Patrona de Loja, Ecuador Esta admirable devoción mariana nos revela cómo la Providencia Divina a veces se vale de una calamidad para nuestro provecho y formación Valdis Grinsteins Las personas han perdido hoy, en gran medida, la noción del pecado. Si esta o aquella actitud incorrecta no tiene importancia para ellas, imaginan que lo mismo valdría para Dios. Se olvidan que Dios es la suma perfección, ante la cual sólo caben dos actitudes opuestas: negación total o aceptación apasionada. Por eso mismo es que nuestro destino se decide entre un cielo de perfecciones y un infierno de horrores. Frente a la perfección no hay lugar para la mediocridad. Por eso mismo, Dios quiere de nosotros un amor total, sin medios términos. El primer mandamiento —“Amar a Dios sobre todas las cosas”— es una comprobación de esta verdad. Es por ello también que la misericordia divina creó el Purgatorio, un lugar de purificación de aquellos que, aunque amando a Dios, son imperfectos y precisan purificarse para estar en condiciones de contemplarlo cara a cara en el cielo. El catecismo nos enseña que Dios abomina la falsedad, especialmente en las religiones falsas —que deforman el culto que le es debido. Hoy en día, en vista del relativismo reinante, muchos juzgan que cualquier acto “religioso” es agradable a Dios. Olvidan ellos, o pretenden olvidar, la existencia de personas malas que, para justificar sus vicios e intereses, inventan religiones y teologías absurdas, inmorales o hasta claramente diabólicas, o se unen a ellas. Un acto basado en tales “religiones” jamás podrá ser agradable a Dios, justamente por contrariar la verdad revelada por Él: “porque irritasteis a vuestro Creador, sacrificando a demonios, no a Dios” (Bar 4, 7). Al castigar tal acto, juntamente con la justicia, Dios ejerce la misericordia, pues conduce al hombre de vuelta a la verdadera religión y, por medio de ella, al camino del cielo. Es lo que nos enseña la historia de la Santísima Virgen del Cisne, venerada en el Ecuador. La Santísima Virgen convierte a los indios Aunque la conquista de lo que hoy en día es el Ecuador por los españoles haya sido relativamente rápida, no se dio lo mismo con la conversión de los indígenas a la fe católica. En muchos lugares ellos mezclaron la verdadera religión con sus antiguas supersticiones. En esa triste situación se encontraban los indios paltas, en la región comprendida por la ciudad de Loja. Como se resistían a abandonar los errores de sus antiguas supersticiones, el Creador hizo caer sobre ellos dos plagas simultáneas. Por un lado, una gran sequía, y por otro, la aparición de un incalculable número de ratas gigantes. Mientras la sequía impedía la normal cosecha, las ratas comían todo cuanto habían guardado. Resultado: el hambre.
Hoy el problema del hambre se soluciona con el transporte de víveres de un lugar a otro, hasta de un continente a otro. En aquella época eso era impensable. La única solución fue abandonar la región, con todos los inconvenientes que eso acarreaba. Estaban, pues, los naturales dispuestos a partir cuando, el día 12 de octubre de 1594, la Santísima Virgen se apareció a sus jefes en el poblado, diciéndoles: “Confiad en mí, pues voy a protegeros para que nunca más volváis a tener hambre. Aquí yo os quiero ayudar. Levantad en este lugar un templo, que yo siempre estaré con vosotros”. Los indios realizaron lo que la Madre de Dios les pidió. Y la edificación de la iglesia facilitó su conversión. Como deseaban una imagen de la Virgen, enviaron una delegación a Quito. Llegando allá, los comisionados vieron en la iglesia de Guápulo una imagen de Santa María de Guadalupe, como se la venera en la provincia de Cáceres en España, y encargaron una copia. Ésta fue confeccionada por el escultor español Diego de Robles y pasó a ser llamada Nuestra Señora del Cisne. «Levantad en este lugar un templo» ¿Cuál es el motivo de esa advocación, hasta hoy objeto de debate? Al par de algunas versiones totalmente fantasiosas, existen otras más serias. La más probable indica que el nombre proviene de la palabra quechua “cuizne”, que significa “lugar”. Como no es raro que suceda con algunas apariciones, la ingratitud llevó a los indios a olvidarse pocos años después de las misericordias recibidas, volviendo a mezclar la verdadera religión con todo tipo de superstición. Como El Cisne queda en lugar montañoso de difícil acceso, los sacerdotes tenían dificultad de ir hasta la iglesia para catequizar a los indios, lo que facilitaba la recaída de éstos en la práctica de sus cultos paganos. En vista de ello, Diego de Zorrilla, oidor de la Real Audiencia de Quito, determinó en 1617 que los naturales abandonasen aquel lugar y se mudaran al poblado de San Juan Bautista de Chuquiribamba, donde habían sacerdotes fijos, facilitando así su catequización. A pesar de que la intención de Zorrilla era buena, no correspondía a los designios de la Santísima Virgen. Pues aunque la presencia de los sacerdotes facilitase la conversión, el problema central era la aceptación interna, de parte de los indios, de las verdades de la fe. Además, María Santísima quería ayudarlos en aquel preciso lugar: “Aquí yo os quiero ayudar. Levantad en este lugar un templo, que yo siempre estaré con vosotros”. Por eso mismo, cuando los indios llegaron a la aldea de Chuquiribamba con la imagen, se desató una tremenda tempestad que destruyó casas y arrancó árboles de raíz. Tanto asustó a sus moradores que rogaron a los de El Cisne que regresaran a su tierra y se llevaran la santa imagen. Así lo hicieron y casi al instante la tormenta se aplacó. Las autoridades no insistieron más en la mudanza. La fuente milagrosa Hacia el año 1800, un devoto peruano, que había sido milagrosamente curado de una grave enfermedad por la Virgen del Cisne, prometió desplazarse a pie hasta su santuario como filial agradecimiento. Antes de llegar a El Cisne, mientras subía la pronunciada cuesta de la Alhaja, comenzó a fatigarse y a sentir una profunda sed. Le faltaron las fuerzas y cayó desmayado y en tan angustiante situación pronunció, con un hilo de voz, la siguiente oración: “Madre mía del Cisne, ¿cómo consientes que muera antes de llegar a tu santuario, a donde voy a darte gracias por los grandes beneficios que me has otorgado? Dadme agua para salvar mi vida”. Acto seguido alzó la cabeza y vio cerca, en el suelo, una ligera mancha de humedad de la que brotó un hilo de agua que empezó a correr hacia él. Con ella aplacó la sed y recuperó las fuerzas, continuando su peregrinación hasta el santuario, donde cayó de rodillas a los pies de la sagrada imagen, emocionado y agradecido.
En 1930, Mons. Guillermo José Harris Morales, obispo de Loja, coronó canónicamente a la Virgen del Cisne. Y en 1934 comenzó la construcción de la actual basílica, en estilo neogótico, concluida en 1978. * * *
Algunas personas tienen dificultad en aceptar que las calamidades de la naturaleza puedan constituir simultáneamente un acto de misericordia. Juzgan que sólo la bondad mueve los corazones. No es precisamente eso lo que nos enseña la doctrina católica. Así, la Sagrada Escritura dice claramente que “el comienzo de la sabiduría es el temor de Dios” (Prov 1, 7). En ese sentido, la terrible tempestad hizo con que los moradores de Chuquiribamba entendieran mejor el formidable poder de Dios: fue el temor reverencial lo que los llevó a colaborar con la voluntad divina y con el deseo de la Santísima Virgen de permanecer en el lugar por Ella indicado en Loja. Los flagelos que cayeron sobre Chuquiribamba fueron saludables especialmente para los indios paltas, que después de regresar a Loja se consolidaron en la religión católica y abandonaron definitivamente las supersticiones heredadas del paganismo.
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