(Noche de Paz)
La canción de Navidad por excelencia, Nelson R. Fragelli
Stille Nacht, Noche Silenciosa —o Noche de Paz, en la versión española— traduce en sonidos el profundo silencio que inunda de suave tranquilidad la noche de Navidad, envolviendo la imaginación en una atmósfera celestial propia del magno acontecimiento de la Cristiandad. Noche sagrada, en que se recuerda a la Sagrada Familia y el nacimiento de Jesús en el silencio de la gruta de Belén. Silencio... Profundo recogimiento, acentuado por los acordes con los que la flauta de los pastores acompañaba las alegres voces celestiales de los ángeles anunciando el nacimiento del Niño Dios. Todo es silencio, calma, armonía. Ángeles, felicidad, estabilidad. Hay un deseo difuso de que esta noche no termine nunca. Al anunciar un acontecimiento celestial, nos trae la esperanza de alcanzar la eternidad del cielo. Dios nació y está entre nosotros. Nada más tiene que suceder.
Fue ese estado de espíritu pastoril, angelical, sobrenatural, familiar, íntimo, pero de gran dignidad y gran alcance simbólico, que inspiró las armonías del canto Stille Nacht: la noche silenciosa, santa y tranquila de la primera Navidad. Este es en efecto el sentimiento que expresan sus palabras, perfectamente adaptadas a la suavidad de la melodía. Todo duerme. Solitaria, apenas la venerable y santísima pareja permanece despierta — Alles schläft, einsan wacht, nur das traute hochheilige Paar. En medio de la alegría, la música expresa una dulce ternura. Y en esa ternura un tanto lírica, una nota de compasión, una tristeza dentro de lo festivo: la tristeza por el frío y la pobreza en que nace el Niño Jesús. Pero también, más que eso, ya se percibe una tristeza en la previsión de la Cruz, cuya sombra se proyecta sobre la Nochebuena. Así, en el Stille Nacht la ternura está rodeada de una suave compasión, pues Jesús tenía en Belén, como en todos los momentos de su vida terrena, el recuerdo de que Él vino para ser el Redentor, para sufrir y morir por nosotros. En la canción, la afinidad del alma con los coros angélicos Plinio Corrêa de Oliveira —entusiasmado comentarista de la canción y en quien me inspiré para muchas de las explicaciones contenidas en este artículo— decía que la melodía del Stille Nacht es simple, popular, pero su significado es profundo. En ella se siente la nota de tranquilidad continuamente acentuada. No una tranquilidad inmóvil y vacía, como la que se adquiere por la comprensión meramente intelectual de aquel acontecimiento, sino la paz celestial traída por los ángeles, que anunciaban el magno evento a los pastores; como la paz angélica de los claustros medievales, donde rezaban y meditaban los grandes santos; como la profunda tranquilidad que nos invade cuando miramos atentamente el firmamento, donde las estrellas se mueven en silencio; como en el Stille Nacht, donde las notas musicales se mueven tranquila y solemnemente. En ambos domina un reposo celestial, a través de los ángeles que cantan — durch der Engel „Halleluja“. “De rodillas ante el Pesebre, la contemplación del Niño Jesús nos inspira un respeto sacral, acompañado de ternura y compasión. La amalgama entre el respeto y la compasión se cierne de principio a fin en los acordes melodiosos del Stille Nacht. Así podemos penetrar dulcemente en el sapiencial e Inmaculado Corazón de María, y allí escuchar su propia canción para arrullar a su Hijo”, comentó con profunda sensibilidad y encanto Plinio Corrêa de Oliveira. En algunos de sus arreglos musicales, cantados por un coro, al final de la canción las palabras enmudecen, siendo sustituidas por un simple murmullo gutural. Correspondería al momento en que la Santísima Virgen jala una manta para cubrir a su Hijo. Quien duerme, mientras la Virgen Madre y San José continúan rezando. En la tranquilidad, la canción termina. No, no termina. Vuelve con la suavidad de aquella noche bendita, y continúa envolviendo el recuerdo como el aroma de un bálsamo celestial. El alma se siente cubierta por gotas de inocencia, que emanan de la gruta de Belén. Dios está allí. Se puede sentir a Jesús en carne humana — Jesum in Menschengestalt. Feliz la nación cuya cultura católica está así de arraigada en todos los aspectos de su vida. Los pueblos cultos no son aquellos que tienen genios famosos entre sus hijos, sino aquellos en que los sentimientos cristianos impregnan ampliamente sus almas. En un pueblo así, un simple párroco del interior puede unirse a un modesto compositor y concebir juntos esta comprensión tan elevada del nacimiento de Jesús en Belén, entonando este himno de alabanza. De su seno proviene la canción que expresa la afinidad del alma de su pueblo —y de todos los pueblos— con los coros angélicos. Naturalmente, inesperadamente, de sus almas brota esta simple maravilla. Alegría que nos eleva a la fuente de todas las alegrías
La canción es el llamado de Dios al hombre para que medite sobre el misterio de la salvación allí presente. Dios lo espera para perdonarlo, para hacerlo partícipe de la gran fiesta del nacimiento de Jesús. Su orgullo, su incredulidad, sus deseos mezquinos sienten arrepentimiento ante esa inocencia. De las alturas doradas del cielo, la plenitud de la gracia nos muestra a Jesús — Aus des Himmels goldenen Höh’n, uns der Gnaden Fülle läßt seh’n. La inocencia es calma, trae la apetencia por todo lo que en la tierra expresa lo maravilloso. Ante ella el alma evoca su infancia, sus padres, los bosques por los que pasó, las montañas de lo alto de las cuales divisó panoramas que la hicieron soñar. La hora de la salvación vuelve a sonar para ella. La bondad en los labios divinos marca la hora de la gracia redentora — Schlägt die rettende Stunde: Jesus, der Retter, ist da. Degustar los momentos en que la calma envuelve la inocencia es una de las mayores alegrías de esta vida. Las alegrías del mundo no son alegrías, apenas excitación, porque no es verdadera alegría la que no eleva el alma al Creador, fuente de todas las alegrías. Al impregnarse con las alegrías de la Navidad, el alma sentirá un choque al reencontrar la fealdad, la vulgaridad y el pecado, y huirá de las ilusiones que le ofrece el falso brillo del mundo —fiestas, ruido, aglomeración y vanidad— Feste Geräusch und Gedräng mit eitlem Gepräng, como dice la versión alemana del himno “El trece de mayo”.
Al confrontar las verdades que percibe, el alma ve mejor la malicia del error que la rodea. Los acontecimientos mundanos son tan tumultuosos y apremiantes, nos hacen sumirnos en una lucha tan fuerte, que las marcas de tormento, sangre y lágrimas tienden a tener un impacto negativo en nuestra meditación. Las personas y las cosas no deben ser amadas por las ventajas que traen o por el placer que brindan, sino por el grado de perfección que tienen. En el mundo de hoy —desorientado, indiferente a Dios, vuelto hacia su ciencia, sus inventos, sus diversiones— esta visión se desvanece. María y José no protestaron porque se vieron obligados a refugiarse entre animales, cuando nació Jesús. En aquel establo recibieron a reyes venidos de lejos, guiados por una estrella. Estos reyes también se arrodillaron ante el Niño y le ofrecieron preciosos regalos, lo reconocieron como Rey del Universo. La dignidad de la Sagrada Familia, en medio de la pobreza y la privación, despierta nobles sentimientos, pues configura uno de los más destacados trazos de la nobleza de espíritu. El Niño Dios. Contrastes de la Navidad El Divino Infante está en el pesebre. Aunque esta rodeado de pobreza, su grandeza es infinita, tan pequeño y tan grande. Allí mismo Él podría manifestarse terrible, si quisiera mostrarnos su fuerza. Pero quiso estar a nuestro alcance, para atraernos a una intimidad, tener un contacto familiar, libre. De esta manera, el que es infinitamente más grande que todos juntos, se ha vuelto más pequeño que nosotros. No quiso que nos extasiáramos, viéndolo como el creador del cielo y de la tierra, presidiendo la historia, inspirando las acciones de los buenos y castigando los pecados de los malos. Al nacer, se presenta ante cada uno de nosotros tan pequeño, que nuestra admiración exclama: ¿Cómo es posible, que siendo Él tan grande, se haga tan pequeño? ¡Acostado en un establo, sintiendo frío, llegando al extremo de provocar pena, como un incentivo para la admiración! Su majestad infinita se muestra llena de ternura. Quiere ser amada y sabe que no conseguiríamos amarla si no se presentase menor, como un ser humano. Esta verdad, la gran lección de la Navidad, es sugerida por la delicadeza armónica del Stille Nacht. En su bondad, para tener proporción con nosotros, se hizo niño, un niño encantador con el cabello rizado — Holder Knabe im lockigen Haar. La gracia de Dios que el Salvador trajo a la tierra
El encanto de la Navidad está en saber que el Creador que acaba de nacer —este Hombre-Dios— trae consigo todas las bellezas posibles del alma humana. Siendo divinamente grande, el Niño Jesús es pequeño en la Gruta de Belén. Según la liturgia, es pequeño, pero el firmamento celestial es insuficiente para contenerlo. En Navidad lo vemos en un pesebre: débil, entregado al cuidado de los hombres, de María, de José, a la adoración de los Reyes Magos y de los pastores, al aliento de los animales que lo calentaron aquella noche de crudo invierno. Aunque creó el Sol, en el frío de la gruta, no fue arrullado por el astro rey sino por el aliento de los animales. Dándonos así una lección sobre la dignidad de la vida: en el orden jerárquico de la creación, un buey vale más que un Sol, porque el buey tiene vida y el Sol no la tiene. Inmensa humildad. En esta tierra de exilio, Aquel que creó el Sol se deja calentar por el aliento de un simple animal. En este primer honor hay una glorificación de la vida y de todo lo que está vivo. Cuando el Sol “dormía”, el buey estaba despierto y los ángeles llamaban a los pastores. Los magníficos contrastes que esta escena contiene son fáciles de percibir. Dios nos hace comprender así que el más pequeño de los hombres —el más torcido, el más limitado, el más enfermo— es mucho más que el Sol. Mientras no sea un pecador, mientras sea fiel a la gracia de Dios que el Salvador trajo a la tierra, sonará para él, en su nacimiento, la hora de la gracia redentora — Da uns schlägt die rettende Stund’, Christ in deiner Geburt! La grandeza de lo pequeño
Vino para salvarnos a todos. El más pequeño de los hombres vale más que el Sol. Nuestro Señor Jesucristo entra en la tierra para darnos esta magnífica e inolvidable lección. Se hizo pequeño para mostrar la grandeza de lo que es pequeño, de todo lo que germina, de todo lo que se desarrolla a partir de un determinado punto, de todo lo que nace y tiene vida. Lección inolvidable, especialmente en una época como la nuestra, en que la vida es tan despreciada por el aborto y la eutanasia. Jesús nació en la adversidad. Nadie acogió a sus padres, aunque María estaba próxima a dar a luz. Perseguida por Herodes, la Sagrada Familia huiría a Egipto poco después. Herodes mandaría matar a los inocentes, con la esperanza de deshacerse del Niño Dios. Lección inolvidable para nuestros días, cuando la virtud es perseguida y millones de vidas inocentes son eliminadas. Una canción largamente anhelada por la Cristiandad
Hasta 1818, transcurridos muchos siglos de la era cristiana, el canto de Navidad popular y perfecto aún no había aparecido. Se diría que toda la Cristiandad andaba a tientas en las sombras, buscando una expresión musical para honrar al Niño Dios en su nacimiento. Fue entonces cuando el alma embelesada de un simple párroco de aldea, asociada a la sensibilidad artística de un modesto maestro de escuela, impregnó en unas palabras combinadas con sonidos musicales, aquello que la gente sentía sobre la Navidad. Poeta y compositor, para conmemorar la noche del nacimiento de Nuestro Señor Jesucristo, exhalaron al unísono la canción navideña de la cual se puede decir que la humanidad tenía prisa por cantar. Dicho anhelo, al intensificarse imperceptiblemente en toda la Cristiandad, encontró en estas dos almas la expresión perfecta a través del Stille Nacht. A la hora deseada por la Providencia, compusieron la canción inmortal; el mundo la escuchó maravillado; y se convirtió en el canto de Navidad por excelencia. La simple y llana historia de un himno providencial Hertha Ernestine Pauli (1906-73) en su libro Ein Lied vom Himmel (Una canción del cielo) cuenta la historia del Stille Nacht. Ahí señala que la aldea austríaca de Oberndorf es vecina de Salsburgo, la famosa ciudad natal de Mozart. En el centro de la misma, a orillas de un sonoro riachuelo de montaña, el Salzach, se alza la iglesia de San Nicolás, cuya torre domina el paisaje. En 1818, San Nicolás era una construcción pequeña y pobre, rodeada de pocas casas. Visto desde uno de los altos picos que lo circundan, este pequeño conjunto arquitectónico parece un remoto nido de pájaros entre altas montañas.
Un joven sacerdote, Joseph Franz Mohr (1792-1848), era párroco de San Nicolás. También había una escuela en la aldea, cuyo maestro era Franz Xaver Gruber (1787-1863), un modesto organista y compositor, gran amigo del padre Mohr. Eran las personas más instruidas del lugar. Franz era cinco años mayor que el padre Mohr y tenía 29 años de edad cuando fue destacado para enseñar en la escuela de Oberndorf. En la tranquilidad de la aldea, podían seguir con la mayor calma las inspiraciones poéticas y musicales de sus corazones. Gélidos inviernos los recogían en sus casas, donde se dedicaban a escribir y componer. Con una clara vena poética, el padre Mohr expresaba a menudo sus pensamientos por medio de versos simples y sin mayores pretensiones, donde interpretaba los sentimientos de su región y de su país. En vísperas de la Navidad de 1818, dirigió su mirada a las montañas vecinas —cuyos caminos solía recorrer en las visitas pastorales a sus feligreses, en el silencio de los valles y en medio de los pinos nevados— y sintió promesas de paz y de bendición propias de la Noche Sagrada en que nació el Salvador. Estas percepciones de su sensibilidad le hicieron caminar suavemente entre los abundantes copos de nieve, acompañando el repicar de las campanas de las aldeas vecinas. Se le ocurrió entonces ofrecer al Niño Jesús la poesía que palpitaba en su pecho. Escribió un poema corto, inocente y puro, que hoy es la letra de la canción navideña más famosa del mundo: el Stille Nacht. Modesto debut musical, en la Navidad de 1818
El padre Mohr pronto le mostró el poema a su amigo Gruber. El maestro de escuela recibió el escrito del sacerdote, lo leyó atentamente y le hizo una confidencia: — “Estos versos también palpitan en mi alma”. Volvió a leer el poema, pensando en las notas musicales para cada frase, y pidió su consentimiento para componer una canción: — “Si la composición sale bien, quizás podamos cantarla en Nochebuena”. En las primeras notas —todavía vacilantes, corregidas sucesivamente, modificadas, pero ya sorprendentemente encantadoras— el padre Mohr se dejó maravillar. Luego llevaron el texto y la partitura al coro de la pequeña iglesia de San Nicolás, compuesto por feligreses con buena voz, que la admiraron y la ensayaron. Embelesado, el coro la cantó por primera vez la noche de Navidad de 1818.
Poco después, un conocido constructor de órganos, Karl Mauracher, de paso por la aldea, escuchó en recogido silencio la canción navideña recién compuesta. Cogiendo su larga barba, dijo pausadamente: — “Me gustaría escuchar eso una vez más, señor Gruber”. El profesor atendió el pedido del instruido organista y junto con el sacerdote la volvió a cantar. De regreso a la ciudad, Mauracher pidió permiso para llevarse la letra y la partitura. Allí la envió a otros coros, recomendándola con su autoridad musical. No hubo quien no la admirara y comenzó a ser interpretada con motivo de las fiestas navideñas, pues sería inapropiado fuera de aquel ambiente. Y así, de Navidad en Navidad, dondequiera que era presentada, la canción transportaba las almas al pesebre donde dormía el Divino Niño, impregnándolas con la unción que emanaba de la Sagrada Familia. El Stille Nacht despertaba la imaginación. Y esta es exactamente la finalidad de la música. Era como una rendija entre las tablas del establo de Belén, a través de la cual se podía escuchar y sentir ese momento grandioso de la gruta bendita, en la vida doméstica de la Sagrada Familia. Así, la música comenzó a extenderse por la región vecina del Tirol y luego por toda Austria. Cruzando los Alpes, llegó a Alemania, y desde entonces ha sido cantada con ternura y compenetración en todo el mundo cristiano.
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Stille Nacht (Noche de Paz) La canción de Navidad por excelencia |
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