Para el arquitecto norteamericano Michael S. Rose, muchos lo sienten, pero pocos lo dicen: las iglesias modernas crean un ambiente que lleva a la pérdida de la fe. En sentido contrario, las iglesias antiguas, fieles a la tradición, estimulan la fe y la piedad, vuelven atrayente la virtud y alimentan el deseo del Cielo. Luis Dufaur
Ciertamente el lector ya habrá visto iglesias católicas en estilo moderno o modernizado, e incluso haber entrado en alguna de ellas. ¿Qué impresión causan? Para muchos, las formas y estilos artísticos no tradicionales causan malestar psicológico. Por eso, no raramente se lamentan y confiesan tener nostalgias de los estilos antiguos. Si el lector conoce gente así, o es uno de ellos, aquí encontrará algo que le explicará muchas cosas. Faltaba la publicación de un estudio que señalara con claridad, conocimiento, seriedad y respeto lo que la nueva arquitectura católica tiene de censurable. Michael S. Rose, joven arquitecto norteamericano, doctor en Bellas Artes por la Brown University (EE. UU.), puso el dedo en la llaga. Y la repercusión fue vasta. Su libro, Fea como el pecado — Por qué transformaron nuestras iglesias de lugares sagrados en salas de reunión, y cómo volver atrás 1, se volvió lectura de referencia. En la estela de ese suceso, el autor publicó En niveles de gloria: el desarrollo orgánico de la arquitectura de las iglesias católicas a través de las épocas 2 y entró en la lista de los bestsellers del “New York Times”.
El ambiente arquitectónico influencia tendencialmente a los fieles Aunque el Dr. Rose sea católico, escribió su obra desde el punto de vista de un arquitecto. Identificó los principios y usos que guían a los profesionales sobre la fealdad arquitectónica religiosa moderna. Indagó en la tradición y en la historia de la Iglesia las razones por las cuales un templo es católico independiente de estilos, escuelas y eras históricas. Encontró un tesoro de doctrinas —algunas reveladas por Dios, y muchas otras elaboradas por el Magisterio tradicional de la Iglesia. Constató que los fundamentos de los estilos católicos para construir iglesias a lo largo de dos milenios fueron contestados y desterrados por la nueva arquitectura eclesiástica. No es una divergencia de gustos, preferencias, comodidad o costos, según el autor. Se trata de una oposición medular entre dos modos de considerar el orden del Universo, la Redención y la Iglesia, aplicados a la arquitectura. Las dos concepciones emiten mensajes antagónicos, a través de formas estéticas, colores, proporciones, en un sinnúmero de elementos simbólicos materiales. Ellas modelan el modo de sentir, de practicar y de adherir a la fe y alcanzan algo muy íntimo: el propio modo de ser de quien frecuenta las iglesias. El Dr. Rose se empeña en resaltar: “Un postulado básico que los arquitectos aceptaron durante milenios es que el ambiente arquitectónico tiene la capacidad de influenciar profundamente a la persona, el modo como ella actúa y siente, lo que ella es” (T, 9). Y añade: “La arquitectura de la iglesia afecta el modo mediante el cual el hombre practica el culto; el modo de prestar culto afecta lo que él cree; y lo que él cree afecta no solamente su relación personal con Dios, sino el modo como se comporta en la vida diaria” (U, 7). ¿Cómo sucede eso? Rose lo muestra, explicando el origen de ambas concepciones. Fidelidad de las iglesias antiguas a los orígenes bíblicos y canónicos Lo esencial de la estructura del templo católico responde a pautas dictadas por Moisés durante la travesía del desierto. Él mandó que los judíos demarcasen en los campamentos un espacio rectangular sagrado. En una extremidad era montada la tienda, o tabernáculo, que contenía el Arca de la Alianza con las Tablas de la Ley. Frente a la tienda se erigía el altar del sacrificio. Este esquema guió la construcción, por el rey profeta Salomón, del Templo de Jerusalén, terminado el año 966 a.C.
Durante las persecuciones romanas, los primeros cristianos fueron compelidos a congregarse en casas o en las catacumbas. Cuando obtuvieron la libertad en el año 313, con el edicto de Milán otorgado por el Emperador Constantino, escogieron para sus iglesias los altos, ricos e imponentes edificios llamados basílicas. Eran las construcciones más próximas al templo ideal. Poseían cinco naves y un ábside reservado para los magistrados, el cual presentaba el suelo elevado. Los cristianos añadieron un transepto para que la planta del edificio formara una cruz. En el cruce de los brazos de la cruz instalaron el altar. En Roma, se pueden visitar algunas de las más famosas de estas basílicas, como la de San Pablo Extramuros, San Juan de Letrán y Santa María Mayor [foto 1]. Estas basílicas cristianizadas constituyeron el punto de partida del estilo románico. En éste, el techo plano fue sustituido por los arcos de medio punto que nos remiten a la bóveda celeste. Surgió después el estilo gótico, con la ojiva que apunta hacia alturas infinitas. Es hierático, sacral y solemne; lógico, matizado y refinado; un resumen del orden del Universo.
El estilo barroco dio énfasis al movimiento, a los colores y a la imaginería, manifestando a los fieles la proximidad del mundo sobrenatural con el terreno. Luminoso, cálido y acogedor, se contrapuso a la visión del protestantismo: seca, hirsuta, gris y utilitaria. Podemos apreciarlo en innumerables iglesias virreinales [foto 2]. El siglo XIX mezcló los estilos, y hasta vio renacer el gótico. La variedad fue pasmosa, pero el espíritu y el ambiente de las iglesias católicas continuó siempre marcado por el recogimiento, la sacralidad y la unción sobrenatural, señales de la aprobación divina. Esta continuidad, explica el autor, se debe a que todos ellos respetaron los principios de la tradición arquitectónica católica. Orígenes protestantes de las iglesias católicas modernas En la primera mitad del siglo XX aparecieron iglesias en estilos modernos, desprovistas de ese espíritu. ¿Cómo fue esto posible? El arquitecto norteamericano muestra que el protestantismo, estéril por naturaleza, fue incapaz de engendrar un estilo arquitectónico propio. Sus heresiarcas fundadores prefirieron galpones sin gracia. No obstante, los pastores heréticos conservaron antiguas iglesias católicas usurpadas, para darse aires de credibilidad. Es la razón por la cual, en el Perú, ellos construyeron algunos templos de inspiración neogótica.
Hasta que, a mediados del siglo XIX, un movimiento interno en el protestantismo reivindicó edificaciones más conformes a su espíritu. Esos templos fueron construidos enfocando la lectura y reunión, y no el sacrificio del altar. Ellos imitan anfiteatros y auditorios. Surgió así una arquitectura “deliberadamente no eclesiástica, sin altar, sin tabernáculo y sin presbiterio” (T, 99).
Tendencia análoga se procesaba en el modernismo católico. “Después de la Segunda Guerra Mundial, los católicos comenzaron a ensayar nuevas formas y configuraciones. [...] Algunas de estas experiencias fueron inspiradas por el movimiento liturgicista católico, y dirigidas por líderes del arte y de la arquitectura modernista [...]. La imaginería fue evitada, la estructura de basílica fue descartada y lo sagrado ya no fue diferenciado de lo profano. Utilizando líneas rectas y geometrías abstractas, arquitectos como Rudolph Schwartz y Dominikus Bohn crearon «espacios de culto» fríos y secos mucho antes que estas experiencias alcanzaran su auge en las décadas que siguieron al Concilio Vaticano II” (T, 100-101). En esas “experiencias”, la piedad y la unción sobrenatural desaparecieron. Le Corbusier crea iglesias-máquina, o de pesadilla
El arquitecto suizo Le Corbusier creó dos ejemplos típicos de la nueva arquitectura en sintonía con la nueva teología. “Su Notre Dame du Haut (1950-1954) [foto 3] en Ronchamp, Francia, es tal vez el epítome de una iglesia diseñada como una escultura abstracta. El monasterio dominicano de La Tourette (1951) [foto 4], [...] con sus espacios áridos y opresivos, fue un fracaso monumental” (T, 101-102) 3. Le Corbusier sustentaba que la casa es una “máquina para vivir”.
Por lo tanto, la máquina, y no la figura humana, sería el paradigma para la arquitectura. Este criterio insano “fue aplicado en la arquitectura eclesiástica católica de los años 60, mientras que la Iglesia, desorientada como estaba por el nuevo movimiento litúrgico, sucumbió a la idea de que la arquitectura de la nueva iglesia debería explotar los materiales y los métodos modernos. Entonces, la mayoría
Foto 5: Catedral de Río de Janeiro (Brasil)
Entre esos templos revolucionarios, el Dr. Rose cita la catedral de Río de Janeiro [foto 5]. Iglesia cónica, algo sin precedentes en el catolicismo, recuerda a los templos babilónicos, de los cuales el mayor fue la Torre de Babel (T, 100).
El autor alude también a la catedral de Brasilia [foto 6]—que compara a una torre para enfriar agua— y a la de Maringá, cuya forma cónica se reporta al satélite soviético Sputnik, lanzado en 1957 [foto 7]. Prototipos para el siglo XXI causan horror El desconcierto y el malestar crecían. Pero lo peor estaba por venir.
El año 2000, según el arquitecto norteamericano, tres proyectos pretendían marcar la arquitectura del nuevo milenio. El primero fue la Iglesia del Jubileo 2000 [foto 8], en la parroquia romana de Tor Tre Teste, construida por el arquitecto Richard Meier. De ella “se dice que fue concebida por la diócesis de Roma como un prototipo para el tercer milenio”. Reúne una “serie de paredes de concreto rectilíneas y curvilíneas rellenas con vidrio, todas en un plano horizontal, como si el edificio pudiese ser arrancado cualquier día y transportado a alguna otra superficie” (T, 104). Para los críticos, evoca más la Opera de Sydney o una sala protestante perfectamente puritana.
El segundo fue la catedral de Nuestra Señora, de Los Ángeles, EE. UU. [fotos 9 y 10]. Se tuvo en vista una catedral que “con su aspecto groseramente voluminoso, contrastes agudos, estructura asimétrica desprovista de ángulos rectos, rompiese deliberadamente con la continuidad histórica de dos milenios de arquitectura católica para las iglesias.
Foto 10: Catedral de Nstra. Sra. de los Angeles, California (EE.UU.) La tercera gran experiencia fue la catedral Christ the Light, en Oakland, California [foto 11]. El proyecto ganador, de Santiago Calatrava, propuso “una concha gigante semiabierta, una caja toráxica o panza de una ballena. Fue la primera catedral que tendría un techo retráctil. [...]
Después de describir la divergencia existente en los orígenes de las dos tendencias, el autor desciende a los pormenores de las oposiciones.
Notre Dame de París, arquetipo de catedral católica La arquitectura eclesiástica católica imperecedera es una corporificación material de las doctrinas de la fe. El Dr. Rose ejemplifica esto con la catedral Notre Dame de París. Ella es la joya de la corona de la Ciudad Luz, el verdadero epicentro, el alma de la capital francesa. Solemne y maternal, irradia su influencia a partir de la Île de la Cité, como una gran dama a partir del palacio, en el centro de su feudo. Ella es la representación del cristianismo en su totalidad: desde el imperio universal de Nuestro Señor Jesucristo hasta los sufrimientos de los condenados en el infierno. En ella, el peregrino percibe la lucha entre el bien y el mal, entre lo sagrado y lo profano, entre lo eterno y lo pasajero [foto 12].
Notre Dame, él insiste, es arte en el sentido más noble del término, es arquitectura de la más alta clase, un “lugar sagrado” que refleja las realidades eternas. Ella es, ante todo, la casa donde Dios habita en la Tierra. Visibilidad, jerarquía y simbolismo de la iglesia
Para los constructores de iglesias, dice el Dr. Rose, las palabras de Cristo son normativas. Y el Divino Maestro enseñó en el Sermón de la Montaña: “No se puede ocultar una ciudad situada en la cima de una montaña. Y no se enciende una lámpara para meterla debajo de un cajón, sino que se la pone sobre el candelero para que ilumine a todos los que están en la casa” (Mt. 5, 14-15). Por eso, la iglesia no puede quedar disimulada o escondida. La iglesia tiene que sobresalir en el panorama. Ese destaque debe ser audible también. Las campanas recuerdan la presencia de Nuestro Señor en la Tierra, convocan a la oración, marcan los acontecimientos transcendentales de la vida, ahuyentan a los demonios [foto 13].
Dado que es sagrada, la iglesia tiene una superioridad natural sobre los edificios profanos que la circundan. La buena articulación estética y jerárquica fue exitosamente alcanzada mediante una transición armónica. Donde sea posible, una plaza o plazuela, que pertenecen a la esfera temporal, crea el primer espacio de transición. Luego viene el atrio, patio abierto que recuerda el atrio del Templo de Salomón, y que pertenece a la iglesia. La fachada es el rostro de la iglesia. Ella evangeliza, enseña, catequiza. En la Edad Media, al catequista le bastaba explicar el significado de las innumerables estatuas y escenas talladas en la piedra, para dictar clases perfectas sobre las verdades fundamentales de la fe, las virtudes y los vicios opuestos, la historia sagrada, el orden del Universo, la jerarquía de las ciencias, etc. En el corazón de la fachada de Notre Dame se encuentra el rosetón. Ella forma la corona de la Santísima Virgen. La rosa es el emblema de Nuestra Señora. En la Edad Media, casi todas las catedrales fueron dedicadas a la Madre de Dios [foto 14]. El rosetón es llamado “ojo de Dios”, porque anticipa la visión beatífica. Representa también la perfección, el equilibrio y la armonía del alma purificada, que se prepara para ingresar en el reino celestial eternamente. La nave, símbolo del Arca de Salvación y de la maternidad de la Iglesia
El nártex (vestíbulo que está debajo del coro) es el primer espacio sagrado de la casa de Dios. También es conocido como galilea, porque de ahí parte la procesión que al inicio de la Misa se dirige hacia el altar, simbolizando la jornada de Cristo desde Galilea hasta Jerusalén, rumbo al sacrificio del Calvario. En el nártex, el agua bendita recuerda el bautismo, la necesidad del perdón de los pecados, y tiene efecto exorcístico sobre el demonio y las tentaciones. La nave encarna el “Arca de Salvación”. La Iglesia, Ella misma, es esa arca, la Barca de Pedro. Simboliza también el seno materno, pues la Iglesia engendra las almas para el Cielo.
Ella es aún imagen del Cuerpo Místico de Cristo puesto al servicio de su cabeza: Dios Nuestro Señor. Un famoso diagrama coloca al Crucificado sobre la planta de una iglesia típica. Su divina cabeza reposa en el presbiterio, los brazos en el transepto, el cuerpo y las piernas en la nave. Las columnas de la nave representan a los Apóstoles, y las columnas del crucero simbolizan los cuatro Evangelios. Los reclinatorios sirven para la posición corporal esencial del culto: la genuflexión, que es propia de la adoración, necesaria para obtener el perdón de los pecados. San Carlos Borromeo recomendó que los confesionarios sean situados en las partes laterales de la iglesia; que el penitente esté en él arrodillado, separado del confesor por una tela, en una posición donde pueda ver el presbiterio [foto 15]. El púlpito, de preferencia hexagonal, se encuentra al lado norte de la iglesia, a la derecha de quien entra. Como en el hemisferio septentrional el norte es el lado menos luminoso, simboliza las tinieblas, la barbarie y el error, que los sermones deben disipar, o deben ser eliminados por la valiente predicación de las verdades evangélicas. También al lado norte debe situarse la pila bautismal, pues los niños que ahí llegan aún no pertenecen a la Iglesia. Las iglesias deben orientarse al Oriente, pues de allá vino el Salvador, y por allí llegará en su segunda venida, con pompa y majestad.
La indispensable posición monárquica del presbiterio El arca de salvación está ordenada en función del presbiterio, lugar del altar del sacrificio y del tabernáculo, que está dirigido hacia el Oriente. Es el equivalente cristiano del Santo de los Santos de los hebreos, en el desierto y en el Templo de Salomón. El nivel del presbiterio es más alto que el de la nave. A él se destinan los más ricos materiales y el arte más elaborado. De esta forma, se recuerda al fiel que la Iglesia es jerárquica, compuesta de diferentes miembros, siendo Nuestro Señor la cabeza, representado por el Papa, obispos y sacerdotes, y con los religiosos y laicos cumpliendo sus funciones en la Iglesia militante. El arquitecto Ralph Adams Cram explicó que “cada línea, cada masa, cada detalle debe ser concebido y dispuesto para exaltar el altar, conducir a él” (U, 84). Otro elemento indispensable en el presbiterio es un Crucifijo, que el abad Suger llamaba “estandarte de la salvación” [foto 16]. Las funciones del coro y de los vitrales en las iglesias
El Concilio de Trento dispuso que el coro y los instrumentos permanecieran en la galería encima del nártex. No es conveniente que los músicos y coristas queden visibles. Ellos deben ir a la iglesia como fieles, no como artistas. Las “voces desencarnadas” del coro evocan el canto de los ángeles, proveniente de arriba hacia abajo y resonando de manera bella en las bóvedas de la iglesia. Los vitrales ocupan un lugar especial en la arquitectura eclesiástica. El abad Suger, en la Edad Media, los llamó “ventanas radiantes que iluminan las mentes de los hombres de manera que, por medio de la luz, puedan llegar a la percepción de la luz divina”. Decía que son “sermones que tocaban el corazón, a través de los ojos, en vez de entrar por el oído” (U, 77). Toda otra forma artística en el recinto sagrado, como la pintura y escultura, está concebida para ser vista bajo una luz filtrada. El artista debe pintar con la luz de Dios, explica el Dr. Rose. Cuando el Sol se pone, la luz proyecta a través de los vitrales figuras multicolores en el interior de la iglesia, creando una sensación del más allá, una centella de la belleza del Cielo. El contraste del modernismo: iglesias sin rostro
A continuación, el autor ofrece ejemplos de la revolución en la arquitectura eclesiástica moderna de su país, EE. UU., que presenta casos análogos en hispanoamérica. La iglesia moderna no puede ser reconocida a simple vista ni por el sonido de las campanas. Un cartel Church Parking (estacionamiento de la iglesia) avisa que el inmueble al lado es una “casa de culto”, y el mapa confirma que es un templo católico moderno.
La fachada de esta iglesia no tiene rostro [foto 17]. No evangeliza, no enseña, no catequiza. Hasta se confunde con otros edificios de la calle. La fachada no tiene rostro porque está concebida para ser sólo “piel de la acción litúrgica”, en el lenguaje de la nueva arquitectura. Es una estética agnóstica, que no refleja ni la tradición católica ni la historia. Arquitectos y consultores del proyecto litúrgico —LDC, sigla del inglés Liturgical design consultant— de iglesias modernas evitan los símbolos católicos como el Crucifijo o la cruz latina. A lo máximo, cuando colocan la cruz, ella aparecerá como un signo a ser descifrado —por ejemplo, en la estructura metálica que sostiene la vidriera exterior [foto 18]. Los espacios interiores cambian, según el capricho de la moda
La arquitectura moderna presenta puertas semejantes a las de un edificio público o supermercado [foto 19]. Sandra Schweitzer, LDC en la renovación de la catedral de San Pedro y San Pablo, en Indianápolis, EE. UU., explicó: “Sustituimos las puertas pesadas, gruesas, de metal, por las puertas de vidrio que dicen «ustedes aquí son siempre bienvenidos »” (U, 101). Esas puertas inculcan la idea de que el edificio no es sagrado, observa Rose. Detrás de esas puertas, la iglesia moderna incluye un espacio vasto y vacío. Es un lugar de reunión después de la Misa, bien iluminado y sencillo. Si hay algún objeto de devoción, se sitúa en un rincón, junto a un grifo de agua, a los baños o a un teléfono público. En ese espacio puede encontrarse una fuente bautismal estilo pileta [foto 20].
En los años 80, el progresismo exaltó el bautismo de inmersión. La forma preferida fue la de sauna, conocida por el nombre comercial de jacuzzi. En verdad, como escribió la consultora de diseño litúrgico Christine Reinhard, la pila bautismal “desde el Vaticano II, ha dado vueltas por toda la iglesia. Inicialmente, los litúrgicos juzgaban fundamental que estuviera en un lugar visible. Ahora, el consenso es que la visibilidad es lo menos importante...” (U, 105). Un cambio incesante, caprichoso y errático, propio de una religiosidad en continua evolución rumbo a lo desconocido. A partir de los años 90, se puso de moda incluir obras de arte transitorias de “símbolos universalmente reconocidos”, como el pagano y gnóstico yin y yang, cuadros de “modelos contemporáneos”, de “testigos del bautismo”, proyecciones o escenificaciones. Los personajes y los temas van cambiando sobre un fondo laico o izquierdista: Martin Luther King o el teólogo contestatario Karl Rahner, por ejemplo. El interior decapitado, sin punto monárquico
Michael Rose describe el ambiente típico de una iglesia americana moderna. Las sillas circundan el altar. No hay reclinatorios, y las sillas invitan a cruzar las piernas, pasar el brazo por encima del espaldar del vecino o poner los pies en el respaldo del frente. Las posturas informales encajan bien con la atmósfera creada por la nueva arquitectura. No hay espíritu de oración ni reverencia. No hay arte sacra. Hay susurros y cuchicheos entre los fieles. Unos buscan amigos y parientes con la miradas e intercambian saludos. No hay punto monárquico. No es raro que el altar esté demasiado bajo para ser visible. El sacerdote, cuando se sienta, desaparece. Si alguien está leyendo, sólo se sabe a causa de los parlantes. La iglesia moderna no es jerárquica: todo es igual. No hay lugar sagrado. El presbiterio no se distingue de la nave. Ella fue decapitada. Es más un lugar de reunión. La iglesia de Cristo Rey, en Las Vegas, es redispuesta cada cierto tiempo. A veces el altar está en el centro, otras veces junto a una de las paredes. Las sillas, unas veces en torno del altar, otras, dispuestas en alas. Los fieles no saben lo que les espera cada domingo. El atril o ambón (pequeña tribuna en forma de plano inclinado, donde se colocan libros o guías para ser leídos) está en alguna parte cerca de la mesa. Cantores y músicos se exhiben en un lugar prominente, en que puedan verse destacadamente. Coro, pianista, guitarrista, violinista, baterista quedan mirando hacia la asamblea. El llamado “ministerio de la música” es más perceptible que el del altar. Y como lo agradable y lo común son objetivos de la nueva arquitectura, la música también tiene que ser placentera y popular. Los cánticos de los fieles son ahogados por el sistema de sonido.
El altar no hace referencia al sacrificio, se asemeja a una mesa de comedor. No hay iconografía sacrificial, y pocas veces un Crucifijo destacado. A la hora de la comunión, muchos laicos distribuyen las hostias; y se colocan en tantos lugares, que es difícil escoger a cuál de ellos aproximarse. Cuando la Misa termina, los fieles salen conversando, riendo. En instantes el “espacio de culto” queda abandonado, folletos cubren las bancas y el suelo queda como después del término de un juego de baseball. Domina la sensación de vacío. ¿Y el Santísimo Sacramento? En las últimas décadas, la tendencia fue llevarlo a una sala aparte. El tabernáculo del nuevo estilo puede asemejarse a una jaula de pajaritos o hasta a un tótem, como en el Santuario de Marylake, Canadá [foto 21]. Otros son cilíndricos o cónicos, conocidos como “torres del sacramento”. El ambiente alrededor nada tiene de sacral, acogedor, noble o elevado, y no invita a la adoración. Iglesias deliberadamente no-iglesias ¿Qué hay en la cabeza de los diseñadores de esos “espacios de culto”? Rose transcribe los axiomas de un maître-à-penser 5 de la arquitectura eclesiástica moderna, Edward Sövik. Este arquitecto luterano de Minnesota diseñó más de 400 proyectos para iglesias católicas y protestantes. Él forjó el concepto de no-iglesia, o casa del pueblo: una estructura que podía no ser una iglesia y donde el pueblo puede realizar su culto. Por lo tanto, un recinto la mayor pérdida posible de sus características, sin respetabilidad ni belleza. Para Sövik, “si el lugar es reservado para la liturgia, luego va a ser interpretado como «casa de Dios», va a ser visto como un lugar santo, mientras otros lugares serán vistos como profanos o seculares” (U, 157). ¡La santidad y la sacralidad de la “casa de Dios” es el mal que debe ser evitado!
El sacerdote católico Richard Vosko [foto 22], LDC de la nueva catedral de Los Ángeles, EE.UU., explicó a la prensa que no quiso crear un lugar sagrado, sino una “forma arquitectónica que pueda acoger formas rituales de una religión, sea ella judaica, católica, musulmana, o no sea nada” (U, 170). Por lo tanto, válida para cualquier creencia o error: ¡para falsos dioses! “Mobiliario e instrumentos simbólicos, exhortó aún Sövik, deben ser portátiles, variados, para ser alternados, cambiados de lugar o abandonados, en la medida que lo deseen los fieles del futuro” (U, 157). Todo debe ser perecible, banal, incapaz de transmitir tradiciones, tenidas como un mal que se debe evitar. Vías para una contra-revolución en la arquitectura católica
El Dr. Rose no se queda en la crítica. Propone normas de acción positivas aplicadas en parroquias de los EE. UU. Allá, el desprecio por las extravagancias arquitectónicas alimentó la tendencia para que las iglesias vuelvan a ser como eran. Rose refiere el caso de la iglesia de San Patricio en Forest City, Missouri. Ella fue modernizada por dentro con paneles de madera prensada. El Via Crucis, el viejo altar, imágenes y objetos sagrados desaparecieron. En 1999, el párroco, P. Joseph Hughes, inició la restauración. Objetos como la lámpara del Santísimo, el tabernáculo y los candelabros, piadosamente guardados por los fieles, fueron puestos nuevamente en uso. Donde el altar mayor hubiera permanecido, dice Rose, se debe reinstalar el Santísimo Sacramento en el tabernáculo, removiendo las modernidades añadidas, elaboradas en general con materiales de segunda clase ya caducos. Restaurado el punto monárquico, no es difícil devolver la jerarquía, la sacralidad y la belleza a la iglesia.
En donde los altares fueron demolidos, la restauración podrá ser una oportunidad para diseñar y construir algo aún más rico y más bello que el original, según el autor. Así ocurrió en la catedral San Pablo, de Worcester, y en varias iglesias históricas en la diócesis de Victoria, Texas. En las iglesias nuevas, como la arquitectura moderna montó estructuras tipo “descartables”, Rose propone aplicar ese principio y descartar las adiciones modernas. En seguida, se debe dar a la iglesia un sentido jerárquico, definiendo un presbiterio, una nave, elevando un altar mayor, corrigiendo las asimetrías, expurgando los aires de auditorio o teatro. En lo tocante a las iglesias tan osadas que de nada sirve remodelar, Rose recuerda que fueron hechas para durar poco y servir para otras funciones. Entonces, que se construyan en el mismo lugar otras iglesias, fieles a la estética antigua. Michael Rose menciona nuevos grupos de arquitectos graduados en prestigiosas universidades, y que desarrollan proyectos inspirados en las obras primas de los siglos de gloria de la Iglesia y de acuerdo con las necesidades del siglo XXI [fotos 23 y 24]. Pero eso no es todo. Formación de la opinión católica, inclusive del clero Para dar estabilidad a la recuperación del patrimonio arquitectónico católico, es necesaria una campaña de formación del clero y de los fieles. Como en el caso del tratamiento de alcohólicos, el primer paso es que ellos admitan que anduvieron mal. O sea, admitan que las iglesias nuevas post Vaticano II son feas y antifuncionales, banales e incapaces de inspirar la religión. El segundo paso consiste en identificar la causa del problema: las agendas teológicas que desean cambiar (¡desfigurar!) el rostro del catolicismo. El tercer paso es “remover el cáncer”, o sea, los LDCs deben dejar de interferir a la hora de construir o renovar las iglesias. Cuarto: contratar arquitectos que logren que la fe quede de manifiesto en el edificio de la “casa de Dios”. Quinto: obispos, sacerdotes y laicos deben comprometerse en la preservación y enriquecimiento de las iglesias con los mejores materiales razonablemente disponibles. Por fin: educar a seminaristas, clérigos y laicos sobre el significado de la iglesia y su íntima relación con la fe católica.
El Dr. Rose concluye que los católicos del siglo XXI pueden corregir la calamitosa situación actual e impulsar un renacimiento de la arquitectura sagrada, recuperar los tesoros del pasado en su original esplendor y erigir nuevas iglesias, bellas, durables, verdaderos receptáculos de significado para las generaciones venideras de fieles. El autor se restringe a su campo de arquitecto y hace un balance sustancioso de casi un siglo de Revolución Cultural en la arquitectura religiosa. Él no aborda directamente la crisis que devasta la Iglesia Católica. En este contexto, la restauración a la que alude merece ser alentada, comprendiéndose no obstante que, sin la penitencia y sincera conversión pedida por Nuestra Señora en Fátima, no se recuperará la plenitud de sanidad y gloria en la Iglesia. Sin esa conversión profunda, el saludable movimiento auspiciado por el talentoso arquitecto Michael Rose podrá oponer un retroceso parcial a la Revolución Cultural religiosa, pero a largo plazo podrá ser tragado por la vorágine progresista. Pues el foco causante de la revolución estética es el proceso de autodemolición, denunciado por Paulo VI, en curso en la Iglesia. Sin que éste cese, nada de durable podrá realizarse. Tal autodemolición sería fatal, si no existiera la promesa infalible de Nuestro Señor, de que las puertas del infierno jamás prevalecerán contra la Iglesia.
Notas.- 1. Michael S. Rose, Ugly as Sin — Why they changed our churches from sacred places to meeting spaces and how we can change then back again, Sophia Institute Press, Manchester, NH, 2001, 239 pp. (citado en el texto con la letra U).
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