Plinio María Solimeo La mayoría de los católicos vive hoy con la ilusión de que irá al cielo, sin tener que hacer el menor esfuerzo para merecerlo. Practican bien o mal los Mandamientos, van a misa cuando quieren, rezan cuando les apetece o necesitan alguna gracia y, por lo demás, dejan todo para el último momento. No les cabe en la cabeza que, aunque hayan vivido religiosamente, tendrán que pasar por el purgatorio a fin de purgar la pena debida a los pecados perdonados en confesión, por los que no han hecho la suficiente penitencia para borrar la deuda a que dan lugar. Si piensan en ello, tienen una idea muy superficial de lo que es el purgatorio, y por eso hacen muy poco para evitarlo. Acerca del purgatorio, el Catecismo de la Iglesia Católica afirma: “Los que mueren en la gracia y en la amistad de Dios, pero imperfectamente purificados [lo que les ocurre a casi todos los que no han sido elevados a la honra de los altares], aunque están seguros de su eterna salvación, sufren después de su muerte una purificación, a fin de obtener la santidad necesaria para entrar en la alegría del cielo. La Iglesia llama purgatorio a esta purificación final de los elegidos que es completamente distinta del castigo de los condenados” (CEC 1030-1031). Ahora bien, las penas del purgatorio son terribles, porque tienen por objeto purificar el alma de cualquier vestigio de culpa, por pequeño que sea, para que sea digna de ir a ver cara a cara al Santísimo Dios en el cielo. Por esta razón, según santo Tomás de Aquino y san Agustín de Hipona, en términos de sufrimiento, las penas del purgatorio son análogas a las del infierno. Según estos Doctores de la Iglesia, es el mismo fuego el que purifica a unos y atormenta a otros. La pena temporal de los pecados Debemos recordar que cuando recibimos la absolución de los pecados por medio de la confesión sacramental, la culpa de los pecados queda eliminada, siempre que la confesión sea bien hecha. Es decir, se borra la pena eterna debida a ellos, si son mortales. Sin embargo, queda pendiente la pena temporal exigida por la Justicia Divina ultrajada. Esta pena debe cumplirse en la vida presente o después de la muerte; es decir, en el purgatorio. La Santa Iglesia, Madre amorosa, en el ejercicio del Poder de las Llaves y la aplicación de los méritos sobreabundantes de Nuestro Señor Jesucristo y de los santos, pone a nuestra disposición recursos que nos ayudan a remitir parcial o totalmente esta pena debida a los pecados cometidos, por medio de las indulgencias. Las indulgencias son parciales, cuando remiten parte de la culpa, o plenarias, cuando remiten por entero la pena temporal debida al pecado. Se pueden aplicar a las almas del purgatorio. Sacramentos y sacramentales Además de las indulgencias, de las que podemos beneficiarnos, tenemos también los llamados sacramentales, que nos conceden abundantes recursos para recibir las indulgencias, ayudándonos en el camino de la perfección. El Catecismo de la Iglesia Católica define a los sacramentales como “signos sagrados instituidos por la Iglesia cuyo fin es preparar a los hombres para recibir el fruto de los sacramentos y santificar las diversas circunstancias de la vida” (CEC 1677). La diferencia entre el sacramento y el sacramental es que este último no confiere la gracia del Espíritu Santo, como sucede con el sacramento. Pero, por la oración de la Iglesia, prepara para la recepción de la gracia (cf. CEC 1670). Entre los diversos sacramentales figuran en primer lugar las bendiciones, que pueden ser de personas, de objetos de piedad o incluso profanos, de lugares, etc. El número de sacramentales es muy grande. Por ejemplo, mientras estén bendecidos, existen cruces, imágenes y estampas de santos, agua bendita, sal bendita y el santo rosario. Los escapularios de todo tipo son uno de los sacramentales más accesibles, pues basta con llevarlos al cuello para recibir las bendiciones y gracias que conllevan. El escapulario del Carmen Años atrás, el escapulario del Carmen, símbolo de la devoción a la Santísima Virgen, estuvo muy presente. Se lo veía en el ómnibus, en la calle, en las tiendas, en todas partes, sobre todo llevado por jóvenes. Sin embargo, no es descabellado conjeturar que la mayoría lo llevaba para estar a la moda, como mero “adorno”, o incluso como amuleto para “tener suerte”. Como resultado, dejaban de recibir las innumerables gracias relacionadas con él y, sobre todo, de merecer las grandes promesas vinculadas al escapulario. El Papa Pío XII dijo a su respecto: “Nadie ignora ciertamente de cuánta eficacia sea para avivar la fe católica y reformar las costumbres, el amor a la Santísima Virgen Madre de Dios, ejercitado principalmente mediante aquellas manifestaciones de devoción que contribuyen en modo particular a iluminar las mentes con celestial doctrina y a excitar las voluntades a la práctica de la vida cristiana. Entre estas debe colocarse, ante todo, la devoción del Escapulario de los Carmelitas, que, por su misma sencillez, al alcance de todos, y por los abundantes frutos de santificación que aporta, se halla extensamente divulgada entre los fieles cristianos” (Doctrina Pontificia, IV, Documentos Marianos, Hilario Marín SJ, BAC, Madrid, 1954, p. 626-627). Origen del escapulario y del “privilegio sabatino” San Simón Stock, Superior General de la Orden del Carmen, nació en Inglaterra en 1165. Según relató él mismo al padre Pedro Swayngton, su secretario y confesor, en la mañana del 16 de julio de 1251, debido a las persecuciones que sufrían los carmelitas, se dirigió a la Santísima Virgen con muchas lágrimas, suplicándole que protegiera a su Orden y le manifestara por medio de una señal su alianza con ella. Mientras rezaba con fervor la bella oración Flos Carmeli por él compuesta, de repente la Santísima Madre de Dios se le apareció resplandeciente de luz, llevando en un brazo al Niño Jesús y en el otro un escapulario formado por dos pedazos de lana unidos por una cinta. “Recibe, hijo dilectísimo, este escapulario de tu orden”, le dijo la Virgen. Y le prometió que todo aquel que muera revestido con el escapulario en el pecho, no padecerá el fuego eterno, porque “es una señal de salvación, una salvaguardia en los peligros, alianza de paz y de protección sempiterna”, añadió la Madre del Redentor. Un siglo más tarde, apareciéndose al Papa Juan XXII (1249-1334), la Santísima Virgen fue aún más lejos en su protección maternal a quienes llevaran su escapulario: no se limitó a prometer que los libraría del fuego del infierno, sino que los libraría del purgatorio el primer sábado después de su muerte. Esta segunda y sorprendente promesa se conoce como el “privilegio sabatino”. Como entender el “privilegio sabatino” ¿Cuál es exactamente el significado de esta sublime promesa de salvación eterna? Obviamente no puede ser que por llevar el escapulario, una persona pueda hacer lo que quiera y su salvación esté asegurada, aunque muera en pecado mortal. Eso sería absurdo y antiteológico. Así que esta promesa no puede significar otra cosa que quien muera llevando el escapulario, si está en pecado mortal, tendrá tiempo de confesarse y arrepentirse de sus pecados. Por eso la Iglesia suele incluir la palabra “piadosamente” en la promesa: “aquel que muera con él piadosamente no padecerá las penas del infierno”. Esto lleva a los teólogos a entender que, al morir con el escapulario, la persona recibirá de la Santísima Virgen en la hora de la muerte la gracia de la perseverancia en el estado de justicia, si se encuentra en él, o en caso contrario, la gracia de la conversión y de la perseverancia final. Privilegios vinculados al escapulario Podemos resumir así los privilegios vinculados al escapulario: La Gran Promesa: “Aquel que muera con él [piadosamente] no padecerá el fuego eterno”. El Privilegio Sabatino: será liberado del purgatorio el sábado siguiente a su muerte. Condiciones para recibir los privilegios del escapulario Sin embargo, para gozar de estos privilegios, no basta llevar piadosamente el escapulario. Es necesario que haya sido impuesto, al menos la primera vez, por un sacerdote. Actualmente cualquier sacerdote con uso legítimo de órdenes tiene ese poder. Además, como prescribe la Iglesia, el escapulario debe ser hecho con dos pedazos de lana —y no de otro material— unidos entre sí por cordones. Existen escapularios revestidos de plástico, que contienen los dos pedazos de lana. Esto los hace válidos. Debe ser de forma rectangular o cuadrado, de color marrón, café o negro, y llevarse de forma que una parte caiga sobre el pecho y la otra sobre la espalda. La persona que lo porta debe observar la castidad según su estado: es decir, perfecta para los solteros y matrimonial para los casados. Otra condición es rezar diariamente las oraciones prescritas por el sacerdote que lo impuso, habitualmente 7 Padrenuestros, 7 Avemarías y 7 Glorias. El escapulario lo pueden llevar incluso los niños que aún no han alcanzado el uso de razón, porque les servirá de “defensa y salvación en los peligros”. Además, cuando sean adultos, si han tenido la desgracia de abandonarlo y llevar una vida irreligiosa, como ya lo recibieron una vez, les bastará con volver a ponérselo al cuello para gozar de sus privilegios. Medalla-Escapulario A través de un decreto del 16 de diciembre de 1910 emanado del Santo Oficio, el Papa san Pío X concedió el permiso de usar, en vez de los pequeños escapularios de las diferentes órdenes, una sola medalla de metal. Esta debe tener en una de sus caras al Sagrado Corazón de Jesús y en la otra a la Santísima Virgen. Todas las personas válidamente investidas con un escapulario de paño, adecuadamente bendito, pueden cambiarlo por la medalla de metal. Esta puede ser bendita con una bendición simple por cualquier sacerdote. Conclusión ¿Puede haber algo más extraordinario que esta promesa, no solamente de la salvación eterna, sino también de la liberación del purgatorio el primer sábado después de la muerte? Esto tiene un alcance tan grande y tan excelso para la vida espiritual que nunca seremos capaces de apreciar su profundidad. En esta época, en la que el poder de Satanás amenaza con sacudir hasta los mismos cimientos de la Santa Iglesia y del mundo, las promesas vinculadas al Escapulario nos animan a afrontar las vicisitudes de la vida con fe sobrenatural, confiando en Aquella que aplasta las herejías y la cabeza de la serpiente infernal.
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