Acabo de leer su columna, y quedé realmente encantado. Por eso mismo recurro a Ud., para que me aclare una duda con relación a la intercesión de los santos ante Jesús. Creo píamente en ello, tanto por las pruebas de los milagros como por la santa Tradición, pero en las discusiones que tengo con protestantes, ellos dicen con argumentos bíblicos que no debemos recurrir a los santos, pues eso es una afrenta a Dios, ya que sólo Jesucristo puede interceder por nosotros. Quisiera entonces que me aclare este punto, también mediante pasajes bíblicos. Si Ud. me pudiera ayudar, tengo la seguridad que muchos católicos que están en la misma situación se lo agradecerán.
Un lector más que se manifiesta incómodo con la crítica protestante, pidiendo una demostración bíblica para una verdad de la doctrina católica. Ya hemos demostrado, en sucesivas respuestas en esta columna, cómo esa posición protestante es mutilada, pues niega los otros dos pies del trípode en que se asientan las verdades católicas: la Tradición (fuente de la Revelación divina, como la Biblia) y el Magisterio infalible de la Cátedra de Pedro. O sea, como fuentes de la Revelación hecha por Dios a los hombres, además de la Sagrada Biblia —que es la Revelación Escrita— tenemos también sin duda la sagrada Tradición, que es la Revelación Oral (transmitida oralmente), lo que el lector por lo demás reconoce en su carta. Ahora bien, las verdades reveladas a través de estas dos fuentes no siempre se presentan enteramente claras al común de los fieles. Existen, además, fragilidades en la inteligencia humana, o incluso desvíos, que pueden llevar a entender mal algo que es enseñado. Ésta es la experiencia de todos los días. De ahí viene la expresión corriente “cada cabeza, una sentencia”. Si Nuestro Señor no nos hubiese dejado un decisivo amparo contra esas fragilidades y desvíos, la propia Verdad Revelada, que nos fue dada para nuestra salvación, quedaría sujeta a ser corrompida y desnaturalizada, transformándose en fermento de confusión y perdición, como ha sucedido con tantas herejías a lo largo de la Historia. Por eso, Jesucristo instituyó el Magisterio infalible de la Iglesia, el cual al ser asistido directamente por el Espíritu Santo, interpreta de manera auténtica los datos bíblicos; y asegura la objetividad de las numerosas verdades que vienen de la Tradición, o sea, que fueron enseñadas por Nuestro Señor Jesucristo y transmitidas por la predicación apostólica, y que sin embargo no fueron registradas —al menos directa o explícitamente— en los textos bíblicos.
Esto no quiere decir, evidentemente, que el Papa es infalible en todo cuanto diga. Nadie defiende eso. Las condiciones para la infalibilidad fueron definidas en el Concilio Vaticano I. Pero, puestas esas condiciones, la infalibilidad es un don de Dios para los Papas, a fin de mantenerlos en el recto camino, cuando “ex cathedra” definen materias de Fe o de Moral, evitando desvíos peligrosos y a veces tortuosos para una auténtica comprensión. El lector encontrará abundantes explicaciones sobre tal cuestión en la materia que esta columna publicó hace dos meses atrás. De manera que la primera réplica contra la argumentación protestante es exactamente ésta, es decir, que su crítica es fundamentalmente coja, pues niega los otros dos pies del trípode al que acabamos de referirnos. En una sana discusión, que busque realmente aclarar los problemas debatidos, es siempre conveniente comenzar por mostrar las lagunas fundamentales del adversario. En el caso de los protestantes, una de ellas es precisamente el pensar que todo está en la Biblia, negando así la Tradición (fuente de Revelación, como la Biblia) y el Magisterio de la Iglesia (guardia e intérprete de las verdades reveladas). Pero, para no dejar al lector sin una respuesta personal (y no apenas doctrinaria), recuerdo aquí apenas un punto de la Sagrada Escritura del cual se deduce claramente que la intercesión de los fieles, de unos por otros, es válida y eficiente para obtener de Dios las gracias que necesitamos. Así, el gran Apóstol San Pablo, dirigiéndose a los corintios, no deja de pedirles que recen por él, para que se vea libre de peligros: “Adjuvantibus et vobis in oratione pro nobis” (2 Cor. 1, 11). Cabe notar que entre los fieles de Corinto no todos eran o serían santos, sino simples cristianos, cuya oración San Pablo consideraba valiosa, y que él humildemente suplica para sí. Así, aunque sea cierto que Jesucristo es el único Mediador necesario entre Dios y los hombres, eso no significa que la mediación de otros, junto a Jesucristo, carezca de valor. Por lo contrario, tiene su valor propio, que San Pablo se precia en solicitar, como también lo hacemos todos los católicos al pedirle a parientes y amigos que oren por nuestras necesidades. ¡Negando esto, los protestantes no hacen más que desatar una tempestad en un vaso de agua!
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