¿Qué debe un fiel católico esperar del nuevo Papa? Esta es la materia de una «Filial súplica al Papa ignoto», suscrita por asociaciones de seglares católicos de 20 países, consagradas a la defensa de los ideales de la civilización cristiana, la Tradición, la Familia y la Propiedad. El documento fue entregado el día 14 de abril a los 115 cardenales que participaron del Cónclave, y publicado íntegramente en los EE.UU. Por su importancia en la perspectiva de Fátima, nos pareció oportuno dar a conocer sus tópicos principales.
Las entidades firmantes presentan al nuevo Pontífice una súplica, aún antes de conocerse su nombre, dado que la materia del mensaje trasciende cualquier circunstancia personal de quien resulte electo. Inicialmente señalan la inmensa trasformación psicológica operada desde la elección de S.S. Juan Pablo II, cuando aún reinaba en medios eclesiásticos la fascinación por el mundo moderno y estaba en curso una funesta política de distensión con el comunismo. Al desintegrarse el imperio comunista muchos auguraron el ingreso en una nueva era de prosperidad y despreocupación, pero sucedió exactamente lo contrario: un caos multiforme se fue instalando en el acontecer humano, del cual el terrorismo suicida es tan sólo una manifestación extrema. El actual desencanto de un mundo sin Dios, sin ideales trascendentes, saciado de gozo material, es el amargo fruto de lo que el mismo Juan Pablo II denominó “apostasía silenciosa” del Occidente.
Al mismo tiempo se adensaba en el mundo católico la inmensa crisis interna, fruto del proceso iniciado tras el Concilio Vaticano II, que Pablo VI denominó “auto-demolición” de la Iglesia, y penetración en ella de la “humareda de Satanás”. A esa crisis también se refirió Juan Pablo II en duros términos, afirmando que hoy, muchos católicos “se sienten perdidos, confundidos, perplejos y hasta desilusionados” ante la penetración en la Iglesia de “ideas que contrastan con la Verdad revelada”, “verdaderas herejías, en el campo dogmático y moral”, las cuales crearon “dudas, confusiones y rebeliones”, mientras se desfiguraba la Liturgia y se propagaban el relativismo, el permisivismo y “un cristianismo sociológico, sin dogmas definidos y sin moral objetiva” (L’Osservatore Romano, 7 de febrero de 1981). Pero, en sentido opuesto, como reacción a la desestabilización creciente en todos los órdenes, en amplios sectores de la opinión pública, sobre todo en los jóvenes, reviven aspiraciones y convicciones que la llamada “modernidad” había sofocado, como la renovada atracción por valores eternos e inamovibles como la tradición, la familia, la Religión. Tal vez sea éste el sentido más profundo de esa infinidad de fieles que acudió en estos días a Roma. Ellos son las “víctimas exhaustas” de las utopías de la modernidad, y esperan ahora de la Iglesia “el mensaje coherente y tonificante, el ejemplo sabio y arrojado de la afirmación perenne de la Fe, y el convite maternal y entusiasta a seguir las verdades absolutas”, señala el documento. Con este telón de fondo bivalente, de esperanzas y amenazas, los firmantes someten al futuro Papa los problemas temporales que consideran primordiales para la Iglesia en el actual cuadro histórico: “la escalada del laicismo militante, la amenaza de la expansión islámica, y la agitación revolucionaria de la «izquierda católica» en América Latina”. La escalada del laicismo ateo El texto analiza el profundo cambio de rumbo realizado por los socialistas y las izquierdas en general, que ahora buscan subsanar sus fracasos en el terreno socioeconómico promoviendo la nueva Revolución Cultural, toda ella en el campo de las costumbres.
Esta neo-revolución se propone transformar la psicología humana, mediante la dilución de las certezas filosóficas y morales. En nombre de la “tolerancia” y la “no-discriminación” pretende imponer la aceptación de los llamados comportamientos “alternativos” frontalmente opuestos a la Moral. Bajo pretexto de neutralidad religiosa del Estado, excluye a la Iglesia del debate público, “libera” la enseñanza de la Religión, y promueve medidas persecutorias contra quienes invoquen la ley de Dios o la moral: por ejemplo, leyes-mordaza que silencien la enseñanza de la Iglesia sobre el carácter antinatural y pecaminoso de las relaciones homosexuales, bajo pena de incurrir en el elástico delito de “homofobia”. Esto coloca a los católicos en un dilema: o eximirse de proclamar la verdad evangélica, o dar testimonio valeroso de las enseñanzas del Divino Salvador, estimulados por su promesa: «¡Confiad, Yo vencí al mundo!» (Jn. 16, 33). El texto recuerda que León XIII buscó contemporizar con el Estado laico. Pero esta política, al contrario de lo que el Pontífice esperaba, lejos de atraer hacia la Iglesia las simpatías de los agnósticos, desembocó en una persecución abierta. “Frente a ese panorama, [su sucesor] San Pío X no dudó un instante y convocó a los católicos para el combate, bajo el lema «Omnia instaurare in Christo», condenando el movimiento «Le Sillon» que pretendía una acomodación del catolicismo a los principios laicistas de la Revolución Francesa”. Fue una gran victoria de San Pío X. Y “el orbe católico anhela hoy, Santo Padre, que vuestra figura se proyecte con la misma gloriosa dimensión de vuestro insigne Predecesor”.
La amenaza islámica En su testamento, el inolvidable Juan Pablo II señala el doloroso hecho de que en varios países, la Iglesia atraviesa “un período de persecución tal que no es inferior al de los primeros siglos; al contrario, incluso los supera por el grado de crueldad y de odio”. Esta persecución, que comprende las amenazas del laicismo ateo en Occidente, es una cruenta realidad en las áreas geográficas dominadas por el Islam, y se proyecta sobre el mundo occidental cristiano, como lo testimonian los atentados del 11 de setiembre en los Estados Unidos y del 11 de marzo en España, realizados por sectores del Islam que amalgaman los principios del Corán a doctrinas revolucionarias socialistas y anárquicas. Para muchos resulta vergonzoso aceptar que en pleno siglo XXI puedan darse conflictos religiosos. Pero la realidad nos muestra que el Islam radical tiene un ansia de dominación y una determinación destructora del mundo cristiano. El obispo de Izmir (Turquía), Mons. Giuseppe Bernardini, recordó oportunamente esta verdad a los Prelados reunidos en el II Sínodo Europeo, suministrando detalles de la persecución mahometana y relatando lo que, durante un encuentro oficial de diálogo islámico-cristiano, oyó decir fríamente a un líder musulmán: «Gracias a vuestras leyes democráticas os invadiremos; gracias a nuestras leyes religiosas os dominaremos». Frente al agresivo programa de conquista mahometana, resulta vana una política de concesiones basada en la ilusoria esperanza de disolver los prejuicios musulmanes contra el catolicismo. La sangre de tantos mártires cristianos, víctimas del expansionismo islámico, clama por una actitud firme y clara de la Iglesia, en espera de la hora providencial en que pueda iniciar un vasto esfuerzo de evangelización. Renace en América Latina la agitación de la “izquierda católica” América Latina constituye hoy el mayor baluarte católico. La entrañada religiosidad de sus poblaciones, y su carácter tranquilo y afecto al orden, las hace refractarias tanto al secularismo ateo como a la agitación izquierdista. Sólo una izquierda “católica” podía intentar impulsar Latinoamérica hacia el socialismo, en nombre de la religión. Y los resultados de ese intento están a la vista: tras décadas de pastoral basada en una distorsionada y excluyente interpretación de la “opción preferencial por los pobres”, millones de fieles se apartaron del redil sagrado, en una apostasía sin precedentes. «La ironía es ... que los católicos optaron por los pobres y los pobres optaron por los evangélicos», constató oportunamente el periodista James Brooke, en el “New York Times”.
Al mismo tiempo la “izquierda católica”, apoyada por la Teología de la Liberación respalda las nuevas metas socio-económicas del comunismo y las izquierdas latinoamericanas: lucha de clases planetaria, de naciones “pobres” contra ricas; abolición de las grandes estructuras económicas, políticas, administrativas y sociales; organización social en pequeñas comunidades autogestionarias igualitarias, con una economía primitiva y miserabilista; combate a los avances tecnológicos, en nombre de un “regreso a la naturaleza”. En aras de este propósito, la “izquierda católica” no duda en fomentar el desprecio a la ley, la invasión de propiedades y hasta la violencia, incluso apoyando a movimientos guerrilleros. Frente a esa manipulación de la religión a favor de soluciones antinaturales y violentas de los problemas sociales, la inmensa mayoría pacífica y laboriosa de los católicos anhela que la Cátedra de Pedro ponga al descubierto las tramas de la “izquierda católica” y denuncie sus errores doctrinarios, reafirmando la enseñanza tradicional de la Iglesia sobre la propiedad privada, la libre iniciativa y la armonía social. * * * Al concluir, los firmantes señalan que pocas veces en la historia el mundo se volvió con tanta expectativa hacia Roma, precisamente cuando se ve colocado ante perspectivas grandiosas, de “una era que va llegando a su trágico ocaso” junto con “los primeros fulgores de una aurora que se descubre esplendorosa, como la anunciada por Nuestra Señora en Fátima”. Con ese horizonte en vista depositan a los pies del nuevo Papa su filial súplica, e imploran para él un glorioso pontificado, fortalecido por las gracias de Aquel que proclamó: «Y Yo te digo que tú eres Pedro, y sobre esta piedra edificaré mi Iglesia; y las puertas del infierno no prevalecerán contra ella» (Mt. 16, 18). Suscriben el manifiesto la Asociación de Fundadores de la TFP - Tradición Familia Propiedad, del Brasil; Tradición y Acción por un Perú Mayor; y 18 otras entidades.
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