Santoral
San Clemente María HofbauerAprendiz de panadero, cambió el horno por los libros. Estudió en la Universidad de Viena y se hizo religioso redentorista en Roma, donde fue ordenado. |
|
Fecha Santoral Marzo 15 | Nombre Clemente |
Lugar + Viena |
Intrépido defensor de la Iglesia
Considerado el segundo fundador de los Padres Redentoristas, perseguido por el mal clero, se destacó por su amor ardiente por la Iglesia y el Papado y por su argucia en detectar errores contra la fe Plinio María Solimeo El futuro apóstol de Viena nació en Tasswitz, Moravia, entonces perteneciente al Imperio Austriaco, el día 26 de diciembre de 1751. Sus padres, Pablo Hofbauer (Pavel Dvorak) y María Steer, eran de origen campesino, cuyas riquezas eran la fe en Dios y una gran familia. Juan, que después cambió su nombre por el de Clemente María, perdió a su padre cuando apenas tenía seis años. Su madre lo llevó entonces ante un crucifijo y le dijo: “De ahora en adelante, éste será tu único padre; procura seguir sus pasos y llevar una vida conforme a su santísima voluntad”. Había recibido de Dios un corazón extraordinariamente propenso hacia el bien, recto y sincero. Tenía un amor entrañable hacia el Sacramento de la Eucaristía y la Santísima Virgen, siendo el rosario su oración predilecta. Terminó la primaria en la escuela local, mientras ayudaba a su madre en el campo. Aunque sentía verdadera vocación por el sacerdocio, la pobreza materna no le permitió continuar los estudios. Las innumerables vueltas del “río chino” Hasta ordenarse sacerdote, la vida fue para Juan como los ríos chinos, que normalmente sólo llegan al mar después de muchas vueltas. A los catorce años se hizo aprendiz de panadero. Después de eso, siempre a la espera de una oportunidad para estudiar, fue encargado del comedor de los premonstratenses de Bruck, donde cursó la secundaria. Se hizo eremita cerca de Mulfrauen, siguiendo después el oficio de panadero, para luego volver a la vida eremítica, esta vez en Tivoli, Italia. De regreso a Austria a los 32 años de edad, cuando parecía que nunca más realizaría su sueño, unas benefactoras le pagaron los estudios en la Universidad de Viena. Pero, debido a las leyes anticatólicas del “déspota ilustrado”, el emperador José II, no pudiendo ordenarse en Austria, marchó a Italia, ingresando en la recién fundada Congregación del Santísimo Redentor, o de los redentoristas, donde finalmente recibió la ordenación sacerdotal en 1786. Apostolado en Polonia y lucha contra la corrupción San Clemente, que debía implantar la Orden Redentorista en los países de lengua alemana, sin embargo, no podía ejercer su apostolado en Austria. El emperador José II, instigado por algunos ministros, expidió varios decretos en detrimento de la verdadera religión, suprimiendo conventos, persiguiendo a religiosos e impidiendo el libre ejercicio del culto divino. Por eso, atendiendo a un pedido del Nuncio Apostólico en Varsovia, San Clemente se encaminó a Polonia. El estado social y religioso de aquel país, afligido por continuas guerras, era desastroso. La fe estaba zarandeada, las costumbres disolutas, la pobreza reinante. El santo escribió en aquella ocasión: “Los escándalos y vicios alcanzaron su auge, y es difícil encontrar el camino más seguro y el modo más eficaz de mejorar la situación. Desde el clero hasta el más miserable mendigo, todo se encuentra corrompido. Temo mucho que Dios descargue algún golpe terrible sobre esta nación, que así desprecia sus gracias y favores; roguemos para que mis temores no se cumplan”. Pero se cumplieron al pie de la letra: en 1795, Rusia, Austria y Prusia se repartieron entre sí a la desventurada Polonia. En medio del caos reinante, la religión casi desapareció. San Clemente recibió el encargo de cuidar de la iglesia de San Benedicto, de los alemanes, e inició su apostolado. La pobreza en que vivía la población era tan grande que, a veces, faltaba lo necesario para la propia subsistencia. En esas horas él se dirigía a la iglesia y golpeaba la puerta del sagrario, diciendo: “Señor, ahora es el momento de socorrernos”. Y generalmente, después de ese acto de confianza, venía el auxilio deseado. Gran conocedor de la psicología humana, San Clemente se empeñó particularmente en ejercer las funciones litúrgicas con mucha pompa para atraer a los fieles. A pesar de las dificultades financieras, mandó hacer bellos y ricos paramentos, recurriendo muy frecuentemente a la exposición solemne del Santísimo Sacramento, a las procesiones, novenas y triduos, para atraer al pueblo. Decía él: “Las solemnidades públicas atraen por su esplendor y poco a poco cautivan al pueblo, que oye más por los ojos que por los oídos”. Resucitó también, o creó, asociaciones tradicionales de piedad, tanto para hombres como para mujeres y niños. Fundó una especie de Tercera Orden de los redentoristas, los “oblatos”, entre los cuales figuraban sacerdotes y personas de ambos sexos y de todas las clases sociales. Apostolado en medio de grandes persecuciones En poco tiempo, las funciones religiosas pasaron a ser tan concurridas que, los domingos, como no cabían en la iglesia, los fieles se apostaban a lo largo de las calles para, al menos desde lejos, asistir a Misa. Pero el celo del apóstol no se detenía ahí: fundó también escuelas para niños, colocándolas en manos de hábiles y virtuosos maestros formados bajo su vigilancia. Promovió la buena prensa, difundiendo principalmente las obras de San Alfonso de Ligorio, con el concurso de los congregados marianos. En sus fogosos sermones, combatía el jansenismo, el protestantismo y a los francmasones. Su ejemplo comenzó a ser imitado en otras iglesias de Varsovia, de modo que se puede afirmar que en poco tiempo la ciudad se había transformado completamente por su influjo. Las personas que frecuentaban la iglesia de San Benedicto parecían vivir en un convento: hacían todos los días el examen de conciencia y la meditación; por ocasión de la cuaresma y el adviento, se recogían a la soledad para el retiro espiritual. Pero los malos —tanto en las filas del clero como en la sociedad civil— no soportan que el bien se expanda. Una campaña de detracción orquestada contra los redentoristas alcanzó su auge en 1800. Sobre ello escribió San Clemente: “Los jacobinos esparcieron contra nosotros toda suerte de invenciones. Somos escarnecidos en los teatros públicos, el propio clero está contra nosotros, excepto el obispo y algunos canónigos. Somos públicamente amenazados con la fuerza. [...] Unos se postraban delante de mí para besarme los pies, otros me cubrían de lodo; aquellos exageraban en la honra, y éstos en el desprecio. [...] Sufrí en Polonia cosas que sólo serán manifestadas el día del Juicio Final”. Apóstol de Viena y promotor del culto divino La campaña de difamación prosperó y terminó con la expulsión de los redentoristas. En busca de un lugar seguro para fundar la rama alemana de su orden, San Clemente peregrinó de ciudad en ciudad hasta llegar a Viena, como última alternativa. Allí le fue impuesto el más riguroso silencio, tanto en el púlpito cuanto en el confesionario. Una sola cosa podía hacer, y eso lo realizó con fervor: ¡rezar!
En esa época, el impío Napoleón, en su marcha siempre victoriosa, conquistó la propia capital del imperio austriaco. Pero no se pudo mantener, porque el archiduque Carlos acudió en socorro de Viena. San Clemente sabía que de aquella batalla dependía la suerte de su patria. Corrió hacia el tabernáculo y, con los brazos en cruz, rezó fervorosamente por la victoria del archiduque. Su oración fue oída: en el último ataque de Napoleón, la desesperación se apoderó de su tropa. El archiduque Carlos saltó entonces del caballo al frente de sus soldados, empuñó la bandera austriaca, animando con su ejemplo y valor a los suyos, que lo siguieron entusiasmados. En poco tiempo el campo de batalla se encontraba en poder de los austriacos. Ésta fue la primera derrota de Napoleón... Ahora bien, con las batallas, los heridos llegaban en masa a la ciudad, desatándose la fiebre tifoidea. El arzobispo de Viena convocó al clero para el cuidado espiritual y material de los enfermos, habiéndole pedido a San Clemente que atendiera principalmente a los soldados franceses e italianos. Cuando todo regresó a la normalidad, fue nombrado coadjutor de la iglesia de los italianos, donde pudo ejercer plenamente sus funciones religiosas. Y un número creciente de vieneses comenzó a agruparse alrededor de su confesionario y púlpito. San Clemente predicaba esporádicamente en otras iglesias de Viena, y su nombre comenzó a ser pronunciado también en las altas ruedas de la ciudad con admiración y amor. Esto se hizo más notorio en 1813, cuando pasó a ser director espiritual de las Hermanas Ursulinas de Viena, habiendo quedado a su cargo la iglesia de Santa Ursula. Como en Varsovia, rodeó de esplendor el culto divino: velas, flores, incienso, cánticos y todo lo que podía contribuir al esplendor de las funciones. No escatimaba recursos cuando se trataba de honrar a Dios Nuestro Señor, a la Virgen o los santos. Invitaba a otros sacerdotes para aumentar el brillo de las ceremonias de Santa Ursula, de suerte que el templo quedó pequeño para contener a una multitud cada vez mayor. Hacía muchos años que no se veían más ceremonias como aquellas. Así, sin importarse con las prohibiciones del josefinismo —hasta el hermano del emperador frecuentaba la iglesia y participaba de las ceremonias— el ejemplo de Santa Ursula contagió a otras iglesias de la ciudad, que pasaron a emularse en esplendor del culto divino. Era el apostolado de lo bello, que él lo hacía eximiamente. Influencia creciente en el Congreso de Viena Los sermones de San Clemente eran simples. Leía el Evangelio y, entre una sentencia y otra, iba explicando un dogma de fe o un mandamiento. Confrontaba entonces con los principios del Evangelio las costumbres en boga y las ideas del tiempo, exhortando siempre, con palabras ardientes e insinuantes, a que todos se convirtiesen y practicasen la virtud. Él no era orador; sin embargo arrebataba como ningún otro predicador en Viena, pues la santidad auténtica atrae. En esas circunstancias, se dio la convocación del Congreso de Viena para reparar las calamidades provocadas por las guerras napoleónicas y trazar el futuro de Europa. San Clemente esperaba mucho de ese congreso, porque de su resultado dependería la prosperidad de la religión en el Viejo Continente. Ejercía gran influencia sobre algunos de sus participantes. Diariamente intercambiaba ideas con ellos, que le presentaban las propuestas que iban a hacer en aquella asamblea. Hasta el príncipe de Baviera le pedía consejos; cierta noche, se quedó platicando con él desde las ocho de la noche hasta las dos de la madrugada. Mientras tanto, otros discípulos de San Clemente preparaban la opinión pública por medio de artículos en los principales diarios de Viena, exponiendo con claridad lo que oían de él. Al mismo tiempo, uno de sus discípulos recibió el encargo de predicar en las iglesias de Viena durante la época del congreso, sobre los puntos religiosos en discusión, orientando al pueblo y preparando los ánimos. “Si San Clemente no consiguió todo lo que deseaba del Congreso, tuvo la gloria de salvar a Austria del cisma que la amenazaba, y de destruir por completo los planes de separación cavilados y defendidos por el poderoso Wessenberg. Esta victoria fue una de las más gloriosas que San Clemente alcanzó en vida”.* Devotísimo de la Santísima Virgen Una palabra sobre la devoción a Nuestra Señora, que para San Clemente se unía a la del Santísimo Sacramento. En una época en que hasta teólogos pre progresistas juzgaban que debían impugnar el culto “excesivo” a María Santísima, San Clemente se hizo conocido como el “padre que bendice rosarios”. En efecto, él llamaba al rosario su “biblioteca”, afirmando que, por esta devoción, conseguía todo lo que pedía a Dios. Impuso hasta a los oblatos el deber de defender siempre el rosario, especialmente cuando era escarnecido por los herejes o semejantes. San Clemente falleció el día 15 de marzo de 1820, en el momento en que las campanas tocaban el Angelus. Fue beatificado por León XIII y canonizado por San Pío X, el 20 de mayo de 1909. Nota.- * P. Oscar Chagas Azeredo, San Clemente María Hofbauer, Edición del Santuario de Aparecida, 1928 (de donde provienen las citas).
|
El Secreto de Jacinta |
San Juan de Dios Cuando tenía ocho años, oyó a un español elogiar las bellezas de las iglesias y palacios de su tierra natal. Deseó verlas con sus propios ojos, y siguió al extranjero hasta llegar a la ciudad de Oropesa, en Castilla. Sólo entonces se dio cuenta que estaba solo en el mundo... | |
San José Cafasso A los dieciséis años entró al seminario y vistió por primera vez la sotana. Así lo describe San Juan Bosco, que lo conoció a esa edad: “pequeño de estatura, de ojos brillantes, aire afable y rostro angelical”. Trabajando sin ningún alarde, el padre Cafasso realizó un extraordinario apostolado al combatir los errores de la época... | |
San Martín de Tours En una época en que la Iglesia recién había salido de las catacumbas, la Providencia Divina suscitó a este santo para combatir las herejías de su tiempo... | |
San Odón de Cluny Perfume y nostalgia de la Edad Media. Restaurador y consolidador de los fundamentos de la Cristiandad. En los siglos VIII y IX, Europa pasaba por una profunda crisis religiosa y social, ocasionada, en gran parte, por las invasiones de los normandos o vikingos que, devastando... | |
San Pedro de Alcántara Sustentáculo de la reforma del Carmelo. “Conocí a un religioso llamado fray Pedro de Alcántara —que lo juzgo un santo, ya que su vida y sus actos no dejan de eso duda— , que pasaba muchas veces por loco extravagante junto a los que le oían hablar”, decía de este varón, modelo de penitencia y... |
Promovido por la Asociación Santo Tomás de Aquino