La Palabra del Sacerdote ¿Cualquiera está capacitado para entender las Sagradas Escrituras?

PREGUNTA


Soy una lectora asidua de la Biblia. Cada día leo los textos correspondientes, y hago lo posible también para llevarlos a la práctica. Apenas que, muchas veces, me falta una luz para comprender ciertas expresiones. Por eso mismo, le pido me aclare los siguientes puntos:

1) En Mateo 12, 40 dice así: “...porque así como Jonás estuvo en el vientre de la ballena tres días y tres noches, así el Hijo del hombre estará tres días y tres noches en el seno de la tierra”. ¿Cómo puede ser, si Jesús murió el viernes y resucitó el domingo, lo que hacen apenas dos días?

2) Aún en Mateo 13, 12: “al que tiene, se le dará, y estará sobrado; mas al que no tiene, le quitarán aún lo que tiene”. No entra en mi pobre cabeza qué se le puede sacar a quien no tiene nada. ¿Dónde queda el deber de practicar la caridad?

3) Y en el mismo capítulo, el versículo 15: “...por miedo que convirtiéndose, yo le dé la salud”. ¿No es que Dios quiere ardientemente nuestra conversión, nuestra salvación?


RESPUESTA


La lectura de la Biblia Sagrada es recomendada por la Iglesia, que incluso concede indulgencia plenaria una vez al día a quien lo haga al menos por media hora, no a título de búsqueda o de mero estudio, sino “con la debida veneración a la palabra divina y a modo de lectura espiritual”. Esto supone evidentemente la observancia de las demás condiciones requeridas para la indulgencia plenaria: el estado de gracia, el desapego de todo afecto al pecado incluso venial, la confesión sacramental —una única vale para varios días—, la comunión eucarística y una oración por las intenciones del Sumo Pontífice. Para una lectura de menor tiempo, la indulgencia es parcial (cf. Manuale delle Indulgenze, 1987, concesión nº 50).

Jonás estuvo “tres días y tres noches” en el vientre de una ballena: prefigura simbólica de los tres días y tres noches durante los cuales Jesucristo permaneció muerto en el sepulcro

La lectura de la Biblia exige cautela

Sin embargo, como todo en la Iglesia, ello no debe ser hecho sin la debida preparación y las condiciones requeridas. Para leer las Sagradas Escrituras con provecho espiritual o hasta cultural, se supone la debida formación religiosa y valerse de la enseñanza de los que, en la carrera de teología, estudiaron la ciencia sagrada de la Exégesis, para interpretar los pasajes difíciles. Es lo que pretende hacer nuestra lectora, valiéndose de los conocimientos escriturísticos de un sacerdote que responde por esta sección. El cual, a su vez, no se fía exclusivamente de los conocimientos adquiridos en el tiempo de su preparación en el seminario o a lo largo de su carrera sacerdotal, sino que recurre siempre que sea necesario a los manuales de los estudiosos que escribieron tratados sobre el asunto, con la debida aprobación del Magisterio de la Iglesia.

Sin esas precauciones, la lectura de la Biblia Sagrada, en algunos casos, puede hacer hasta más mal que bien. Es lo que no comprenden los protestantes que, en la senda de Lutero, predican la lectura indiscriminada de la Biblia por cualquier fiel, en cualquier ocasión. Como si el Espíritu Santo estuviese obligado a iluminar a cada fiel individualmente para ayudarlo a interpretar sin errores hasta los pasajes más difíciles de la Escritura, cuando su única interpretación auténtica le cabe exclusivamente al Magisterio de la Iglesia.

La dificultad de entendimiento es natural y ocurría hasta entre los Apóstoles, acerca de lo que Nuestro Señor les enseñaba. Así, por ejemplo, cuando Jesús narró la parábola del sembrador, los Apóstoles no entendieron su significado y fueron a preguntarle al Divino Maestro lo que significaba. Nuestro Señor entonces les dio la explicación (cf. Lc. 8, 5-15).

Por la doctrina católica, el Espíritu Santo asiste a la Iglesia —a la cual está confiada la Palabra divina— para que Ella no caiga en error en su interpretación. Sin duda, el Espíritu Santo también inspira a los fieles en la lectura de la Sagrada Escritura, desde que lo hagan con las debidas precauciones, de las cuales la más importante es justamente recurrir al Magisterio infalible de la Iglesia y dejarse guiar por él.

Dicho esto, intentemos resolver las dificultades presentadas por la lectora.

Los tres días incompletos

1) San Mateo 12, 40: no hay dificultad en armonizar los “tres días y tres noches” que Jonás estuvo en el vientre de la ballena con los “tres días y tres noches” incompletos que Jesucristo permaneció muerto en el sepulcro. La comparación no debe ser entendida de modo estricto y cronométrico. Jesús fue sepultado poco antes de la puesta del sol del viernes (primer día), estuvo en el sepulcro todo el día sábado (segundo día) y resucitó al amanecer del domingo (al tercer día). Para los judíos, un día comenzado valía, para ciertos efectos legales, como un día entero. Por lo tanto, se trata de una expresión oriental para señalar tres días, sin querer significar con ello tres días enteros. Por lo demás, en el propio Libro de Jonás (2, 1), al referir los “tres días y tres noches”, no se dice que fueron días enteros.

Cabe aquí una observación importante: el perfil del espíritu oriental es propenso a comparaciones, metáforas, hipérboles muy amplias, que a veces causan cierta extrañeza a la mentalidad occidental, más afecta a la objetividad y precisión. No se puede, por lo tanto, exigir de los textos de la Sagrada Escritura una precisión ajena al espíritu de sus redactores.

Insensibilidad y endurecimiento del corazón

2 y 3) Para entender mejor el problema y la solución, conviene unir los dos trechos de la Sagrada Escritura, y analizarlos en su contexto (Mt. 13, 10-16): [10] Acercándose después sus discípulos, le preguntaban: ¿Por qué causa les hablas por parábolas? [11] El cual les respondió: Porque a vosotros se os ha dado conocer los misterios del reino de los cielos; mas a ellos no se les ha dado; [12] siendo cierto que al que tiene, se le dará , y estará sobrado; mas al que no tiene, le quitarán aún lo que tiene. [13] Por eso les hablo por parábolas porque ellos viendo no miran y oyendo no escuchan ni entienden; [14] con que viene a cumplirse en ellos la profecía de Isaías, que dice: Oiréis con vuestros oídos, y no entenderéis; y por más que miréis con vuestros ojos, no veréis. [15] Porque ha endurecido este pueblo su corazón, y ha cerrado sus oídos, y tapado sus ojos a fin de no ver con ellos, no oír con los oídos, ni comprender con el corazón, por miedo que convirtiéndose, yo le dé la salud. [16] Dichosos vuestros ojos porque ven, y dichosos vuestros oídos porque oyen”.

No es posible proseguir nuestra explicación sin antes resaltar la belleza sacral y literaria del texto. Quien lo percibe, siente desde luego que el texto está impregnado de verdad, porque lo bello —como decía Santo Tomás de Aquino— es el esplendor de lo bueno y de lo verdadero. Quien se cierra a la belleza del texto, tendrá después dificultad en entender su significado.

Se trata, en suma, de saber por qué Jesús hablaba al pueblo por medio de parábolas, cuyo sentido explicaba después a los discípulos. Y la razón está señalada en el versículo 15: “Porque ha endurecido este pueblo su corazón, y ha cerrado sus oídos, y tapado sus ojos”. Muchos, oyendo las prédicas del Divino  Maestro, no se interesaban  seriamente por ellas, y así sucedió que su corazón se cerró para su significado. De modo que, oyendo, era como si no oyesen. Y esto era consecuencia del endurecimiento de sus corazones. ¡Elocuente pero divina punición!

Jesús le hablaba al pueblo por medio de parábolas, cuyo sentido explicaba después a los discípulos

Porque endurecen el corazón, no se convierten

Algunos exegetas hacen notar que el espíritu semítico ordinariamente no distingue los diversos matices que deben servir de apoyo para interpretar un texto. No distingue, por ejemplo, entre causa, consecuencia, ocasión, permisión, etc. Así, lo que en el texto en cuestión es presentado como finalidad de las parábolas (“Por eso les hablo por parábolas [...] a fin de [...] convirtiéndose, yo le dé la salud”), en realidad es una consecuencia de la cerrazón del corazón de muchos del pueblo a la prédica de Jesús (“ha endurecido este pueblo su corazón, y ha cerrado sus oídos, y tapado sus ojos”). Pues el Divino Salvador tenía una misión salvífica, repetidas veces anunciada en los Evangelios, y no podía dejar de tenerla en vista: “El Hijo del hombre no ha venido para perder a los hombres, sino para salvarlos” (Lc. 9, 56). Y en San Marcos (2, 17): “Los que están buenos no necesitan de médico, sino los que están enfermos; así, yo no he venido a llamar a los justos, sino a los pecadores”.

Como nuestra lectora ve, estas explicaciones no están al alcance de todos, sin estudios especializados. De donde viene la prudencia de la Iglesia en no recomendar indiscriminadamente la lectura de la Biblia: sólo se debe hacerlo con formación adecuada, y sobre todo con la humildad de reconocer a los maestros puestos por Jesús para enseñar, gobernar y santificar a los fieles. Como bien lo hizo nuestra lectora.     



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Tesoros de la Fe N°24 diciembre 2003


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