(segunda parte) Entrevista al autor del libro “Fátima: ¿Mensaje de Tragedia o de Esperanza?” A continuación reproducimos la segunda parte de la entrevista que el autor del best seller “Fátima: ¿Mensaje de Tragedia o de Esperanza?”, Antonio Augusto Borelli Machado, concedió a nuestro colaborador Benoît Bemelmans, con motivo del centenario de las apariciones de la Santísima Virgen en Fátima . (La primera parte puede consultarse en www.fatima.pe/articulo-1213-por-que-el-tercer-secreto-de-fatima-no-fue-divulgado-en-1960.) * * * Tesoros de la Fe — La noción de un gran castigo tampoco está muy presente en los comentarios al tercer secreto hechos por estudiosos y predicadores… Antonio Borelli Machado — Sin embargo, está presente en el principal comentarista, que ciertamente fue el cardenal Ratzinger… En efecto, en la interpretación del tercer secreto hecha por él y que integra el fascículo El mensaje de Fátima, está dicho: “La palabra clave de este ‘secreto’ es el triple grito: ‘¡Penitencia, Penitencia, Penitencia!’. Viene a la mente el comienzo del Evangelio: ‘paenitemini et credite evangelio’ (Mc 1, 15). Comprender los signos de los tiempos significa comprender la urgencia de la penitencia, de la conversión y de la fe. Esta es la respuesta adecuada al momento histórico, que se caracteriza por grandes peligros y que serán descritos en las imágenes sucesivas. […] El ángel con la espada de fuego a la derecha de la Madre de Dios recuerda imágenes análogas en el Apocalipsis. Representa la amenaza del juicio que incumbe sobre el mundo. La perspectiva de que el mundo podría ser reducido a cenizas en un mar de llamas, hoy no es considerada absolutamente pura fantasía: el hombre mismo ha preparado con sus inventos la espada de fuego” (El Mensaje de Fátima, p. 39). La conclusión es clara: nuestro mundo —el mundo moderno— está ante la siguiente alternativa: a) o se convierte, y tal conversión implica abandonar los falsos principios sobre los cuales está constituido, dejando de ser laico, ateo… “moderno”; b) o no se convierte, y será reducido a ruinas por el fuego. En la segunda hipótesis, sobre sus ruinas se levantará una nueva civilización, que san Luis María Grignion de Montfort designaba como el Reino de María (Tratado de la verdadera devoción, nº 217); lo cual está en perfecta consonancia con el Mensaje de Fátima: “Por fin, mi Inmaculado Corazón triunfará” (segundo secreto). Tesoros de la Fe — ¿Se podría decir que este es el punto central del Mensaje de Fátima?
Antonio Borelli Machado — Exactamente. La inminencia de un gran castigo. Muchos predicadores imaginan que, al anunciarlo, asustarían a sus oyentes y por eso no lo hacen. Ahora bien, la misión de los profetas ha sido frecuentemente la de emplazar al pueblo a la penitencia, anunciando castigos. Si son oídos, el castigo se desviará; de lo contrario, el castigo se desencadenará. Anunciar el Mensaje de Fátima en su integridad, es una cuestión de fidelidad a la Santísima Virgen. En realidad, existe un número ponderable de almas que, por sí mismas, se formaron una noción del desconcierto del mundo moderno, y de que, sin una intervención extraordinaria de la Providencia, este mundo no tiene arreglo. Tales almas cultivan, en el secreto de sus corazones, la esperanza de aquella intervención y se sentirían confirmados en su percepción al oír el mismo diagnóstico de labios de los pastores de la Iglesia. No se debería temer de que almas así se asustasen con la profecía del castigo, al contrario, exultarán con el prenuncio de la victoria del bien sobre el mal. Como el profeta Simeón quedó consolado al ver al Mesías en brazos de la Santísima Virgen: “Ahora, Señor, según tu promesa, puedes dejar a tu siervo irse en paz. Porque mis ojos han visto a tu Salvador” (Lc 2, 29-30). El hecho es que, sin la mención del castigo, el Mensaje de Fátima queda vaciado de su carácter específico para nuestros días. No se comprende que el punto crucial del mensaje sea omitido. Los predicadores no deben, pues, temer que sus oyentes se asusten. Para unos será la confirmación —¡y una consolación!— de lo que pensaban; para los que se sobresalten, servirá de advertencia, quizá de ocasión para abrir sus almas a la gracia de Fátima. Tampoco basta decir —como muchos lo hacen— que el Mensaje de Fátima, por el hecho de predicar la oración y la penitencia, está en perfecta conformidad con el Evangelio de Nuestro Señor Jesucristo. Es verdad y es bueno que se diga. Sin embargo, además, es necesario resaltar la enormidad del castigo que pende sobre el mundo. Solo así un gran número de almas serán movidas a hacer una penitencia seria. ¡Y solo así podrán constituir las piedras vivas del Reino de María que vendrá! Tesoros de la Fe — Con respecto al comunismo, el uso de la palabra railliement puede parecer excesivo. ¿No se podría decir que la Ostpolitik vaticana pretendía apenas atenuar las persecuciones desencadenadas por los gobiernos comunistas? ¿No se refirió expresamente el cardenal Ratzinger a “abrir un poco las puertas cerradas del comunismo”? Antonio Borelli Machado — Se trata de un proceso. Al comienzo, la Ostpolitik aparece apenas como una distensión, un cese de hostilidades. En seguida la distensión se transforma en una convivencia normal. Por fin, resulta en la cooperación para una finalidad común. Pero esa finalidad no se escoge de común acuerdo: es la que interesa a la parte comunista. Con ello, se produce, en la parte católica, un paulatino abandono de principios inalienables, que caen en el olvido y son substituidos en la práctica por los principios y metas del enemigo. Es el resultado del proceso de transbordo ideológico inadvertido, como lo denomina Plinio Corrêa de Oliveira.5 El secretario general del partido comunista español, Santiago Carrillo (1915-2012), cuestionado por algunos “camaradas” sobre si la colaboración con los católicos cambiaría el contenido ideológico del partido, respondió con una pregunta: “Desde que comenzamos esta política, ¿cuántos camaradas ustedes conocen que se hayan vuelto religiosos? En compensación ¿cuántos católicos se hicieron comunistas?”.6 Pregunta que relevó de cualquier respuesta… Esta distensión fue inaugurada por el líder comunista francés Maurice Thorez (1900-1964), en un célebre pronunciamiento en Radio París, el 17 de abril de 1936, en que propuso a los católicos, en nombre de su partido, la llamada politique de la main tendue (“política de la mano extendida”).7 La propuesta encontró, de parte del Papa Pío XI, un vivo rechazo manifestado en la encíclica Divini Redemptoris, sobre el comunismo ateo, del 19 de marzo de 1937. Este documento sucedía a otro —la encíclica Mit brennender Sorge, del 15 de marzo de 1937— que condenaba las persecuciones sufridas por la Iglesia de parte del Reich alemán, bajo el régimen nazista. La casi simultaneidad de ambos documentos —apenas cuatro días de diferencia— hace pensar que la intención fue evitar que se alegue que, condenando un sistema, no se condenaba al otro. En verdad, nazismo y comunismo eran dos caras de la misma moneda socialista, contra las cuales el Pontífice alertaba simultáneamente a las filas católicas.
No obstante, la propuesta de Thorez hizo su camino en las huestes católicas. Una manifestación inequívoca de ello fue el surgimiento, bastante después, de una corriente teológica de índole marxista, contra la cual advirtió la Instrucción sobre algunos aspectos de la Teología de la Liberación, de la Congregación para la Doctrina de la Fe, del 6 de agosto de 1984, firmada por el cardenal Ratzinger. En el ámbito diplomático, cabe señalar otra importante manifestación del ralliement: la llamada Ostpolitik vaticana. El cardenal Agostino Casaroli, secretario del Consejo para los Asuntos Públicos del Vaticano bajo el pontificado de Paulo VI y conductor de dicha política, declaró en 1974, cuando estuvo en Cuba, que los católicos de ese país se consideraban felices bajo el régimen allí vigente. Era una manera clara de indicar que tal política ansiaba la “caída de las barreras ideológicas” entre la Iglesia y el comunismo.8 Esa distensión de los católicos ante el comunismo se desarrollaba en dos frentes. El frente propiamente diplomático —indicado por la palabra Ostpolitik— y el frente pastoral, expreso en el Concilio Vaticano II, por la Constitución Pastoral sobre la Iglesia en el mundo actual, más conocida por sus palabras iniciales Gaudium et spes, a la cual ya nos referimos (cf. 5ª pregunta). Por mundo actual entiéndase el mundo moderno, pues la Exposición preliminar del documento se titula justamente Situación del hombre en el mundo de hoy. Tal apertura de la Iglesia al comunismo no pasó desapercibida a los próceres del partido. Así, Roger Garaudy (1913-2012), destacada figura del partido comunista francés (del cual fue después excluido por sus posiciones independientes, habiendo abrazado el islamismo después de pasar por el protestantismo y por el catolicismo), escribió: “La gran novedad del Vaticano II —manifestada en el texto Gaudium et spes, de 1966 [¡sic! es de 1965]— era la apertura al mundo, la renuncia a la pretensión de gobernarlo, para al contrario servirlo a la luz de la humildad evangélica, reconociendo ‘la autonomía de las realidades terrenales’. […] En ningún otro lugar del mundo, a no ser en América Latina, este mensaje sobre la misión liberadora de la Iglesia tuvo mayor eco. Partiendo de una situación histórica de miseria y de opresión, y de las prácticas concretas de las ‘comunidades eclesiales de base’, nacieron de esta doble experiencia, a partir de 1970, las teologías de la liberación. Ellas se basaban en la opción evangélica preferencial por los más desposeídos”.9 Hoy se conoce que Juan XXIII deseaba imperiosamente que en esa magna asamblea estuviesen presentes representantes del Patriarcado de Moscú. El gobierno soviético concordó en dar autorización para que la Iglesia Ortodoxa Rusa enviara a dichos representantes, con la condición de que el Concilio se abstuviera de efectuar la menor condenación al comunismo. El Papa aceptó esa condición.10
Este hecho explica porqué la petición que 213 Padres conciliares hicieron en sentido opuesto —o sea, que el Concilio condene los errores del marxismo, del socialismo y del comunismo11— no fue tomada en consideración ni por Juan XXIII, ni por Paulo VI. La Gaudium et spes se limitó a un análisis ultra compresivo de las diversas formas de ateísmo (GS nº 19, 20 y 21) que termina con la declaración de que “credentes et non credentes” “deben colaborar en la edificación de este mundo, en el que viven en común. Esto no puede hacerse sin un prudente y sincero diálogo” (GS nº 21). Sin embargo, ¿será posible “un prudente y sincero diálogo” con dirigentes ateos de un Estado laico ensañado contra la Iglesia, como la Gaudium et spes describe en la frase siguiente?: “Lamenta, pues, la Iglesia la discriminación entre creyentes y no creyentes que algunas autoridades políticas, negando los derechos fundamentales de la persona humana, establecen injustamente” (GS nº 21). ¿Cómo imaginar, pues, que esos gobernantes se prestarían a colaborar en la “edificación de este mundo, en el que viven en común”? Era una esperanza frustrada, como lo probaron los 50 años transcurridos desde entonces. Por tanto, no es excesivo el uso de la palabra ralliement para indicar que la Ostpolitik vaticana buscaba efectivamente obtener la colaboración de los ateos comunistas para una obra común.
El tercer secreto de Fátima nos presenta una inmensa fila de seglares católicos de todas las condiciones sociales, precedidos por el Papa, obispos y sacerdotes, religiosos y religiosas, que suben una escabrosa montaña, en la cima de la cual son recibidos con tiros y flechas por un grupo de soldados. Esta escena evoca los pelotones de fusilamiento de los regímenes comunistas… ¡Tal recuerdo habría sido inoportuno en los tiempos del ralliement con el comunismo! Así, si en 1960 el tercer secreto se hubiera revelado y comentado oportunamente, habría levantado serias dificultades para el desarrollo de esa política. Entonces, sus mentores consideraron mejor no hacerlo. Tesoros de la Fe — ¿Qué consecuencias acarreó para la vida de la Iglesia esa apertura al mundo moderno? Antonio Borelli Machado — Consecuencias muy graves, pues eliminó las barreras que protegían a los fieles de la contaminación de los errores del mundo moderno. En efecto, la caída de las barreras ideológicas entre la Iglesia y el mundo tuvo como resultado precisamente llevar a los fieles a que abdicaran de principios inalienables de la doctrina católica —lo que, en conciencia, no podían hacer— y a que asumieran en gran escala la manera de pensar y de actuar del mundo, exacerbando todos los problemas que la pastoral de la Iglesia tiene que enfrentar en nuestros días. Esta consecuencia, cabe señalar, no escapó a la mirada diligente del cardenal Ratzinger. Elegido Pontífice en el cónclave del 2005, en un importante discurso a la Curia romana por ocasión de la presentación de los votos navideños, el 22 de diciembre de aquel mismo año, advirtió: “La cuestión resulta mucho más clara si en lugar del término genérico ‘mundo actual’ elegimos otro más preciso: el Concilio debía determinar de modo nuevo la relación entre la Iglesia y la edad moderna. […] Quienes esperaban que con este ‘sí’ fundamental a la edad moderna todas las tensiones desaparecerían y la ‘apertura al mundo’ así realizada lo transformaría todo en pura armonía, habían subestimado las tensiones interiores y también las contradicciones de la misma edad moderna; habían subestimado la peligrosa fragilidad de la naturaleza humana, que en todos los períodos de la historia y en toda situación histórica es una amenaza para el camino del hombre. […] También en nuestro tiempo la Iglesia sigue siendo un ‘signo de contradicción’ (Lc 2, 34). […] El Concilio no podía tener la intención de abolir esta contradicción del Evangelio con respecto a los peligros y los errores del hombre”. Entonces, si el tercer secreto hubiese sido entendido y orientado las opciones de la Jerarquía de la Iglesia, se habría evitado que los fieles se contaminaran con los errores del laicismo de los Estados modernos. Tesoros de la Fe — ¿Cómo finalmente se hizo público el tercer secreto? Antonio Borelli Machado — El Papa Juan Pablo II fue víctima de un sacrílego atentado con arma de fuego el 13 de mayo de 1981, el mismo día en que se conmemoraba la primera aparición de la Virgen en Fátima. Esa coincidencia obviamente llevaba al mundo católico a preguntarse si había alguna relación entre el atentado y las profecías de Fátima. Es comprensible que el propio Pontífice diera una especial atención al tercer secreto. Así, encontrándose aún en el Policlínico Gemelli, en el que estuvo entre la vida y la muerte, en cuanto pudo, pidió ver el secreto. La asociación entre el atentado que había sufrido y el martirio de un Papa en él descrito era impresionante, aunque no absoluta, una vez que en el secreto el Papa muere y él había sobrevivido. Lo que no le impedía de creer en una intervención milagrosa de la Virgen, desviando de órganos vitales la trayectoria del proyectil, el cual fue más adelante entregado a los responsables del Santuario de Fátima y engastado en la corona de la imagen que allí se venera.
El tema Fátima no era extraño al Pontífice, pues él fue uno de los 510 signatarios de la petición dirigida a Paulo VI para que aprovechara la presencia de los obispos de todo el orbe en Roma, por ocasión del Concilio, para hacer la consagración de Rusia y del mundo al Inmaculado Corazón de María. Esta consagración había sido pedida por la Santísima Virgen como prenda de la conversión de aquel país comunista y de la suspensión de los castigos que amenazan al mundo moderno. Recuperado de los efectos del atentado, Juan Pablo II hizo repetidas veces la consagración del mundo al Inmaculado Corazón de María. La que más se aproximó de las condiciones requeridas por la Madre de Dios fue la del 25 de marzo de 1984, en la cual, no obstante, constreñido por las trabas de la Ostpolitik vaticana, no pronunció el nombre de Rusia, aunque —según declaró— la hubiese incluido mentalmente en la consagración. Quedaba, finalmente, la cuestión de la divulgación del secreto. Reza el proverbio que “Roma no tiene prisa”. Sin embargo, como lo puso en evidencia Svidercoschi en su pregunta al cardenal Ratzinger, citada en la primera parte de esta entrevista, especulaciones sensacionalistas sobre su contenido dejaban inquieto al pueblo fiel e incómoda a la suprema dirección de la Iglesia. Fue así que, en diciembre de 1999 —dieciocho años después del atentado— Juan Pablo II resolvió autorizar su publicación, encargando al obispo de Leiria-Fátima el anuncio de que el secreto sería por fin revelado cuando el Papa fuera a Fátima el 13 de mayo del 2000. Entonces hubo una pequeña postergación. El prefecto de la Congregación para la Doctrina de la Fe, cardenal Joseph Ratzinger, había ponderado al Pontífice la necesidad de esclarecer al pueblo fiel sobre el alcance de las revelaciones privadas, como las de Fátima, por más aprobadas que sean. En efecto, ellas no imponen la aceptación de los fieles como ocurre con un dogma de fe.
Por lo demás, el hecho de que el secreto no haya sido divulgado en 1960 fue el resultado de una decisión prudencial y no dogmática, como observa el mismo cardenal Ratzinger: “Ciertamente la decisión de los tres Papas de no publicar el secreto […] fue una decisión no dogmática, sino prudencial. Y siempre se puede discutir sobre la prudencia de una decisión, si políticamente una otra prudencia no habría sido preferible. Por tanto, no se debe dogmatizar esta actitud de los Papas”. Al no ser un acto dogmático, no está avalado por el carisma de la infalibilidad: “Siempre se puede discutir sobre la prudencia de una decisión”. Por fin, el tercer secreto fue revelado el año 2000. Y sucedió lo que el cardenal Ratzinger previó al comienzo de su Comentario teológico: “Quien lee con atención el texto del llamado tercer ‘secreto’ de Fátima, que tras largo tiempo, por voluntad del Santo Padre, viene publicado aquí en su integridad, tal vez quedará desilusionado o asombrado después de todas las especulaciones que se han hecho. No se revela ningún gran misterio; no se ha corrido el velo del futuro. Vemos a la Iglesia de los mártires del siglo apenas transcurrido representada mediante una escena descrita con un lenguaje simbólico difícil de descifrar. ¿Es esto lo que quería comunicar la Madre del Señor a la cristiandad, a la humanidad en un tiempo de grandes problemas y angustias?”.12 Guardada la reverencia merecida al autor de este comentario, elevado al solio pontificio en el cónclave del 2005, el tercer secreto revela dos puntos importantes del “velo del futuro”, hoy muy presentes en la atención mundial: el anuncio profético de los mártires del siglo XXI y la perspectiva de una destrucción de porte universal. Además, como vimos, es el propio cardenal Ratzinger quien destaca, en su Comentario teológico, esos dos puntos: el martirio y la destrucción. Tesoros de la Fe — ¿Cuáles serán las proporciones del castigo anunciado en Fátima: significará una destrucción del mundo hasta sus cimientos?
Antonio Borelli Machado — Es muy sugestivo que, en el tercer secreto, se describa “una gran ciudad medio en ruinas”. Lo que está “medio en ruinas” no está totalmente destruido. Por tanto, de lo que existe hoy, algo quedará en pie. Se puede pensar que la destrucción será selectiva… En el trecho de la encíclica Inmortale Dei, citado más arriba, León XIII observaba que, en tiempos pasados —y su remisión a la Edad Media es intuitiva— “la sociedad civil produjo bienes superiores a toda esperanza. Todavía subsiste la memoria de estos beneficios y quedará vigente en innumerables monumentos históricos que ninguna corruptora habilidad de los adversarios podrá desvirtuar u oscurecer”. Si “ninguna corruptora habilidad de los adversarios podrá desvirtuar u oscurecer” tales “monumentos”, a fortiori se debe deducir que Dios los preservará, al desencadenar el castigo. ¿Qué monumentos son esos? La memoria del pasado subsiste no apenas en documentos históricos, sino también en el corazón de las leyes y de las instituciones consolidadas a lo largo de los siglos; así como, de modo más visible, en los monumentos que el tiempo y los hombres no destruyeron. Un ejemplo que causa espanto y horror fue el intento de los revolucionarios de 1789 de demoler la catedral de Notre-Dame de París, esa joya de la cristiandad medieval. Llegó a ser puesta a la venta y hasta surgió un comprador. Sin embargo, las perturbaciones de la revolución impidieron que el comprador llegara a pagar y la operación se truncó.
Hoy, con la aproximación del centenario de Fátima, los revolucionarios de nuestros días intentan descargar el golpe final contra la civilización cristiana: embisten con un odio ciego contra los principios sagrados de la familia que aún quedan en pie y pretenden, entre otros maléficos designios, trastornar la propia naturaleza biológica del hombre, propugnando lo que llaman Ideología de género. Según está, no se nace hombre o mujer, sino que cada uno se hace hombre o mujer de acuerdo a sus inclinaciones personales. ¡Una concepción inaudita!. Pero es consolador ver como muchos de nuestros contemporáneos, que antes asistían pasivamente a las embestidas revolucionarias, hoy empiezan a reaccionar creando obstáculos inesperados a esta osadía final de la Revolución.13 Frente a todo lo expuesto, se puede pronosticar que el proceso revolucionario no alcanzará la destrucción total que anhela —de los principios, instituciones y monumentos de la civilización cristiana—, sino que chocará contra la resistencia de un pequeño aunque creciente número de almas de fieles. Con profunda emoción se ve surgir, en la escena final del tercer secreto, al inesperado grupo de aquellos que estaban lejos de Dios, y que, al reaproximarse a Él, son ungidos con la sangre de los mártires, recogida poco antes por dos ángeles, en jarras de cristal, bajo los brazos de la Cruz. A estos beneficiarios ignotos de la sangre de los mártires, según el principio enunciado por Tertuliano, corresponderá juntar con amor los restos de la cristiandad —los monumentos a los que hacía referencia León XIII—, y reedificar sobre ellos la civilización cristiana del futuro, elevándola a un esplendor máximo, no alcanzado ni siquiera en la Edad Media. Para lograrlo, deberán de remover todos los escombros del Estado laico, igualitario y ateo que hubiesen quedado sobre la faz de la tierra y levantar una “civilización cristiana, austera y jerárquica, fundamentalmente sacral, antiigualitaria y antiliberal”, como enseña Plinio Corrêa de Oliveira en Revolución y Contra-Revolución (Parte II, c. II.). Todo ello con un tonus profundamente mariano, según lo preconiza san Luis Grignion de Montfort, en el Tratado de la Verdadera Devoción (nº 217): —“¿Cuándo llegará el día en que las almas respirarán a María, como el cuerpo respira el aire?” No sabemos cuando eso ocurrirá. Una cosa, sin embargo, es segura: ¡se dará efectivamente! pues la Santísima Virgen aseguró, al final del segundo secreto: “¡Por fin, mi Inmaculado Corazón triunfará!”.
Notas.- 5. Cf. Trasbordo ideológico inadvertido y diálogo, Corporación Cultural Santa Fe, Santiago de Chile, 1985. 6. Santiago Carrillo, Mañana España, Colección Ebro, París, 1975, p. 232. 7. Cf. Maurice Thorez, Oeuvres, Editions Sociales, París, 1954, tomo XI, p. 203. 8. Cf. Plinio Corrêa de Oliveira, La política de distensión del Vaticano con los gobiernos comunistas – Para la TFP: ¿omitirse o resistir?, Catolicismo, nº 280, abril de 1974. 9. Roger Garaudy, Intégrismes, Pierre Belfond, París, 1990, p. 50-51. 10. Cf. Roberto de Mattei, Il Concilio Vaticano II – Una storia mai scritta, Lindau, Turín, 2010, p. 172-180, 360-364, 422-426, 492-504, 512-514, 563-567, 580-588. 11. Cf. “Catolicismo”, nº 157, enero de 1964, p. 5. 12. Cf. http://www.vatican.va/roman_curia/congregations/cfaith/documents/rc_con_cfaith_doc_20000626_message-fatima_sp.html. 13. Para un perspicaz análisis del proceso revolucionario véase Plinio Corrêa de Oliveira, Revolución y Contra-Revolución, Tradición y Acción por un Perú mayor, Lima, 2005.
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