Santoral
Inmaculada Concepción de la Santísima Virgen MaríaFiesta instituida por el Bienaventurado Pío IX luego de la promulgación de ese dogma, que coronaba tradiciones muy antiguas a respecto del tema. |
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Fecha Santoral Diciembre 8 | Nombre Concepción |
¡Salve, salve! Cantaban María,
* * * Con torrentes de luz que te inundan,
Pues llamándote pura y sin mancha,
¡Ay!, bendito el Señor, que en la tierra
Y al mirarte entre el ser y la nada,
(Del Himno de la Inmaculada Concepción) Proclamación del Dogma de la Inmaculada Concepción de la Santísima Virgen El día de aquella solemne proclamación fue de incomparable alegría, jamás será olvidado, y siempre se lo deberá recordar para honra y gloria de la Obra Maestra de la creación, la Madre Purísima del Divino Infante
Hace 150 años una alegría intensísima llenó de júbilo a las huestes católicas del mundo entero: la noticia de la proclamación del dogma de la Inmaculada Concepción de la Santísima Virgen. El bienaventurado Papa Pío IX, con base en la Sagrada Escritura y en el testimonio constante de la Tradición (la transmisión oral que pasa de generación a generación), y en virtud del Magisterio infalible, declaró que era de revelación divina que María Santísima fue totalmente exenta del pecado original, desde el primer instante de su concepción, consignado como está en la Bula Ineffabilis Deus, del 8 de diciembre de 1854. Tal declaración se revistió de especial esplendor, pues, al mismo tiempo que representaba una gloria para la Virgen María y la Santa Iglesia, era también un triunfo sobre el liberalismo y el escepticismo que corroían a la civilización cristiana, y que afrentaban al Vicario de Cristo y a los derechos de la Santa Sede en aquellos mediados del siglo XIX. Período perturbado por revoluciones anticatólicas en varias partes del mundo, desencadenadas sobre todo por los propugnadores del racionalismo, del naturalismo y del anarquismo —enemigos de la Iglesia, condenados por aquel Pontífice en diversos documentos. Fue enorme el aplauso entusiasmado que resonó entre los católicos de la Tierra entera, porque el singular privilegio de la Inmaculada Concepción 1 —en el que innumerables santos, teólogos y fieles en general siempre creyeron desde los orígenes del Cristianismo, y a lo largo de todos los siglos— era por fin definido como verdad de fe.2 Confirmación del dogma Para aquel día bendito, el mundo católico ya estaba preparado. La Santísima Virgen en persona hizo tal preparación: en 1830, había recomendado a Santa Catalina Labouré la difusión de la Medalla Milagrosa, que lleva grabada una jaculatoria que se dio a conocer en todo el orbe: “¡Oh María sin pecado concebida, rogad por nosotros que recurrimos a vos!” 3 Cuatro años después de la proclamación del dogma de la Inmaculada Concepción, el día 25 de marzo de 1858, en Lourdes, Nuestra Señora confirma tal verdad de fe. Cuando la pequeña vidente Bernadette Soubirous le preguntó quién era, la Virgen María, después de extender los brazos —como se ve en la Medalla Milagrosa—, juntó las manos a la altura del corazón y respondió: “¡Yo soy la Inmaculada Concepción!” En el calamitoso siglo XX, en Fátima, la Virgen Santísima recomendó la devoción a su Corazón Inmaculado y prometió: “¡Por fin, mi Inmaculado Corazón triunfará!” Ésta fue una magnífica confirmación más del dogma proclamado por el bienaventurado Papa Pío IX en el siglo XIX. El pecado original
“Él [Dios] es el que de uno solo ha hecho nacer todo el linaje de los hombres, para que habitasen la vasta extensión de la tierra” (Hch. 17, 26). Nuestros primeros padres, Adán y Eva, fueron creados “a imagen y semejanza [de Dios]” (Gén. 1, 26), en el estado de gracia e inocencia, de justicia y santidad; recibieron el don de la inmortalidad; vivían perfectamente felices en el paraíso terrestre, y, en el orden de la gracia, tenían participación de la propia naturaleza divina. Pero desobedecieron al Creador y, obedeciendo a la serpiente infernal, quedaron esclavizados al demonio. A consecuencia de ese pecado, los rebeldes fueron expulsados del paraíso, perdieron los dones sobrenaturales que poseían; de seres angelicales, se volvieron carnales; quedaron sujetos a todas las enfermedades y miserias, y a la muerte. Como resultado: todos sus descendientes quedamos mancillados, heredamos los efectos del pecado original, con el cual todos nacimos.4 Dios podría haber abandonado a la humanidad en ese estado pecaminoso, pero, por su infinita misericordia, quiso salvar a los hombres. Le aseguró al demonio, bajo la forma de la maldita serpiente: “Pondré enemistades entre ti [el demonio] y la mujer [María Santísima], entre tu raza [los malos] y la descendencia suya [Jesucristo y los buenos]; Ella quebrantará tu cabeza” (Gén. 3, 15). Obra Maestra de Dios A fin de que se obrase la salvación del género humano, se hacía necesaria una reparación. ¿Cómo? — Por medio de la Encarnación del Hijo unigénito de Dios, la Segunda Persona de la Santísima Trinidad, que vendría a la Tierra para reparar la malicia infinita del pecado, padecer en la Cruz por los hombres y, con su sacrificio, redimirlos. Este misterio se cumplió por obra del Espíritu Santo, con la Encarnación del Verbo de Dios, Nuestro Señor Jesucristo. “Sabed que una virgen concebirá y dará a la luz un hijo, a quien pondrán por nombre Emmanuel, que quiere decir: Dios con nosotros” (Mt. 1, 23). Es así como tal misterio fue anunciado por el profeta Isaías, siete siglos antes de su realización (Is. 7, 14). “¿Quién es ésta que va surgiendo cual aurora naciente, bella como la luna, brillante como el sol, terrible como un ejército formado en batalla?” (Cant. 6, 9). Los exegetas interpretan este texto como el nacimiento de la Santísima Virgen que, como la aurora, anuncia el nacer del sol — el Sol de Justicia, el Salvador del género humano que se hizo hombre para salvarnos. Nuestra Señora, obra maestra de la creación, es la antítesis de Eva. El Magisterio de la Iglesia enseña que la mala acción de Eva, asociada a la de Adán —causante de la ruina de la humanidad— fue desagraviada por María Santísima, la nueva Eva, asociada a Nuestro Señor Jesucristo, el nuevo Adán.5
Exenta de cualquier mancha... En su condición de Madre de Dios, ¿no sería digno que la Santísima Virgen fuese concebida sin mancha alguna? Al contrario de lo que ocurre con todos los seres humanos —que, sin excepción, vienen al mundo con la mancha original—, ¿no sería posible que Ella fuese la única excepción? — Claro que sí, pues para Dios nada es imposible. No convenía que la Madre del Verbo de Dios fuese, aunque por un instante apenas, manchada por el pecado original, por lo tanto esclavizada al demonio. Si hubiese contraído la mancha original, Ella quedaría, si bien que sin culpa propia, bajo el dominio del demonio. — Pero, si Nuestro Señor Jesucristo vino a la Tierra para redimir a todos los hombres, como lo enseña el dogma de la Redención Universal, ¿en qué situación queda Nuestra Señora? ¿Ella no estaría incluida en la Redención, si fue exenta del pecado antes de la venida del Salvador? ¿No necesitaría Ella, por lo tanto, la Redención? Los teólogos enseñan que el privilegio de la Inmaculada Concepción le fue concedido en previsión de los méritos que serían adquiridos por Nuestro Señor y que Ella se benefició de la Redención antes que ésta se consumase. — “Potuit, decuit, ergo fecit” (Dios podía hacerlo, convenía que lo hiciese, luego lo hizo). Con este célebre axioma, el beato franciscano Juan Duns Escoto (1265-1308) concluyó su exposición en defensa de la Inmaculada Concepción, en la Universidad de París. Fue considerado un brillante triunfo el hecho de haber sintetizado, en aquella irrebatible sentencia, las razones del referido privilegio. Dios todopoderoso podía crear a la Virgen Santísima exenta de pecado. Él ciertamente lo quería, pues convenía a la altísima dignidad de aquella que vendría a ser la Madre del Divino Salvador, que estuviese libre de cualquier mancha; Él, por lo tanto, le concedió tal privilegio. Ahí tenemos el maravilloso y singular privilegio de la Inmaculada Concepción. ...en previsión de la Redención La Santa Iglesia enseña que María Santísima fue preservada del pecado original, en previsión de los futuros méritos de la Vida, Pasión y Muerte de Nuestro Señor Jesucristo. Él la pre-redimió desde el primer instante de su existencia, siendo Ella, debido a los frutos de la Redención, creada en estado de inocencia original. Al ser concebida sin pecado original, la Virgen Santísima quedó también preservada de cualquier concupiscencia (de cualquier tendencia hacia el mal), que es una consecuencia de la mancha dejada por el pecado original, aunque no sea una culpa personal. No es creíble que Dios Padre omnipotente, pudiendo crear un ser en perfecta santidad y en la plenitud de la inocencia, no hiciese uso de su poder a favor de la Madre de su Divino Hijo. El Doctor de la Iglesia San Alfonso María de Ligorio (1696-1787), en su libro Las Glorias de María, ejemplifica de modo muy vivo tal cuestión: “Si un excelente pintor debiera casarse con una mujer hermosa o fea, según él mismo pintase, ¿no procuraría pintarla lo más hermosa que le fuera posible? ¿Cómo podrá decirse, pues, que el Espíritu Santo no obrase así en María y que pudiendo hacer a su Esposa tan hermosa como le convenía, dejase de practicarlo? No, que así le convino y así lo hizo, como atestiguó el mismo Señor, cuando alabando a María le dijo: ‘Eres toda hermosa, amiga mía, y no hay defecto alguno en ti’” (Cant. 4, 7)”.6 San Bernardino de Sena, famoso predicador popular del siglo XV, nos da otro ejemplo igualmente elocuente: “A ninguno de los demás hijos le ha sido concedida la facultad de escogerse la madre que le plazca; pero si alguna vez se concediese esta elección a alguno de ellos, ¿quién habría que pudiendo tener por madre a una Reina la eligiese esclava, pudiendo tenerla de elevada estirpe, la quisiese villana, pudiendo tenerla amiga de Dios, la eligiese enemiga? Si solamente, pues, el Hijo de Dios pudo escoger a su gusto la madre, no hay duda, que la elegiría tal como convenía a un Dios. Y siendo decoroso a un Dios purísimo tener una Madre exenta de toda culpa, tal se la eligió”.7
* * * En la conmemoración de los 150 años del dogma de la Inmaculada Concepción y en agradecimiento a Dios por las prodigiosas gracias que advinieron de esta magnífica declaración pontificia, prestamos nuestro humilde homenaje, mediante la propagación de la devoción a Aquella que es “llena de gracia” y “bendita entre todas las mujeres” (Lc. 1, 28).
En ese sentido, ofrecemos a continuación a nuestros lectores algunos trechos extraídos del documentadísimo libro Pío IX, escrito por el Prof. Roberto de Mattei, graduado en Historia Contemporánea por la Universidad La Sapienza, de Roma, y titular de la cátedra de Historia Moderna en la Universidad de Casino. Esta obra, recientemente publicada, narra —entre diversos otros hechos de la vida del bienaventurado Papa Pío IX— los antecedentes de la definición dogmática y el solemne acto culminante del Pontificado del “Papa de la Inmaculada Concepción”. Por fin, presentamos también a nuestros estimados lectores un substancioso artículo de la pluma de Plinio Corrêa de Oliveira, redactado para Catolicismo, por ocasión del centenario de esta definición dogmática. Predilección por el Perú No podríamos terminar esta introducción sin recordar que la devoción a la Inmaculada Concepción en nuestra Patria, nace con ella. El fundador de Lima, el marqués Don Francisco Pizarro, profesaba una particular devoción a este misterio mariano, y a él le debemos como piedad póstuma la capilla que en la catedral está dedicada a Nuestra Señora de la Concepción. En el último tercio del siglo XVI, hijas espirituales de Santa Beatriz de Silva, emprenden la fundación de monasterios contemplativos en el dilatado virreinato peruano. El de Lima es fundado por una viuda de conquistadores, Doña Inés Muñoz de Rivera, “la primera mujer española que pisó el suelo del Perú”, mientras que el de la Limpia Concepción de Quito lo fue por un primer grupo de religiosas venidas de la península, encabezadas por la R. M. María de Jesús Taboada. El santo arzobispo limeño Toribio Alfonso de Mogrovejo, incluyó en las célebres Letanías Peruanas a la Santísima Virgen, aprobadas por el Papa Paulo V en 1605, la invocación: por tu Inmaculada Concepción, líbranos Señora. La Universidad de San Marcos de Lima, “la primera más célebre de todas las universidades americanas”, juró defender este misterio en 1619. Siendo que ya entonces, para obtener los grados mayores, se exigía el juramento “de que siempre creerá y enseñará de palabra y por escrito haber sido la siempre Virgen María, Madre de Dios y Señora nuestra, concebida sin pecado original en el primer instante de su ser natural”. También las ciudades rivalizaban en realizar el voto de sangre: Arequipa, por medio de su cabildo, prestó juramento de defender la Concepción Inmaculada de María en 1632, mientras que el Cusco lo hizo en 1651 y Lima les siguió en 1654.
Dos siglos después, llegado el momento de la proclamación dogmática, la incertidumbre política por entonces campante, unida a la vacancia de la sede episcopal primada, postergaron las celebraciones hasta 1856. Una precisa idea de lo que ocurrió por entonces en Lima nos lo describe el P. Vargas Ugarte: después de la Misa Pontifical, “salió de la vieja basílica una lucida procesión, en la que fueron conducidas, en costosas andas, las imágenes de los Patriarcas de las Órdenes de la Merced, San Francisco, San Agustín, Santo Domingo y las de Santa Rosa, San Francisco Solano, Santo Toribio y, cerrando el cortejo, la de la Purísima, precedida de un coro de niñas vestidas de ángeles y quemando perfumes en braserillos de plata . La procesión dio la vuelta a la espaciosa plaza principal y, a su regreso, después del canto tradicional de la Salve, el Arzobispo [Mons. José María Pasquel] dio a la muchedumbre la bendición papal”.8 Rogamos pues a la Virgen del Rosario, nuestra augusta Reina y Patrona, concebida sin pecado original, que en la actual coyuntura de la Historia del Perú, amenazado por tantos nubarrones, nuestro País corresponda a tan maternal predilección. Que María Santísima nos conceda, especialmente a todos sus hijos peruanos, una admiración profunda, creciente y entusiasmada por su pureza inmaculada y un consecuente horror a cualquier forma de pecado.
Notas.- 1. “Inmaculada Concepción: Significa que, desde el primer instante de su concepción, la Bienaventurada Virgen María poseía la justicia y la santidad o gracia, con las virtudes infusas y los dones del Espíritu Santo, y la integridad de la naturaleza” (Cardenal Gasparri, Catéchisme Catholique, Ed. Nazareth, Chabeuil, Drôme, 1959, p. 73).
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