La oración es omnipotente: puede obtenerlo todo de Dios, no solamente porque glorifica sus divinas perfecciones sino también porque descansa en la promesa de Dios y en las promesas de Jesucristo. Podemos obtenerlo todo de Dios porque Él lo puede todo y nos concede todos los bienes por respeto a los méritos de Jesucristo. Si no obtenemos siempre todo lo que pedimos, o es porque pedimos mal, o porque pedimos lo que no nos conviene, o porque nos falta, en fin, la perseverancia necesaria. Dios difiere algunas veces el satisfacer nuestros deseos para probar nuestra fe, para castigar nuestra tibieza y para hacernos humildes y vigilantes. Sucede a veces que el que pide una gracia, obtiene otra mejor que la que desea; por ejemplo, cuando en lugar de la curación de una enfermedad Dios concede la paciencia necesaria para soportarla cristianamente (F. X. Schouppe S.J., «Curso abreviado de Religión», París-México, 1906, p. 485). De la oración en general Oración es una elevación de la mente a Dios para adorarle, darle gracias y pedirle lo que necesitamos. La oración se hace de dos maneras: mental y vocal. Oración mental es la que se hace con sola la mente; oración vocal es la que se hace con palabras, acompañadas de la atención de la mente y de la devoción del corazón. Oración privada es la que uno hace en particular para sí o para otros. Oración pública es la que se hace por los sagrados Ministros, a nombre de la Iglesia y por la salvación del pueblo fiel. Puede llamarse asimismo oración pública la oración hecha en común y públicamente por los fieles, como en las procesiones, en las romerías o en la iglesia. La esperanza de alcanzar de Dios por medio de la oración las gracias que necesitamos se funda en la promesa de Dios omnipotente, misericordioso y fidelísimo, y en los merecimientos de Jesucristo. Hemos de pedir a Dios las gracias que necesitamos en nombre de Jesucristo, como Él mismo nos lo ha enseñado y como lo practica la Iglesia, terminando todas las oraciones con estas palabras: per Dóminum nostrum Iesum Christum, esto es, por Nuestro Señor Jesucristo. Hemos de pedir a Dios las gracias en nombre de Jesucristo porque siendo Él nuestro medianero, sólo por medio de Él podemos acercarnos al trono de Dios. Muchas veces no son oídas nuestras oraciones porque o pedimos cosas que no convienen a nuestra salvación eterna o porque no pedimos como debemos. Debemos principalmente pedir a Dios su gloria, nuestra eterna salvación y los medios de alcanzarla. Es lícito pedir también a Dios bienes temporales, aunque siempre con la condición de que sean conformes a su santísima voluntad y no impidan nuestra eterna salvación. Aunque Dios sepa lo que necesitamos, quiere, no obstante, que se lo pidamos para reconocerle como dador de todo bien, atestiguarle nuestra humilde sumisión y merecer sus favores. La primera y mejor disposición para hacer eficaces nuestras oraciones es estar en gracia de Dios o desear, al menos, ponerse en tal estado (Catecismo Mayor de San Pío X, Ed. Magisterio Español, Vitoria, 1973, pp. 37-38).
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