Nobleza y juventud aliadas a una eximia virtud
Una de las glorias de la Compañía de Jesús, es uno de los santos no mártires más jóvenes de la Iglesia, pues falleció antes de cumplir los dieciocho años, no obstante haber vivido para la virtud como un anciano. Plinio María Solimeo “Arrodíllate, arrodíllate; ve que Santa Bárbara, acompañada de dos ángeles, me trae la comunión”, exclamó Estanislao moribundo en el lecho, dirigiéndose a su preceptor, cuando era estudiante en el colegio jesuita de Viena. Y el preceptor completa su narración con las siguientes palabras: “Y levantándose, se puso de rodillas en la cama. Después dijo tres veces: «Señor, no soy digno...» Abrió la boca... y extendió la lengua con profundísima humildad”.1 Pero aquella vez Estanislao aún no moriría. Este episodio es emblemático en la vida completamente excepcional de este santo, cuya fiesta se conmemora el 13 de noviembre, día en que su cuerpo fue exhumado y encontrado sin ninguna forma de corrupción. De las más nobles familias de Polonia Estanislao nació en 1550 en el castillo de Rostkow, en una familia de las más nobles de Polonia, que se “distinguía por su invariable fidelidad a la antigua fe católica, frente a las tempestades luteranas y renacentistas”.2 Sus padres fueron Juan Kostka, Senador del Reino, y Margarita Kriska, de estirpe no menos ilustre que el marido. Estanislao fue de aquellas almas que parecen, desde la cuna, haber correspondido a todas las gracias especialísimas con que Dios las colma, recorriendo en poco tiempo, en la santidad, una carrera que muchos llevan la vida entera para alcanzar. De una pureza extrema, cualquier palabra más libre hacía enrojecer al niño y hasta perder los sentidos. ¡Cuán diferente de la perversión infantil que contamina nuestros días! “Hablemos de otra cosa, acostumbraba decir el viejo padre, sino nuestro pequeño Estanislao levantará los ojos al cielo, para dar en seguida con la cabeza en el suelo”.3 Al par de esa extrema delicadeza de conciencia, el niño fue, desde temprano, también modelo de sabiduría y honestidad. En la capital vienesa Tuvo como preceptor a un joven caballero, Juan Bilinski, para enseñarle las primeras letras. A los catorce años su padre lo envió con éste, y con su hermano mayor, Pablo, a Viena, donde el emperador Fernando había fundado un colegio jesuita para la educación de la juventud de lengua alemana. Fueron recibidos en calidad de internos; y cuando Maximiliano I cerró el internado, fueron a vivir en casa de un luterano, el Senador Kimberker. Para la conciencia recta de Estanislao, vivir bajo el techo de un hereje era un continuo tormento. Entre sus condiscípulos, Estanislao pronto se destacó “por su bello espíritu, asiduidad al estudio y raras virtudes. Huía cuidadosamente de la conversación de los escolares libertinos y de todo que no lo incitara a la devoción y al amor de Jesucristo. El recogimiento y el silencio hacían sus delicias; y, cuando hablaba, era siempre con tanta modestia y discreción, que, era perceptible, no decía nada precipitada o irreflexivamente”.4 Pues bien, nunca dos hermanos fueron tan diferentes como Pablo y Estanislao. El mayor era amante de la buena vida, mundano, dado a los placeres que la gran capital podía ofrecer. El menor no vivía sino para las cosas celestiales. Y con ello era, sin quererlo, una censura muda y constante al modo de ser del hermano. Evidentemente tenían que surgir fricciones, que Pablo resolvía según “la ley del más fuerte”, llegando muchas veces a agredir a Estanislao. Éste sin embargo tenía una fortaleza de alma que se sobreponía a la pusilanimidad engendrada por los vicios del hermano. La Santísima Virgen le entrega al Niño Jesús Cierto día Estanislao enfermó tan gravemente, que los médicos declararon que no era posible hacer más, y que la medicina ya no lo podía salvar. El enfermo suplicó entonces a su hermano y al preceptor que llamaran a un sacerdote para administrarle los sacramentos, al menos la Sagrada Comunión. Sin embargo, los dos, temiendo disgustar al luterano que jamás permitiría la entrada de un sacerdote católico en su casa, optaron por hacer oídos sordos. Estanislao resolvió entonces apelar al Cielo; se acordó de haber leído cierta vez que los que se encomendaban a Santa Bárbara no morían sin recibir los sacramentos. Con fervor, pidió entonces la intercesión de aquella santa en su favor. Lo que ocurrió en seguida, narrado por su preceptor después de ser ordenado sacerdote, es la escena descrita al inicio de este artículo. Poco después él recibía también la visita de la Santísima Virgen con el Niño Jesús en los brazos y colocándolo en los de Estanislao. Al despedirse, la Madre de Dios le recomendó que entrara en la Compañía de Jesús. En ese mismo momento, Estanislao se sintió completamente sano. Dos santos lo auxilian en realizar su vocación El adolescente quiso obedecer inmediatamente el consejo de Nuestra Señora. Fue a buscar al Padre Provincial de los jesuitas en Austria, mas éste le negó la admisión sin la autorización de su padre; recurrió al Legado Papal, que también no quiso comprometerse. Aconsejado entonces por el padre Francisco Antonio, confesor portugués de la emperatriz, hizo el voto de peregrinar de casa en casa de la Compañía por el mundo, hasta encontrar una que lo admitiera sin condiciones.
Para eso tuvo que salir escondido de su casa y tomar el camino hacia Augsburgo. Donó sus trajes de seda a mendigos y se vistió con una grosera túnica preparada adrede. Mientras tanto su hermano y el preceptor, dándose cuenta de la fuga, partieron en un carruaje detrás del fugitivo. Cuando se aproximaron de él, Estanislao, como un pobre peregrino, pidió una limosna. Sin darse cuenta, le dieron una moneda y continuaron sin la menor sospecha su camino... Como el Provincial de Augsburgo se encontraba en Dillingen, hacia allá se dirigió el joven polaco. Ahora bien, éste no era sino el gran San Pedro Canisio, que reconquistaría para la verdadera fe a casi la mitad de Alemania, pervertida por el impío Lutero. Como los santos se entienden, fue sin dificultad alguna y con gran alegría que recibió al joven postulante. Y, para librarlo de la posible persecución de su padre, lo envió con otros dos pretendientes a la casa madre, en Roma. Otro gran santo, San Francisco de Borja, entonces tercer General de los jesuitas, recibió a Estanislao en la Ciudad Eterna con los brazos abiertos diciéndole: “Estanislao, yo te recibo, y no te puedo negar este gusto, porque tengo muchas pruebas de que Dios te quiere en nuestra Compañía”.5 Así veía Estanislao atendidos sus votos, entrando al noviciado de San Andrés del Quirinal el 28 de octubre de 1567. El ángel del noviciado En poco tiempo el joven polaco mereció de sus condiscípulos el apelativo de el ángel del noviciado. “Apoyado en el conocimiento de sí mismo, es decir, de su nada [sin la gracia divina], de sus flaquezas, de su incapacidad para todo bien y de su corrupción original, él tenía una humildad que las alabanzas no podían alterar, y que las reprimendas más humillantes no podían exasperar”.6 Su amor a Dios era tan vehemente, que le abrasaba el pecho. Un día, el Padre-ministro lo encontró muy temprano en el patio, cerca de la fuente, refrescándose. “¿Qué haces aquí en una hora tan matinal?”, le preguntó. Respondió el novicio: “Padre, mi pecho ardía mucho y vine a buscar un poco de alivio”.7 Devoción especialísima a la Madre de Dios Estanislao tenía la más profunda devoción a María Santísima. Estudiaba y compilaba los textos más bellos en su alabanza, y los pasajes más propios en demostrar su grandeza. En su honor rezaba, desde pequeño, el Rosario. A quien le preguntaba por qué amaba tanto a María, respondía: “¡Cómo no la he de amar, si es mi Madre!” Fue por insistencia suya que, se instituyó entre los novicios la costumbre de, todas las mañanas después del despertar, ponerse de rodillas vueltos en dirección a la Basílica de Santa María la Mayor y pedir a la Santísima Virgen su bendición. Lo mismo harían por la tarde, inmediatamente después del examen de conciencia. Esta costumbre se mantuvo después en el noviciado. El deseo de Estanislao era el de morir en la víspera del día de la gloriosa Asunción de María al Cielo, y él tuvo una revelación de que su voto sería atendido. El día de su fiesta, María Santísima viene a buscarlo y lo lleva al Cielo
Como era costumbre en diversas comunidades religiosas, al final del mes de julio fue distribuido por sorteo, en el noviciado jesuita, el nombre de un santo de aquel mes que cada religioso debería venerar y honrar de modo más especial durante el mes entrante. Le tocó a Estanislao, para agosto, el del gran mártir San Lorenzo. El día 8, en la vigilia de la fiesta del santo, Estanislao quiso honrarlo de una manera particular, haciendo un acto de humillación pública. Después de haber dicho sus faltas en el refectorio, besó los pies de cada religioso, se disciplinó, y le pidió a cada uno de limosna un pequeño pedazo de pan para su comida. Después fue a ayudar en la cocina donde, a la vista del fuego, comenzó a meditar en los sufrimientos de San Lorenzo, asado vivo en una parrilla. Lo impresionó tanto aquello, que cayó desmayado. Llevado a su celda, le vino a la boca un flujo de sangre. Supo entonces que su deseo de morir el día de la Asunción sería satisfecho. Esto él se lo decía a todos. En la vigilia de esa gloriosa fiesta, pidió que le fuesen administrados los sacramentos, que recibió angelicalmente. Y a las tres horas de la mañana del día 15, María Santísima, acompañada por una multitud de ángeles, vino a recibir el alma virginal de Estanislao Kostka. Murió antes de cumplir los dieciocho años de edad, habiendo pasado apenas diez meses en el noviciado jesuita. Tanta gente acudió a su entierro, que llevó a su médico —el Dr. Francisco Tolet, después nombrado cardenal— a exclamar: “He aquí una cosa verdaderamente maravillosa: ¡un pequeño novicio polaco que muere; se hace honrar por la ciudad de Roma como un santo!” 8 La glorificación póstuma Enterrado en la iglesia de San Andrés del Quirinal, en Roma, comenzaron a ocurrir milagros en su tumba. Su fama se difundió, primero por su patria, y después por toda Europa. En Polonia “no había Prelado o gran señor que no quisiese tener [su estampa], y el propio rey la colocó en su galería junto a las imágenes de los santos”.9 Beatificado en 1604, Estanislao fue canonizado en 1726. Notas.- 1. P. José Leite S.J., Santos de Cada Día, Editorial A. O., Braga, 1987, 3ª ed., vol. III, p. 294
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