparaciones entre prusianos y bávaros. Las conclusiones a que ellas conducían me llevaron a creer que la Fräulein Mathilde tuvo una no pequeña participación en esas apreciaciones. Admiración por los grandes personajes de la historia
En la imaginación de los dos hermanos, Plinio y Rosée, habitaban hadas, príncipes, cruzados, grandes santos, reyes, reinas, héroes y personajes de realce del Ancien Régime Hoy en día, la mente de los niños está poblada de monstruos o figuras de reinos imaginarios y paganos. No obstante, en la imaginación de los dos hermanos, Plinio y Rosée, habitaban hadas, príncipes, cruzados, grandes santos, reyes, reinas, héroes y personajes de realce del Ancien Régime. Así, figuras como Carlomagno, Roland, Santa Juana de Arco, Felipe II, Luis XIV, personajes de las célebres Memorias del duque de Saint-Simon y tantas otras, quedaron tan próximas a Plinio, al punto de que él se refería a ellas con la misma naturalidad con que sus primos se referían a los artistas de cine o a los jugadores de fútbol. Las conversaciones en la sala de los jóvenes en la casa de la abuela eran al menos curiosas: el galán de cine Rodolfo Valentino y el jugador de fútbol de los años 30 Friedenreich, alternándose muy armoniosamente con La Grande Mademoiselle [Ana María Luisa de Orleans, prima de Luis XVI], María Antonieta y Chateaubriand... Fräulein Mathilde les enseñó también a distinguir todo aquello que es honesto, noble, elevado, verdadero, de las cosas vulgares, ordinarias, falsas o mezquinas. Les llevó a comprender que la educación y la elevación del espíritu son valores intrínsecamente superiores a la riqueza material y a las glorias efímeras que el mundo puede ofrecer. Así se comprende cómo, desde pequeño, Plinio conoció el primado de la cultura, de la fineza y del espíritu aristocrático. No fue sin razón, por consiguiente, que dos realidades disputaban la primacía dentro de mi cabeza de niño: el mundo de mis otros primos ––corriente, banal, con prevalencia de lo inmediato, lleno de contradicciones, materialista y hedonista–– y el mundo de Plinio, con sus absolutos, sus grandezas, sus cumbres del espíritu a ser alcanzadas. Certeza de sus convicciones y santa intransigencia
Como alumno de los jesuitas, Plinio aprendió desde temprano el arte de las disputas ideológicas, los meandros de la buena argumentación, la habilidad para defenderse de falsos argumentos. Su placidez y objetividad constituirán también armas eficaces en las polémicas y persecuciones de que fue víctima. En efecto, él oía calmadamente los argumentos y las objeciones de sus interlocutores, y después los iba desmontando, rebatiendo, separando la verdad del error, y todo ello con una lógica ignaciana, en un tono de voz fuerte pero desapasionado. Su principal fuerza residía, sin embargo, en la certeza y seguridad de sus convicciones. El director de un colegio ––en el que fue a hacer una conferencia para los alumnos–– se quejó de que, siempre que invitaba a hablar a Plinio, el ambiente quedaba alborotado con discusiones, que se prolongaban por buen tiempo después de terminada la exposición. Yo respondí, elogiando el interés de los jóvenes por el debate de temas ideológicos, pero él fue perentorio: “¡Plinio es de una radicalidad insoportable. Debemos buscar el consenso, nunca la controversia!”. En realidad, él era tan contrario a los medios términos y concesiones en cuestiones de ortodoxia católica, que transmitía a muchos la impresión de excesiva intransigencia. Llegaron injustamente a acusarlo de fanático. Su ardiente anhelo por una civilización ideal
Esta impresión de intransigencia y de espíritu categórico que Plinio causaba era reforzada por la vitalidad y el arrojo con que defendía verdades hace tiempo olvidadas. En una época en que ser católico practicante e ir a misa era solo para las mujeres, en que los hombres en su inmensa mayoría eran positivistas, masones y liberales, él, con su voz fuerte, proclamaba en alto y sonoramente que la moral católica debía ser practicada por todos, mujeres y hombres. En una época en que en los medios católicos solo se alababan la paciencia, la humildad y la conformidad, él decía que los católicos debían afirmar su fe con arrojo, ser combativos y capaces de vencer a los enemigos de la Santa Madre Iglesia. Más aún, que deberían aglutinarse y formar un movimiento que tuviera las condiciones de influir en los destinos del país y alterar el rumbo de los acontecimientos. En una época en que ser católico practicante e ir a misa era solo para las mujeres, en que los hombres en su inmensa mayoría eran positivistas, masones y liberales, él, con su voz fuerte, proclamaba en alto y sonoramente que la moral católica debía ser practicada por todos, mujeres y hombres Amigos más próximos de Plinio, todos aprendimos con él, a lo largo de nuestras vidas, a desear una sociedad ideal, en una civilización auténticamente cristiana —sustentada en los escritos de San Luis Grignion de Montfort—, llamada entre nosotros, el Reino de María. Tal sociedad deberá tener un tono sacral, una organización social orgánica y jerárquica, y reflejar la doctrina católica en toda la amplitud de esta expresión. En mi estrecha relación con Plinio, pude constatar cómo él era un modelo vivo, una prefigura de esa futura sociedad ideal. Una personalidad suscitada por Dios ¿Cómo esta germinación fue posible en una ciudad moderna, incrustada en el Nuevo Mundo? ¿Por una gracia especialísima de la Santísima Virgen? Ciertamente sí. Pero ello nos lleva a otras consideraciones: si Dios suscitó una personalidad como la del Dr. Plinio, ¿no será esto una primera gracia y un primer paso para un cambio radical en el rumbo de los acontecimientos? ¿No estará próxima la restauración de la civilización cristiana?En estas líneas, intenté dar algunos trazos de cómo Plinio, desde niño, ya respiraba valores contra-revolucionarios. Con los años, él creció ultramontano —como eran llamados en el siglo XIX los católicos antiliberales y fieles al Papado—, monarquista, antimodernista, católico en todas sus manifestaciones. Con la lectura de autores como De Bonald, Donoso Cortés, Veuillot, y de numerosos santos como San Pío X (foto en la pág. siguiente), él explicitó y formuló de modo sistemático sus teorías, su Weltanschauung (visión del universo), aunque todas ellas ya existían en su alma en estado germinal. Consideración del pasado con miras al futuro Con la lectura de autores como De Bonald, Donoso Cortés, Veuillot, y de numerosos santos como San Pío X, él explicitó y formuló de modo sistemático sus teorías, su Weltanschauung (visión del universo), aunque todas ellas ya existían en su alma en estado germinal
Sin embargo, sabemos que la tradición no se opone al futuro, apenas postula que sean respetados el rumbo, los hábitos y las leyes por ella establecidos a lo largo de las generaciones. El Dr. Plinio, en los años 1940 y 1950, leyó los discursos de Pío XII a la Nobleza y al Patriciado romanos, y tejió muchos y magníficos comentarios al respecto. Tales comentarios, después los compiló y completó en su último libro, publicado en 1993: “Nobleza y élites tradicionales análogas en las alocuciones de Pío XII al Patriciado y a la Nobleza romana”.Estas consideraciones conducen a la última parte de este artículo: Plinio Corrêa de Oliveira y el futuro. La más común, la más contundente de las acusaciones hechas a los movimientos tradicionalistas es la de que son nostálgicos, están vueltos al culto del pasado, manifiestan desagrado o hasta aversión a todo lo que es actual y se contentan con derramar lágrimas sobre los infortunios que se acumulan sobre sus cabezas.
Además de detectar las señales de la proximidad del gran castigo previsto en Fátima en 1917, procuramos seguir la evolución del arte contemporáneo y de las costumbres en su senda hacia el más abyecto de los satanismos Por consiguiente podemos afirmar que de ningún modo sus discípulos cerramos los ojos al futuro. Al contrario, consideramos un seguimiento de los nuevos rumbos de la cultura y de la política como una de las actividades primordiales. Además de acompañar con lupa las noticias para entrever en ellas los próximos pasos de la Revolución anticristiana, y al mismo tiempo detectar las señales de la proximidad del gran castigo previsto en Fátima en 1917 —al cual Plinio, en lenguaje casero, denominaba Bagarre (refriega, en francés)—, procuramos seguir la evolución del arte contemporáneo y de las costumbres en su senda hacia el más abyecto de los satanismos. Nos esforzamos igualmente en descubrir los intereses y planes de las fuerzas más decisivas que buscan la expansión del mal en todas las naciones, entre las cuales está ciertamente el islamismo revolucionario. Todo ello sin desatender las polémicas que mantenemos con el progresismo y las campañas contra el agrorreformismo, la práctica homosexual, el aborto, etc. Confianza en la Santísima Virgen y certeza de su victoria
Interpretando el pensamiento del Dr. Plinio, puedo decir que éxitos parciales —y esos los hemos alcanzado— deben servir de pedestal para conquistas más arduas, preten-diendo la victoria final señalada por él como el Reino de María ¿Qué pensar sobre el futuro? Primeramente, y procurando interpretar el pensamiento del Dr. Plinio, yo diría que lo más importante de todo es el empeño, la voluntad, la fuerza de alma con los cuales debemos actuar en nuestra lucha contra-revolucionaria. Escribo especialmente para los lectores de Tesoros de la Fe, algunos de los cuales ya nos acompañan desde sus comienzos, otros desde mitad del camino, y otros más recientemente. Pero todos, ciertamente, con muchas apetencias contra-revolucionarias. Algunos dedican su tiempo para dar continuidad a la obra de Plinio Corrêa de Oliveira, otros acompañan tal obra muy de cerca, otros un tanto distantes, pero todos de algún modo ya participaron u oyeron hablar de nuestras polémicas, campañas, libros, etc. En una palabra: acompañan los acontecimientos según un prisma que se aproxima a la visión que él nos dejó. Nuestra mirada hacia el futuro contiene la certeza de que, en determinado momento, la Providencia Divina intervendrá en los acontecimientos, pues sin un auxilio divino muy especial es prácticamente imposible revertir la marcha de los acontecimientos. En ese sentido, el mensaje de Fátima ––con su promesa “Por fin mi Inmaculado Corazón triunfará”––, para los católicos que desean ser enteramente fieles, constituye lo que en el pasado medieval galvanizaba el entusiasmo de los caballeros: el estandarte del rey, presente y participante de todas las batallas.Sin embargo, con todo respeto y seriedad, afirmo enfáticamente: todo eso es poco, está muy por debajo de lo que podemos hacer. Interpretando el pensamiento del Dr. Plinio, puedo decir que éxitos parciales ––y esos los hemos alcanzado–– deben servir de pedestal para conquistas más arduas, pretendiendo la victoria final señalada por él como el Reino de María, como arriba mencioné. El empeño cada vez mayor es la verdadera llave para la realización de la meta trazada por el Dr. Plinio. Este empeño consiste en procurar estudiar y actuar con el firme propósito de defender los ideales católicos y contra-revolucionarios. En el mundo moderno, esa es una batalla ardua. Pero en medio de los golpes, éxitos y derrotas, tenemos confianza en la Santísima Virgen y la certeza de que la victoria final será de Ella. Si la historia presenta ejemplos de pequeñas agrupaciones de guerreros seriamente dispuestos a alcanzar sus objetivos, que por eso derrotaron imperios, ¿por qué no esperar que la civilización cristiana triunfe? El Dr. Plinio siempre procuró en su vida detectar y estimular los movimientos que reaccionaban contra medidas revolucionarias, no apenas en el Brasil sino en el mundo entero. Debemos también detectar y apoyar a tales movimientos. Debemos mostrarles que los diversos puntos del programa revolucionario que ellos combaten están entrelazados, hacen parte de un movimiento único, calificado por el Dr. Plinio y otros pensadores católicos de Revolución universal. Movimientos inspirados en el pensamiento y en la lucha del Dr. Plinio surgieron durante su vida en muchos países, otros se están constituyendo en diversas partes, como por ejemplo uno que pude conocer recientemente, nacido en Polonia. Confieso que quedé entusiasmado. Un movimiento con intensa devoción a Nuestra Señora y fiel a la misión histórica del Dr. Plinio, que tiene un potencial para dar el rumbo correcto a aquella nación católica, tan castigada por el régimen comunista que la había subyugado. Así como en Polonia, en muchos otros lugares pueden nacer movimientos de católicos contra-revolucionarios. El Dr. Plinio utilizaba con frecuencia la expresión alemana vorwärts (adelante). Termino este artículo imaginando lo que él diría, si estuviese entre nosotros, a todos los que se empeñan en seguir sus ideales y el rumbo por él trazado. Creo que diría con un tono de voz de quien está conclamando a una cruzada: “Miremos el futuro, confiemos en la Santísima Virgen, y ¡vorwärts!” ♦
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