PREGUNTA ¿Podría Ud. explicar por qué a la hora de la comunión recibimos solamente el Cuerpo de Cristo y no también su Sangre? RESPUESTA Al considerar el modo de comulgar, lo que esencialmente importa, es que alcancemos todo el fruto de la gracia de recibir el Santísimo Sacramento. Y éste se obtiene plenamente recibiéndolo apenas bajo una de las especies. La razón teológica de ello es que Nuestro Señor Jesucristo está por entero en cada una de las especies sacramentales. Así, es verdad de Fe que quien recibe la Sagrada Eucaristía apenas bajo la especie del pan, recibe a Nuestro Señor Jesucristo por entero, a saber, su Cuerpo, su Sangre, su Alma y su Divinidad, y acarreando todas las gracias de este augustísimo Sacramento.
Lamentablemente, algunos de los que reivindican la comunión bajo las dos especies lo hacen como si el fruto del Sacramento fuese menos pleno bajo una sola especie. Es un error que niega la verdad teológica que acabamos de mencionar. Comulgar apenas de la Hostia consagrada trae, en sí, los mismos frutos espirituales que comulgar bajo las dos especies. Naturalmente, nos aproximaríamos más al modo como Nuestro Señor instituyó este Sacramento, si la comunión fuese administrada bajo las dos especies, la del pan y la del vino. El sacerdote, durante la celebración de la Misa, comulga así. Por eso, a lo largo de la Historia de la Iglesia, fueron hechos varios intentos de reintroducir en el rito latino la comunión bajo las dos especies. Una de ellas, por ocasión del célebre Concilio de Trento, convocado para condenar los errores protestantes. Pero los inconvenientes de orden práctico hicieron que tal autorización cayese en desuso. La forma más habitual en el rito latino continúa siendo la comunión solamente bajo una especie, la del pan. En los ritos orientales unidos a Roma, no obstante, la forma habitual de comulgar fue siempre bajo las dos especies. Cabría preguntarse por qué en Oriente funciona y en Occidente no. Más allá del peso de una tradición dos veces milenaria e ininterrumpida, tal vez la razón sea también, de acuerdo a la mentalidad más contemplativa de aquellos pueblos, que las liturgias orientales son considerablemente más elaboradas y más dilatadas que la nuestra, permitiendo así dispensar al Santísimo Sacramento todos los cuidados que la comunión bajo las dos especies exige, de manera que se evite cualquier pérdida de fragmentos o dispersión de pequeñas gotas consagradas. Como latinos, más prácticos, más rápidos, nosotros corremos ese riesgo. Más allá de razones mayores, de orden doctrinario e histórico, la prudencia pastoral de la Iglesia latina terminó por dejar de lado los intentos dirigidos en ese sentido. Añádase a eso que, con la invasión de los medios católicos por el llamado "progresismo", lamentablemente decayó mucho entre los fieles el cuidado y la veneración que le son debidos al Santísimo Sacramento a la hora de comulgar. En esa situación concreta, el riesgo de que se dispersen minúsculas gotas de la preciosísima Sangre es mayor. Sea como fuere, lo que no es posible es querer cambiar ex abrupto o mecánicamente la mentalidad de los pueblos y establecer reglas -incluso litúrgicas- que no tomen en cuenta esa mentalidad. Como también es de un valor inapreciable, especialmente en materia de liturgia, mantener la tradición propia de cada rito. Pues, según afirma San Pío X, "los verdaderos amigos del pueblo no son ni revolucionarios ni innovadores, sino tradicionalistas" (Carta Apostólica Notre Charge Apostolique, 25-08-1910). La Iglesia en su conjunto, con la multiplicidad de sus ritos —el latino y los orientales unidos a Roma— conjuga admirablemente el espíritu práctico y el espíritu contemplativo, sin que con ello quiera imponer a unos que imiten a los otros.
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María Auxiliadora |
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