Ofrecemos en esta oportunidad a nuestros lectores trechos de la obra del célebre polemista católico de comienzos del siglo XX, Mons. Delassus,* sobre una cuestión fundamental para la perpetuidad de las tradiciones familiares: la herencia material y espiritual. Ambas constituyen un vínculo de unión de las generaciones en el seno de la institución familiar. Los párrafos que siguen nos traen los perfumes y la sabiduría de épocas pasadas. Ellos nos pueden servir de orientación en la actual crisis familiar. El concepto de familia es anterior a la Revolución Francesa
Una ley escrita en el corazón de los franceses, consagrada por una costumbre multisecular, aseguraba la transmisión del patrimonio de una generación a otra. Era una triple enseñanza: la primera, dada por la conducta de los padres y que los hijos tenían a la vista; la segunda, les era enseñada por las exhortaciones, consejos y amonestaciones que recibían; y la tercera, contenida en los escritos, llamados livres de raison o libros de familia, mantenidos y actualizados por cada generación. Todo eso garantizaba la transmisión de las tradiciones familiares. Hoy los livres de raison ya no existen, ni siquiera como recuerdos, a no ser en los archivos de los eruditos. El patrimonio sólo es considerado por los hijos como un botín a ser dividido. ¿Cuántos hay entre nosotros que puedan citar el nombre de sus bisabuelos? La familia ya no existe en Francia. Y es eso, dígase de paso, lo que explica los parcos resultados obtenidos por los sacerdotes y religiosos que tuvieron en sus manos, durante medio siglo, la enseñanza primaria y secundaria de más de la mitad de la población. Sus lecciones no encontraban ya, como base en qué apoyarse, aquel fundamento sólido que las tradiciones de familia deben inculcar en el alma del niño. Transmisión del patrimonio de generación en generación Durante un siglo, todos nuestros esfuerzos fracasaron. ¿Por qué? Porque sufriendo la acción deletérea de las leyes y de las costumbres, inspiradas en los sofismas de Rousseau, sólo tuvimos en vista al individuo. Actuamos sobre el individuo, en vez de considerar a la familia y orientar nuestros esfuerzos para reconstituirla. La familia reconstituida producirá hombres nuevamente. El clamor general es: ¡no tenemos hombres! Si no tenemos hombres, es porque no tenemos ya familias para producirlos. Y no tenemos familias por que la sociedad perdió de vista el fin de su propia existencia, que no consiste en ofrecer al individuo el mayor número posible de placeres, sino en proteger el florecimiento de las familias y ayudarlas a elevarse cada vez más alto. La familia tenía dos sustentáculos: el hogar y el libro de la familia, llamado en Francia livre de raison. La transmisión del hogar y del patrimonio que le corresponde formaba, entre las generaciones sucesivas, el vínculo material que las unía entre sí. A ese primer vínculo se juntaban otros que eran la genealogía y las enseñanzas de los antepasados. La relación de los bienes de la familia, de Antoine de Courtois, cuyo livre de raison fue publicado por Charles Ribbe, era precedido de estas líneas dirigidas a sus hijos: “Queridos hijos, podemos usufructuar de nuestros bienes, pero solamente debemos consumir sus frutos. Nuestros bienes están en nuestras manos a fin de que trabajemos infatigablemente para mejorarlos, y para que después los transmitamos a los que nos seguirán en el curso de la vida. Aquel que disipa su patrimonio comete un robo horrible, pues traiciona la confianza de sus padres y deshonra a sus hijos. Habría sido mejor, para él y para todo su linaje, que jamás hubiese nacido. Guardaos pues, de consumir los bienes de vuestros hijos y de cubrir vuestro nombre de oprobio”. Estos pensamientos procedían naturalmente de lo que todos tenían en mente: que el hogar y el dominio patrimonial eran objeto de una especie de fideicomiso perpetuo, que no estaba permitido disminuir, y que todos debían esforzarse por aumentar. * Mons. Henri Delassus, O espírito de família no lar, na sociedade e no Estado, Editora Civilização, Oporto, 2000, pp. 98-101.
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