Hagamos junto al Pesebre, a los pies del Niño Dios y especialmente unidos a María Santísima, esta meditación de Navidad a propósito de las palabras del Evangelio: “¡Gloria a Dios en lo más alto de los Cielos, y en la Tierra paz a los hombres de buena voluntad!” (Lc. 2, 14). Plinio Corrêa de Oliveira Gloria. Cómo los antiguos comprendían el significado de este vocablo, cuántos valores morales refulgentes y arrebatadores veían en él. Fue para conquistarla que tantos reyes dilataron sus dominios, tantos ejércitos enfrentaron la muerte, tantos sabios se entregaron a los más arduos estudios, tantos exploradores se internaron en las más temibles soledades, tantos poetas hicieron sus más altas producciones, tantos músicos arrancaron del fondo de sí mismos sus notas más vibrantes, y tantos hombres de negocios, por fin, se enfrentaron a los más arduos trabajos. Sí, porque hasta en la riqueza se buscaba, no sólo un factor de abundancia, bienestar y seguridad, sino también de poder, de prestigio... en una palabra, de gloria. Ahora bien, ante este mundo que hipertrofió hasta el delirio la importancia de lo que conduce a una vida material opulenta, cómoda y segura, Nuestro Señor nos da, por ocasión de la Santa Navidad, una doble lección de la mayor oportunidad.
Consideremos a la Sagrada Familia del punto de vista de su posición en la vida. Una dinastía que perdió el trono y la riqueza tiene en San José a un heredero que vive en la pobreza. La Santísima Virgen acepta esta situación con perfecta paz. Ambos se empeñan en mantener una existencia ordenada y compuesta en esa pobreza, aunque sus mentes están llenas, no de planes de ascensión económica, de confort y placeres, sino de pensamientos referentes a Dios Nuestro Señor. Para su Hijo, la Sagrada Familia le ofrece una gruta como primera morada y un pesebre como cuna. Pero su Hijo es el propio Verbo Encarnado, para cuyo nacimiento la noche se ilumina, el Cielo se abre y los ángeles cantan, y a quien de los confines de la Tierra vienen Reyes llenos de sabiduría para ofrecerle oro, incienso y mirra... ¡Cuánta pobreza, y cuánta gloria! Gloria verdadera, porque no es la “estimación” junto a hombres meramente utilitarios que aprecian a los otros según la medida de sus riquezas, sino una gloria que es como el reflejo de la única verdadera gloria: la de Dios en lo más alto de los Cielos. El estancamiento en el error y en el mal, la concordia con los soldados de Satanás, la aparente conciliación entre la luz y las tinieblas, por lo mismo que confieren ciudadanía al mal, sólo traen desorden y generan una tranquilidad que es la caricatura de la verdadera paz. La paz verdadera sólo existe entre los hombres de buena voluntad, que buscan de todo corazón la gloria de Dios. Y por ello el mensaje de Navidad relaciona una cosa con la otra: “Gloria a Dios en lo más alto de los Cielos, y en la Tierra paz a los hombres de buena voluntad”. Extractos del artículo Fiesta de Gloria y de Paz, “Catolicismo”, diciembre de 1959.
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Gloria a Dios en las alturas y paz en la Tierra a los hombres de buena voluntad |
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Luz, el mayor regalo Fue en plena noche. Las tinieblas habían llegado al auge de su densidad. Todo en torno de los rebaños era interrogación y peligro. Quizás algunos pastores, relajados o vencidos por el cansancio, estuviesen durmiendo... | |
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