Vidas de Santos El santo Rey David

Profeta y guerrero del Señor

De pastor a rey; de pecador a modelo consumado de penitente. De su pluma surgió el Libro de los Salmos y de su contrición y penitencia nacieron algunas de las páginas más bellas jamás escritas por el hombre: los Salmos Penitenciales.

Plinio María Solimeo

Hoy vamos a presentar a un santo del Antiguo Testamento, que en muchos aspectos es una prefigura de Nuestro Señor Jesucristo, universalmente celebrado por su valor, piedad y cumplimiento del deber, de tal manera que el mayor elogio que se le podía hacer a un monarca era compararlo con David. Celebramos su fiesta el 29 de diciembre.

El rey David tocando el arpa, Gerard van Honthorst, 1622 – Óleo sobre lienzo, Centraal Museum, Utrecht (Países Bajos)

Por su desobediencia, el rey Saúl había caído en desgracia ante Dios. Según el riguroso sistema vigente en el Antiguo Testamento, otro debía recibir el cetro de Israel. El profeta Samuel es enviado por Dios a Saúl para reprender su proceder, y le dirige palabras de oro, de gran actualidad en nuestros días: “Porque el desobedecer al Señor, es como un pecado de magia, y como crimen de idolatría el no querer sujetársele”. Consecuencia: “ya que tú has desechado la palabra del Señor, el Señor te ha desechado a ti, y no quiere ya que seas rey” (1 Sam 15, 22-23).

Una vez transmitido el terrible mensaje, el profeta Samuel toma consigo óleo y un novillo para sacrificar, y se dirige a la poética Belén, en la tribu de Judá, con el fin de ungir, por orden de Dios, a uno de los hijos de Isaí para suceder a Saúl.

Encontrar al elegido por Dios no fue sencillo, ya que Isaí le presentó sucesivamente a siete hijos. Aunque todos ellos eran apuestos, el Señor los rechazó, enseñando a Samuel que no se debe juzgar al hombre solo por su apariencia, sino sobre todo por su corazón. “¿No tienes ya más hijos? A lo que contestó: Aún tengo otro pequeño, que está apacentando ovejas. Dijo Samuel a Isaí: Envía por él, y tráelo aquí, que no nos pondremos a la mesa, hasta que él venga” (1 Sam 16, 11).

Así entra en escena David: “un joven rubio de gallarda presencia y hermoso rostro”. El Señor ordena a Samuel: “Ea, úngele, porque ese es”. El profeta lo ungió delante de sus padres y sus siete hermanos, que deben guardar el secreto hasta el momento oportuno. Y “desde aquel día en adelante el espíritu del Señor quedó infundido en David” (1 Sam 16, 12-13).

Amparado por el Señor, David mata al gigante Goliat

Ahora bien, en aquella época los israelitas mantenían una prolongada guerra contra sus eternos enemigos, los filisteos. Entre estos hay un hombre bastardo, Goliat, que mide casi el doble de la estatura de los hombres comunes. El gigante usa un casco de bronce y una coraza escamada. Su aspecto ya inspira terror.

Un día, mientras los israelitas continuaban la guerra, el filisteo apareció una vez más para burlarse de ellos. Al escuchar las imprecaciones del pagano, David se inflamó de celo por la gloria de Dios y, con corazón magnánimo y valor indomable, confiando en la ayuda del Altísimo, decidió enfrentarse a él. Buscó al rey y le dijo: “Nadie desmaye a causa de los insultos de ese filisteo; yo siervo tuyo, iré y pelearé contra él” (1 Sam 17, 32). Nada pudo disuadir a David de esta empresa.

El joven recoge cinco piedras rodadas del arroyo, se arma con su bastón y su honda, y entra en la arena donde le espera Goliat.

El gigante, espada en mano, avanza, pero David corre y, cogiendo una de las piedras que había puesto en su alforja, la lanza con la honda con tal maestría que hiere al filisteo en la frente, derribándolo al suelo. El adolescente se abalanza sobre el gigante, desenvaina su espada y le corta la cabeza. Se oyen gritos de júbilo por parte de los israelitas y de terror por parte de las filas contrarias, seguidos de una fuga en completa desbandada. Los israelitas los persiguen causándoles una gran mortandad. Todo esto viene relatado en las Sagradas Escrituras.

David y Goliat, Guillaime Courtois, s. XVII – Óleo sobre tela, Museos Capitolinos, Roma

Envidia e ingratitud de Saúl

Como suele ocurrir en momentos de aflicción, Saúl había prometido todo a quien lo liberara del filisteo, incluida la mano de su hija mayor. Pero la gratitud es una de las virtudes más difíciles de practicar. Presa de la envidia por el joven campeón, el rey no le concede la mano de su hija, sino que, por el contrario, comienza a perseguirlo y a atentar contra su vida.

Es más: al ver que David era amado por el pueblo y siempre salía victorioso en las campañas, Saúl piensa en hacerle perecer en una batalla. Para ello, le promete la mano de su hija Mical si mata a cien filisteos con sus propias manos. David mata a doscientos y se casa con la hija del rey. Pero aun viendo que el Señor estaba con su yerno, “comenzó, pues, Saúl a recelar más y más de David”, a pesar de que cada vez que los filisteos hacían incursiones, “se manejaba David con más arte y prudencia que todos los demás oficiales de Saúl” (1 Sam 18, 29-30).

A partir de entonces, David estará constantemente huyendo de Saúl, aunque nunca levantó la mano contra el rey porque este había sido ungido. Lo cual demuestra la rectitud de David.

Saúl acabó suicidándose para no caer en manos de los filisteos, que ya habían matado a tres de sus hijos y a gran parte del ejército (cf. 1 Sam, 31, 1 al 7; 1 Cron 10, 1 al 6).

Reinado de David y nueva alianza con Dios

Cuando muere Saúl, David se dirige a Hebrón, donde es ungido rey de Judá. Mientras tanto, Abner, general de Saúl, hombre valiente pero ambicioso, proclama rey de Israel a Isboset, hijo del difunto monarca. De este modo, solo la casa de Judá (es decir, apenas una de las doce tribus de Israel) sigue a David.

Finalmente, en medio de mil vicisitudes en las que la rectitud de David nunca se desmiente, Isboset y Abner son asesinados, y la casa de Israel reconoce a David y lo unge rey de todo el pueblo (cf. 2 Sam 1 al 5).

David recupera a su primera esposa y se casa con otras,* con las que tiene varios hijos. Derrota a los jebuseos de la fortaleza de Sion, en Jerusalén, que reconstruye con el nombre de Ciudad de David. Y con el material recibido del rey de Tiro, construye un palacio al que quiso trasladar el Arca de la Alianza.

Después de eso, David obtiene victoria tras victoria, sus guarniciones se extienden hasta Damasco, en Siria, convierte a muchos pueblos en tributarios, organiza el orden público en el reino y se hace respetar, manteniendo al enemigo lejos de sus dominios.

El profeta Natán reprende al rey David, Eugène Siberdt, s. XIX – Óleo sobre lienzo, Colección particular

El pecado y la conmovedora penitencia del Rey Profeta

Durante una de las campañas contra los amonitas, David permanece en Jerusalén y envía a su general Joab a comandar las tropas. Como la ociosidad es la madre de todos los vicios, cierto día, mientras el rey paseaba despreocupadamente por la terraza de su palacio después de la siesta, de repente ve a una hermosa mujer, Betsabé, que se baña en una casa cercana. Con la pasión ardiendo en su corazón, manda traerla y peca con ella, ¡aun sabiendo que era la esposa de un subordinado que en ese momento arriesgaba su vida por él en la guerra!

Entonces, Betsabé concibe y envía un mensaje al rey, quien, para disimular las cosas, ordena al esposo de ella que regrese de la guerra, con el fin de proporcionarle información sobre el campo de batalla y así cohabitar con su esposa. Pero el valiente guerrero no quiere el confort del hogar mientras sus compañeros pasan por los peligros y las privaciones de la guerra. Permanece en el atrio del palacio con otros soldados sin convivir con su esposa.

La pasión ciega. El hasta entonces justísimo David no encuentra otra salida que enviar a Urías, ese subalterno dedicado, al lugar más peligroso de la batalla, donde sin duda perecería. Así sucede, y David toma entonces a Betsabé por esposa.

Luego, enviado por Dios, el profeta Natán se presenta ante el rey y lo reprende por su doble crimen, después de tantos beneficios que le había concedido el Creador. Al darse cuenta del pecado cometido y conmovido por la gracia, David cae de rodillas clamando: “Pequé contra el Señor”. Natán le responde que el Señor lo perdona, pero que, como castigo, el hijo fruto de ese adulterio moriría (cf. 2 Sam 11 y 12).

Vestido de penitente, ayunando y postrado en el suelo, David suplica al Señor durante siete días que perdone la vida del niño. Según la tradición, es en esta ocasión cuando escribe los siete Salmos Penitenciales, obra maestra de sentimiento, compunción y verdadera contrición. Al terminar este periodo, el niño muere.

Tal penitencia, sin embargo, fue agradable a Dios, quien concede un nuevo hijo a Betsabé, el célebre Salomón. “Y por medio del profeta Natán le puso también el nombre de Amado del Señor, en atención al amor que el Señor le tenía” (id. 12, 25).

Cuando sus fuerzas disminuyen con la edad y los sufrimientos, el rey casi muere en una batalla. Salvado por la valentía de uno de sus soldados, estos le suplican que no salga más a la guerra “a fin de que no se apague la antorcha de Israel” (id. 21, 17).

Pero esa lámpara ya había perdido su primer fulgor. Y se apaga aún más cuando David vuelve a atraer la cólera de Dios al ordenar, por vanidad, que se haga un censo de su numeroso pueblo. Lo cual trae como consecuencia una peste: “Yo soy el que he pecado; yo el que tengo la culpa. ¿Qué han hecho estos, que son unas ovejas? ¡Oh Señor!, te ruego que descargues tu mano sobre mí y sobre la casa de mi padre” (id. 24, 17), es la súplica de David al Señor, a quien ofrece sacrificios para apaciguar su cólera.

Después de muchas recomendaciones, habiendo consagrado a Salomón como su sucesor, el Profeta Real “murió al fin en dichosa vejez, lleno de días, de riquezas y de gloria” (1 Cron 29, 28).

Un rey según el corazón de Dios

“La Biblia narra los pecados y debilidades de David sin excusas ni paliativos, pero también relata su arrepentimiento, sus actos de virtud, su generosidad hacia Saúl, su gran fe y su piedad. Los críticos que han juzgado duramente su carácter no han tenido en cuenta las difíciles circunstancias en las que vivió ni las costumbres de su época. No es crítico ni científico exagerar sus faltas o imaginar que toda la historia es una serie de mitos. La vida de David fue una época importante en la historia de Israel. Fue el verdadero fundador de la monarquía, la cabeza de la dinastía. Escogido por Dios como un hombre según su propio corazón, David fue puesto a prueba en la escuela del sufrimiento durante los días del exilio y se convirtió en un líder militar de renombre. …

“David no fue meramente un rey y gobernante, también fue un profeta. El Espíritu del Señor ha hablado por mí y su palabra por mi lengua (2 Sam 23, 2) es una declaración directa de inspiración profética en el poema allí expuesto. San Pedro nos dice que fue un profeta (Hch 2, 30). Sus profecías están incluidas en los salmos que compuso, que son literalmente mesiánicos … Se refieren al sufrimiento, la persecución y la liberación triunfante de Cristo, o a las prerrogativas que le confirió el Padre. … el propio David siempre ha sido considerado como una figura del Mesías. En esto la Iglesia no ha hecho más que seguir la enseñanza de los profetas del Antiguo Testamento. El Mesías sería el gran rey teocrático; David, el antepasado del Mesías era un rey según el corazón de Dios. Sus cualidades y su mismo nombre se atribuyen al Mesías.

“Los Padres de la Iglesia consideran que algunos episodios de la vida de David presagian la vida de Cristo; Belén es el lugar de nacimiento de ambos; la vida de pastor de David apunta hacia Cristo, el Buen Pastor; las cinco piedras escogidas para matar a Goliat prefiguran las cinco llagas; la traición de su consejero de confianza, Ajitófel, y el paso sobre el Cedrón nos recuerdan la Sagrada Pasión de Jesucristo. Muchos de los salmos davídicos, como aprendemos en el Nuevo Testamento, son claramente típicos del futuro Mesías” (John Corbett, King David, in http://www.newadvent.org/cathen/04642b.htm).

 

Nota.-

* La poligamia (matrimonio de un hombre con varias mujeres), por el hecho de que no se opone al fin primario del matrimonio (la procreación), podía existir por explícita dispensa divina como sucedió en el Antiguo Testamento, pero no la “poliandria” (matrimonio de una mujer con varios hombres) (cf. Gen 16, 2; 21, 12; Deut 21, 15). Tal dispensa tuvo como finalidad el más pronto repoblamiento de la Tierra después del Diluvio y fue abolida por Nuestro Señor (Mt 19, 9; Mc 10, 11; Lc 16, 18), “que declaró que la dispensa fue dada ‘propter duritiam cordis’ (a causa de la dureza de los corazones), mientras que, al principio, no era así (Mt 19, 8)” (Enciclopedia Cattolica, Città del Vaticano, Casa Editrice G. S. Sansoni, Firenze, 1952, t. 9, p. 1681).

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