La visita del Papa Francisco al Perú Pablo Luis Fandiño
Del 18 al 21 de enero pasado el Perú recibió la augusta visita de Su Santidad el Papa Francisco. El saludo de bienvenida estuvo encabezado por el Presidente de la República, señor Pedro Pablo Kuczynski, junto con su gabinete en pleno, el Presidente del Congreso, Luis Galarreta, el Arzobispo de Lima, cardenal Juan Luis Cipriani, el Nuncio Apostólico, Mons. Nicola Girasoli, autoridades civiles, militares y eclesiásticas, siendo objeto de los altos honores que como Jefe de Estado le corresponden. Del aeropuerto, el Romano Pontífice se dirigió hacia la Nunciatura Apostólica, en donde pernoctaría las tres noches. Pero en el trayecto ocurrió algo que se repetiría una y otra vez a lo largo de toda su estadía: una multitudinaria manifestación de fe en las calles. Naturalmente se podrían esperar plazas y locales llenos, pero no necesariamente sus calles adyacentes… Sin embargo, estas estaban colmadas de público, así como los caminos y las carreteras por donde transitó la comitiva papal. Produciéndose un auténtico desborde de entusiasmo. ¡Qué espectáculo en los alrededores de la Nunciatura, desde muy temprano en la mañana esperando el saludo papal y por la noche su bendición apostólica! Por ejemplo, cientos de pobladores se desplazaron desde Manchay, en la periferia de Lima, algunos caminando. El Papa pensó que quizás no tenían dinero para venir en “colectivo”: ¡no Santo Padre, vinieron así por devoción! En Puerto Maldonado, la epopeya de la evangelización
La primera ciudad del interior que el Papa Francisco visitó fue Puerto Maldonado, capital de una región que lleva un nombre maravilloso: Madre de Dios. Enclavada en uno de los lugares más bellos de nuestra Amazonía, rodeada de impenetrables bosques, caudalosos ríos y una prodigiosa fauna. Entre los motivos que condujeron al Santo Padre a esta alejada provincia, cabe destacar su convocatoria a una Asamblea Especial del Sínodo de los Obispos para la región Panamazónica, que tendrá lugar en Roma en el mes de octubre de 2019. La selva amazónica ha sido a través de la historia un auténtico reto para la Iglesia en el Perú. Fueron los evangelizadores franciscanos, dominicos, jesuitas, mercedarios y agustinos los primeros en trasponer sus fronteras para llevar la luz del Evangelio a sus habitantes. Esto se desarrolló en sucesivas oleadas de misioneros que, a lo largo de cinco siglos, enfrentaron obstáculos aparentemente infranqueables. Hubo una muchedumbre de mártires que ofrendaron sus vidas por la salvación de los infieles. El convento franciscano de Santa Rosa de Ocopa ocupa un lugar de singular realce en esta magna epopeya. En el Coliseo Regional tuvo lugar el encuentro del Papa con los pueblos de la Amazonía, asistido por unos tres mil pobladores de las más diversas etnias y regiones del país. Llamaba la atención que algunos pobladores asháninkas, vestidos con su indumentaria tradicional, filmaran al Papa con sus cámaras digitales, tablets y celulares. Una muestra de que el progreso no les ha sido ajeno. Según sostenía Plinio Corrêa de Oliveira, la concepción tradicional de las misiones tiene como fin evangelizar, evangelizando civilizar y civilizando hacer el bien. Por la tarde, ya de regreso en Lima, se realizó una ceremonia protocolar en el Patio de Honor de Palacio de Gobierno. En Trujillo de Nueva Castilla, encuentro con el Perú profundo
Al día siguiente el Vicario de Nuestro Señor Jesucristo visitó Trujillo, antigua y aristocrática ciudad, con hermosas casonas, espléndidas iglesias, monasterios y hospitales otrora abrigados por sus murallas, rodeada de fértiles valles y célebres haciendas de caña de azúcar. Allí se habían congregado desde algunos días antes unas 40 imágenes de las más veneradas en el norte del país: como el Señor Cautivo de Ayabaca, la Virgen de la Soledad de Cajamarca, el Divino Niño del Milagro de Eten, la Virgen de la Merced de Paita, la Virgen Asunta de Chachapoyas, entre muchas otras.
La mayor concentración aquí, de 300.000 fieles, fue durante la misa oficiada en Huanchaco. Ante un espléndido panorama, con un sol radiante y el océano de fondo. La estampa nos recordaba que fue por el mar que nos llegó la fe católica. Un guardacostas de la Marina de Guerra, en que podríamos vislumbrar a las viejas carabelas con un poco más de bruma e imaginación, patrullaba la costa en resguardo del Santo Padre. En el Seminario de San Carlos y San Marcelo, el Papa dirigió unas palabras a los sacerdotes y seminaristas, en las que elogió la religiosidad del pueblo, de las familias, de las madres y de las abuelas. Finalmente, en la Plaza de Armas de Trujillo, abarrotada de público, el Pontífice coronó solemnemente a la Inmaculada Virgen de la Puerta de Otuzco, como “Madre de Misericordia y de la Esperanza”. En Lima, tres veces coronada Ciudad de los Reyes, desborde de entusiasmo y de fe
Por la mañana del domingo 21, el Santo Padre tuvo un breve encuentro con unas 500 religiosas de clausura en el Monasterio de las Nazarenas. Luego visitó la Basílica Catedral, donde veneró las reliquias de santo Toribio de Mogrovejo, santa Rosa de Lima, san Martín de Porres, san Francisco Solano y san Juan Masías. Acto seguido, se reunió con los obispos en la capilla del Palacio Arzobispal; allí les comentó ampliamente la vida del segundo arzobispo de Lima. Al mediodía rezó el Angelus desde el balcón de santo Toribio. No era en Roma, era en Lima. No era la Plaza de San Pedro, era la Plaza Mayor de Lima. No eran peregrinos que habían acudido a la Ciudad Eterna, era una multitud de jóvenes peruanos que lo ovacionaban. Por la tarde tuvo lugar la misa en la explanada de la Base Aérea de Las Palmas, que congregaría a más de un millón doscientas mil almas. Desde la madrugada, en los ómnibus de transporte público se podía leer la inscripción: “Vamos a la misa del Papa”. Ante las imágenes del Señor de los Milagros y de la Virgen del Rosario de la Evangelización, el Pontífice dirigió sus últimas palabras al pueblo peruano. ¿Un mar humano? No. ¡Un océano humano! La mayor concentración de personas de nuestra historia. Los adversarios de la Iglesia
Transcurrida la augusta visita, la comisión organizadora ofreció una conferencia de prensa. Los comentarios tendenciosos sobre los gastos en que incurrió el gobierno, fueron desinflados por el coordinador nacional de la visita, Alfonso Grados Carraro. El Secretario de la Conferencia Episcopal, Mons. Norberto Strotmann, calificó a la organización del evento papal (en una escala de 0 a 20) con nota 22. Y esto, dicho por un obispo de origen alemán… El Ministro del Interior, Gral. Vicente Romero Fernández, informó que durante los cuatro días se produjeron apenas 3 falsas alarmas, 7 pintas contrarias, 14 intervenciones a manifestantes… Los medios de comunicación, usualmente bastante críticos con la Iglesia —¿apelando al rating?— optaron por brindar al público una amplia cobertura… “Todos somos Papa”, sostenía una de las emisoras. En las redes sociales, en cambio, el febril pataleo de los ateos, marxistas, agnósticos, etc., se hizo sentir… Pero nada impidió que el Vicario de Cristo recibiera de parte de los católicos peruanos y hasta de muchísimos no católicos, el debido homenaje a su alta investidura. Una reflexión final ¿Cómo explicar tanto éxito? Los raciocinios naturales son insuficientes para determinar tan espléndidos resultados. La augusta visita del Papa Francisco al Perú ha superado en participación las expectativas más optimistas. Los peruanos hemos asistido a una de las mayores manifestaciones de fe de nuestra historia. De acuerdo a los organizadores “más de tres millones y medio de pobladores han nutrido calles, carreteras, plazas, misas populares a lo largo y ancho de tres días de intensas jornadas” y entre 25 y 30 millones han seguido al Santo Padre por la televisión. Esto sería imposible sin una acción de la gracia. Aún más, me atrevo a decir que sin una acción extraordinaria de la gracia esto que hemos vivido hubiera sido impracticable. El Perú es indudablemente un pueblo muy religioso y quien quiera negar esta afirmación sencillamente no conoce el Perú, y tampoco conoce su historia. Alguien dijo alguna vez que Dios es peruano. Lo cierto es que la Santísima Virgen quiere mucho al Perú y que a lo largo de su historia muchas almas que nacieron en su suelo y otras que de lejos vinieron a habitarlo, correspondieron a ese amor maternal. Por eso mismo, en el cielo habita una constelación de santos, no apenas los más conocidos, sino una pléyade de varones y mujeres que se santificaron en esta tierra. Por eso el Papa nos habló de una tierra “ensantada”. Basta tocar, aunque levemente, esa fibra de nuestro pueblo que ocurre un prodigio: el país entero se levanta, resurge, se eleva. Hoy, el Perú lo tiene todo. Dios le ha dado las mayores riquezas, solo nos falta una cosa: santidad. Esta es la verdadera meta a la cual todos los peruanos debemos aspirar; y así seremos un Perú unido, cristiano y feliz. “Buscad primero el reino de Dios y su justicia, y lo demás vendrá por añadidura”, dice Nuestro Señor (Mt 6, 33).
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