Patrona del Ecuador
La imagen de la Virgen del Quinche es, fuera de duda, la más renombrada del Ecuador, y su santuario, de los más visitados. Siendo esta devoción injustamente poco conocida en otros países, presentamos a continuación un resumen de su historia y de sus innumerables milagros. Valdis Grinsteins Recuerdo que, cierta vez, el Prof. Plinio Corrêa de Oliveira llamó la atención hacia un hecho conmovedor: entre las apariciones o milagros de la Virgen María en las Américas, gran número se relaciona con los indígenas, revelando la extrema bondad de la Madre de Dios hacia ellos. Por ejemplo, en Guadalupe (México), la Virgen Santísima se apareció al indio San Juan Diego; Nuestra Señora de Coromoto (Venezuela) al cacique de la tribu Coromoto; Nuestra Señora de las Lajas (Colombia) a la india María Mueses; Nuestra Señora de Copacabana (Bolivia) al indio Francisco Tito Yupanqui. Varias otras apariciones atestiguan tal predilección de la Reina del Cielo. Podemos igualmente incluir entre estas devociones la de Nuestra Señora del Quinche, que comenzó en 1585, poco tiempo después de emprendida la conquista española de aquellas tierras. No muy lejos de Quito, rumbo al noroeste, existía una tribu indígena llamada de los Oyacachis. Estos indios, según todo indica, fueron los que martirizaron al sacerdote jesuita Rafael Ferrer. Pero, años después, ya convertidos, deseaban poseer una imagen de la Virgen Santísima, lo que no era muy fácil de obtener en aquellos tiempos. Sencillo nacimiento de la devoción Un artista de nombre Diego Robles había esculpido una imagen para otra tribu indígena, pero como los aborígenes no la quisieron o no pudieron pagarla, la vendió a los Oyacachis. La imagen era de madera y medía 62 centímetros de altura. Los nativos, extremamente pobres y primitivos, la colocaron en una gruta, a falta de otro lugar. Quisieron vestirla de manera parecida a una dama española, la cubrieron con una túnica de paño grueso, el único que poseían, el cual sin embargo no ornamentaba bien a la imagen. Nuestra Señora, Madre por excelencia, no se preocupó con el humilde traje, decidiendo premiar la devoción de los indígenas. Comenzó entonces a operar continuos milagros. Muchas veces salía de su gruta y volvía solamente al día siguiente. Cuando volvía, los indios le preguntaban dónde había estado, y la imagen simplemente les mostraba los pies llenos de barro, dando a entender que había ido a socorrer a diversas personas. Además, era conocido en la región, que la gruta de la imagen permanecía en muchas ocasiones iluminada, y a veces se oían salir de ella sonidos musicales. Como comenzaban a llegar peregrinos de otras localidades, atraídos por los numerosos milagros, los indios decidieron construir una capilla más digna para su Madre celestial. Cierto día pasó por la región el escultor de la imagen. Los aborígenes le encomendaron un pequeño altar para la Virgen, pero él se negó a atender el pedido y continuó viaje. Cuando, sin embargo, pasaba por un rústico puente, su caballo dio un salto y él cayó. El artista no rodó por el precipicio sólo porque una de sus espuelas quedó presa en una de las cuerdas del puente. Quedó colgado así sobre el abismo, y no conseguía salir del apuro. Se acordó entonces de la imagen de la Virgen de los Oyacachis... Prometió a Nuestra Señora que, en caso lo librara del peligro, él volvería y plasmaría el altar. A pesar de aquel ser un lugar aislado, al momento surgieron varias personas que lo salvaron. En cumplimiento de la promesa, el escultor regresó y construyó el altar. Encantadora simplicidad, milagros portentosos Toda la tribu colaboró en la construcción de la capilla. Una india, de costumbres muy puras, tenía el encargo de llevar comida para los que se encontraban en el bosque cortando madera. Como el trigo de su pequeño campo estaba próximo para la cosecha, y ella no tenía a quien recurrir para que se quedara e impidiese a los pájaros comerse todo, en su simplicidad, fue hasta la imagen. Y la nativa le pidió que cuidara de sus sembríos. Increíble misericordia de la Reina de los Cielos y de la Tierra: ¡varias veces, al volver, la indiecita encontraba a la propia Virgen Santísima cuidando el trigal, de la misma forma que ella la veía representada en la imagen! Un matrimonio de indios fue a ayudar en la construcción de la capilla, dejando a su hijo junto a un árbol mientras trabajaban. Al retornar, vieron a un oso devorándose al indiecito. Ahuyentaron a la fiera, pero... el pequeño había perdido un brazo y murió. Los padres no dudaron: llevaron el pequeño cadáver junto a la imagen y suplicaron un milagro. Nuestra Señora no se hizo rogar por mucho tiempo: ¡devolvió el brazo y la vida al niño! Este estupendo milagro hizo con que la devoción se difundiera enormemente y su fama llegara muy lejos. Traslado de la imagen, multiplicación de los milagros Treinta años después, el entonces obispo de Quito, Fray Luis López de Solís, hizo trasladar la imagen al poblado del Quinche.
¿El motivo? Los infortunados indios estaban dotados de un temperamento muy voluble. Si en un momento estaban bien, nada garantizaba que al minuto siguiente se comportaran mal. Así, aquella tribu, tan favorecida por la Santísima Virgen, en medio de un fiesta, entre borracheras, recaía en el paganismo... Los aborígenes tomaron la cabeza de un oso y decidieron adorarla. Retiraron las joyas de la imagen y las ofrecieron al fetiche. Como castigo, el obispo les quitó la imagen y la trasladó a un poblado próximo. ¡Pero Nuestra Señora es Madre! Incluso después del pecado, Ella no se olvidó de los pobres oyacachis y continuó favoreciéndolos con milagros. Había, en el poblado de Yaruquí, un indígena que sufría de hidropesía. Había gastado todo su patrimonio de vacas y ovejas en hechicerías, las cuales no lo habían curado. Desilusionado, el indio recurrió a la venerada imagen y le prometió abandonar las hechicerías si lo curaba. Juntó un poco de dinero que le quedaba y mandó rezar una Misa. El día entero permaneció en la iglesia y al día siguiente ya estaba curado. El milagro fue atestiguado por el padre Francisco Cáceres, sacerdote de aquel poblado. Una señora distinguida, debido a cierta enfermedad, no podía hablar hacía tres años. Rezó una novena delante de la imagen, colocó en sus hombros el manto blanco que sobre aquélla se acostumbraba poner, y de inmediato quedó curada, sin que nunca más volviera a sufrir de tal enfermedad. Toda la población se traslada junto con la imagen... Al aumentar el número de peregrinos, se decidió hacer un nuevo templo para la milagrosa imagen, que se convirtió en la Patrona del país. Como el único terreno disponible quedaba a cierta distancia del antiguo santuario, apenas la imagen fue cambiada de lugar, en 1630, el pueblo también se trasladó, surgiendo así, alrededor de la nueva iglesia, convertida en Basílica Nacional, una nueva ciudad. Ya en el siglo XX, en febrero de 1909, hubo un accidente ferroviario cerca de la ciudad de Riobamba. Entre los heridos estaba un señor colombiano, que al saltar del vagón en que viajaba, una de la ruedas le destrozó el talón. A pesar de los cuidados médicos, pronto la herida se gangrenó y le avisaron que sería necesario amputar el pie. El caballero, sin embargo, se resistió. Entonces, una señora le sugirió que hiciera una peregrinación al Santuario del Quinche, pidiendo a la Santísima Virgen un milagro. Ahora bien, no es muy agradable hacer un viaje prolongado y por caminos difíciles, a caballo y con el pie gangrenado. Pero en aquella época, no había otra alternativa. El devoto colombiano no tuvo dudas y partió en peregrinación. Al iniciar el viaje sintió ya alguna mejoría. Al llegar a la ciudad de Quito, bajó del tren, alquiló caballos, un par de muletas y partió rumbo al Quinche, a dos días de camino. Próximo al templo, decidió, en homenaje a Nuestra Señora, hacer el último trecho a pie, avanzando con la ayuda de muletas. Al llegar al Santuario no sentía más dolores... Le examinaron el pie, le sacaron las ataduras... la gangrena había desaparecido. Y, en su lugar, surgió carne nueva y el talón perdido en el accidente. El dichoso peregrino dejó las muletas en el Santuario como recuerdo, y ofreció de regalo a la Santísima Virgen un manto y una túnica bordada con hilos de plata. Nos falta espacio para relatar otros tantos y tantos milagros operados por la imagen, especialmente por ocasión de las epidemias de peste que asolaron Quito. No obstante, los prodigios arriba relatados serán suficientes para aquellos que confían en la bondad y misericordia de la Madre de Dios. Esperamos haber contribuido así, al menos en algo, para hacerla conocer y amar. Al concluir, apenas una pregunta: ¿Si Ella operó y opera tantos milagros, no será, apreciado lector, que Nuestra Señora del Quinche está a la espera de su oración para realizar otro más?
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