PREGUNTA Siempre entendí que la Redención, la remisión de los pecados, la salvación de las almas, fue merecida por la muerte de Jesucristo en la cruz [...]. El problema es que el párroco de la iglesia a la que concurro usa expresiones como “salvados por la Resurrección” o “méritos salvíficos de la Resurrección”. Cuando se refiere al Calvario, dice que es “la mayor demostración del amor de Dios por nosotros”, pero no lo asocia a la Salvación. La Resurrección siempre prevalece en sus sermones, hasta en Cuaresma y Semana Santa. Eso me ha dejado confundido. Por eso, pregunto: ¿qué relación hay entre la Resurrección de Jesús y la Redención? La Resurrección, ¿es la glorificación final de los redimidos (¡por la Cruz!) o es, también ella, meritoria para el perdón de los pecados? RESPUESTA Continúo este mes dando respuesta a la pregunta anterior, cuya primera parte fue publicada en la edición del mes pasado. Ella puede ser condensada en esta idea: aunque todas las acciones de Jesús, a lo largo de su vida, tengan para nosotros un valor redentor, y todas, en su conjunto, constituyan la Redención, su obra redentora alcanzó su punto culminante en el sacrificio de su muerte en la cruz. De ahí resulta que la muerte de Nuestro Señor es de manera prominente, si bien que no exclusiva, la causa eficiente de nuestra Redención. — ¿Cuál es, entonces, el papel de la Resurrección en el plan de salvación? El carácter salvífico de la Resurrección Del punto de vista apologético, la Resurrección fue el mayor de los milagros de Jesús y, en cuanto cumplimiento de las profecías, el argumento más decisivo de la veracidad de sus enseñanzas. Por eso, San Pablo puede decir: “Si Cristo no resucitó, es vana nuestra predicación, y vana también vuestra fe” (1Cor 15, 14). No obstante, en su Epístola a los Romanos, el Apóstol subraya el carácter salvífico de la Resurrección, presentándola como la consumación victoriosa de la obra redentora, mientras forma un todo con la Pasión y la muerte del Redentor, y, al mismo tiempo, figura de nuestra resurrección espiritual del pecado: “Por el bautismo fuimos sepultados con él en la muerte, para que, lo mismo que Cristo resucitó de entre los muertos por la gloria del Padre, así también nosotros andemos en una vida nueva” (Rom 6, 4). Es por ello que en el Triduo Pascual de la Semana Santa, después de vestirse de luto para conmemorar la Pasión de Nuestro Señor, la Iglesia estalla en un himno de alegría para celebrar su Resurrección y su victoria definitiva sobre la muerte y el pecado. Las novedades del liturgicismo Ese equilibrio se repite, a lo largo del año, en toda la vida de la Iglesia, y debe también marcar la vida de cada cristiano, en cuya alma algo del luto del Viernes Santo debe convivir armónicamente con la alegría del estado de gracia y de la esperanza del cielo. Lamentablemente, ese equilibrio se rompió con las novedades introducidas por el liturgicismo, que deseaba crear un ambiente festivo en las celebraciones litúrgicas. El cambio fue hecho en nombre de una nueva presentación del misterio de la Redención, etiquetada como Misterio Pascual. Como bien lo señaló el cardenal alemán Hermann Volk, la expresión Misterio Pascual no figura, como tal, ni en el Antiguo ni en el Nuevo Testamento y no había sido usada como categoría teológico-litúrgica en ningún documento magisterial de la Iglesia hasta el Concilio Vaticano II.1 Un artículo de A.M. Roguet en la revista francesa de liturgia La Maison-Dieu explica, del punto de vista progresista, la importancia de la introducción del nuevo concepto: “La Teología clásica llama dogma de la Redención a lo que nosotros llamamos Misterio Pascual. […] Pero la diferencia entre las dos expresiones no es despreciable.[...] Si tratamos de comparar las resonancias, las implicaciones de estas expresiones, cuyo contenido es casi idéntico, veremos más claramente lo que da originalidad y superioridad a la de Misterio Pascual. “Redención es un término negativo, ya que evoca la metáfora del rescate de un esclavo. Acentúa más aquello de quien es uno rescatado —de la muerte, del pecado— qué el término a donde se dirige. [...] La Redención es una imagen de orden jurídico, ya que se refiere a la liberación de un esclavo, a un cambio de estado jurídico. Es también una imagen de orden comercial, pues la palabra misma indica un rescate, el pago de una deuda.[…] A algunos les escandaliza el sentido de justicia que entraña, y encuentran en la Redención, presentada así, una objeción insuperable contra la bondad de Dios.[…] En la presentación del Misterio Pascual no se encuentran estos escollos. En él nuestra salvación aparece como causada por un acto vital y gratuito, una libre iniciativa de Dios, nacida solamente de su amor misericordioso.[…] “Cuando se pasa de la Redención al Misterio Pascual el acento cambia totalmente de sitio. Quien habla de Redención piensa en primer lugar en la Pasión y luego en la Resurrección como un complemento. En cambio, quien habla de Pascua, piensa primeramente en Cristo resucitado. La Resurrección no aparece entonces como un epílogo, sino como el término y el fin en que se resume el Misterio de Salvación”.2 * * *
Silencio sobre el valor expiatorio de la Pasión No tardó mucho en que ese “cambio de acento” diese origen a un total desequilibrio, que silencia el valor expiatorio de la Pasión de Nuestro Señor. El primero en saltar el abismo, poco después del fin del Concilio Vaticano II, fue el tristemente célebre Catecismo Holandés. Para él, mucho más de que la reparación de un orden violado, es “la bondad, el servicio y obediencia en la vida entera de Jesús”. “Muriendo voluntariamente, a causa del pecado, obedeciendo hasta el fin la voluntad del Padre, permaneciéndole fiel hasta la muerte y permaneciendo fiel a nosotros en el mismo amor, Jesús, resucitando a la vida, destruye el pecado”. Por lo tanto, para los autores del Catecismo Holandés, “no es Dios quien se reconcilia con nosotros, sino que nosotros somos reconciliados con Él. Así emplea la Escritura la palabra reconciliación. No evoca la imagen de un Dios airado, que se torna amigable, sino de un Dios creador que nos perdona por el sacrificio de la vida de Jesús. [...] Es, en suma, el hombre que es reconciliado y transformado”. En el diálogo entre representantes de la Santa Sede y teólogos del episcopado holandés, los primeros acusaron al nuevo Catecismo Holandés de apartar sistemáticamente “la idea de una reparación ofrecida por Jesús a su Padre en compensación por el pecado de los hombres” y de colocar en un segundo plano, y además con reservas, la ofrenda sacrifical realizada por Nuestro Señor. Por otra parte, los teólogos romanos afirmaban no ver “cómo se puede legítimamente decir que no es Dios quien debe ser propicio, o hacerse propicio con relación a nosotros, sino que nosotros debemos hacernos propicios con relación a Dios”. “La dolorosa reparación propiciatoria de Cristo”, concluían, “es una dimensión profunda y esencial del misterio revelado de la Redención”.3 La Comisión cardenalicia encargada de acompañar el diálogo avaló plenamente las conclusiones de los teólogos romanos y prohibió la difusión del Catecismo Holandés sin una rectificación de ese punto de doctrina, además de otros, como la virginidad de María Santísima y la existencia de los ángeles.4 La satisfacción vicaria de Jesucristo Poco después de estas discusiones, y para clausurar el Año de la Fe, Paulo VI publicó el 29 de junio de 1968 una versión ahondada de la Profesión de Fe, en la cual insistió que constasen dos trechos relativos a la satisfacción vicaria de Jesucristo: “Padeció bajo Poncio Pilatos; Cordero de Dios, que lleva los pecados del mundo, murió por nosotros clavado a la cruz, trayéndonos la salvación con la sangre de la redención […]. “Creemos que nuestro Señor Jesucristo nos redimió, por el sacrificio de la cruz, del pecado original y de todos los pecados personales cometidos por cada uno de nosotros, de modo que se mantenga verdadera la afirmación del Apóstol: ‘donde abundó el pecado, sobreabundó la gracia’ (cf. Rom 5, 20)”. Verdades éstas que el Catecismo de la Iglesia Católica, publicado por Juan Pablo II, desarrolló en los capítulos sobre La muerte redentora de Cristo en el designio divino de salvación y Cristo se ofreció a su Padre por nuestros pecados, que fueron bien resumidas en el n° 615 que dice: “Por su obediencia hasta la muerte, Jesús llevó a cabo la sustitución del Siervo doliente que ‘se dio a sí mismo en expiación’, ‘cuando llevó el pecado de muchos’, a quienes ‘justificará y cuyas culpas soportará’ (Is 53, 10-12). Jesús repara por nuestras faltas y satisface al Padre por nuestros pecados”. A partir de la doctrina del Misterio Pascual, teorías aún más radicales No obstante, estos esfuerzos de rectificación, en amplia medida, quedaron como letra muerta en los medios progresistas, en los cuales, en nombre de la doctrina del Misterio Pascual, salieron a luz teorías aún más radicales, poniendo el acento exclusivamente en la Resurrección. Para los innovadores, la doctrina tradicional “olvidaba que la Resurrección era el elemento definitivamente salvador”. Según ellos, la Redención no fue obtenida por Jesús para los hombres, sino que se realizó en el propio Cristo (¡sic!). “Para la teología jurídica [entiéndase: la teología tradicional] es preciso que Jesús sea Hijo de Dios para que pueda pagar infinitamente”, afirma, por ejemplo, el teólogo François-Xavier Durrwell, en un artículo de 1973. “En una teología del Misterio Pascual, la glorificación infinita de Jesús resucitado es lo que muestra que su muerte era la del Hijo de Dios; sólo él podía morir en una infinita acogida del infinito divino”. “El efecto global de la muerte, del mérito redentor, es la propia resurrección: Jesús se convierte en lo que en realidad era ya desde el principio; con él, un hombre queda elevado al mismo nivel de Dios, en el seno de la Trinidad”.5
Si la muerte y resurrección de Jesús son un acontecimiento personal, la salvación “no puede ‘distribuirse’ como una cosa y no es universal más que en la medida en que el mismo Cristo se hace, en la muerte y en la resurrección, universal. […] Jesús ‘murió por nosotros’ en cuanto que ‘viene’ hasta nosotros y se nos comunica”. “Nada será entonces personalmente de Cristo, porque todo será universal y eclesial, con su presencia constante entre los hombres”, concluye Durrwell, en un lance que hace recordar al Cristo Omega imaginado por el jesuita Teilhard de Chardin, cuyas extravagantes doctrinas fueron objeto de un Monitum (advertencia) de la Santa Sede. Espero que estas aclaraciones le sean útiles a nuestro consultante para confirmarlo en la fe, disipando la confusión creada en su espíritu por aquellos que silencian sistemáticamente el valor expiatorio y satisfactorio de la Pasión y Muerte de Nuestro Señor Jesucristo. Notas.
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La Hermana Lucía |
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La Resurrección de Jesús y la Redención - I Estimado Mons. Villac: Admiro mucho la forma como usted responde a las cuestiones que le son enviadas, siempre con la doctrina de Jesucristo, es decir, la doctrina católica. Mi duda es la siguiente: siempre entendí que la Redención, la remisión de los pecados, la salvación de las almas, fue merecida por la muerte de Jesucristo en la cruz, siendo su Resurrección consecuencia de la remisión de los pecados, pero no su causa. De ahí que la Cruz y el Calvario sean el centro de la espiritualidad católica... |
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