Palabras del Director Enero de 2018 – Año XVII

Estimados amigos:

Tras la reciente restauración del emplazamiento donde se encuentra el Santo Sepulcro, el venerable lugar donde reposó el Cuerpo de Jesucristo volvió a ver la luz. Sobre ello versa nuestro Tema del Mes.

La tumba pertenecía a José de Arimatea, que la había mandado cavar para sí, pero que la cedió para recibir el Santísimo cuerpo de nuestro Divino Redentor. Como refieren los evangelistas, allí fue donde se obró la Resurrección de Cristo.

Jerusalén fue destruida en el año 70 d.C. En 313 el emperador Constantino puso fin a las persecuciones contra los cristianos. Trece años después, su madre, santa Elena, visitó la ciudad santa e identificó el venerable lugar de la crucifixión —el Gólgota— y la cueva denominada “Anastasis” (“resurrección”, en griego), donde había sido edificado un templo a Venus.

En substitución de aquel templo, el emperador autorizó la construcción de un santuario, el cual quedó conocido como Basílica del Santo Sepulcro.

Después de siglos de transformaciones, esta basílica fue encontrada en 1099 por los cruzados al entrar en Jerusalén, y esencialmente es el mismo edificio que existe hoy. Hasta hace poco había quien juzgaba que la tumba pudiera haber sido destruida durante tantas vicisitudes históricas. Sin embargo, un barrido inicial del radar reveló que la cavidad, de 1.28 metros de profundidad, estaba íntegra.

Algunos arqueólogos que trabajaron en la apertura del Santo Sepulcro afirmaron haber percibido fenómenos no habituales, por ejemplo, una extraña perturbación electromagnética.

Es natural que tales hechos nos produzcan una gran emoción. Ellos nos remiten a comentarios de Plinio Corrêa de Oliveira sobre el particular, transcritos al final del artículo. Sus palabras resaltan la importancia de la Resurrección del Divino Redentor y la epopeya de las Cruzadas, una guerra santa para liberar el Santo Sepulcro.

Sean ellos también nuestros anhelos, mientras aguardamos la próxima visita del Santo Padre a Chile y el Perú.

En Jesús y María,

El Director

 

Conclusión: “¡Por fin, mi Inmaculado Corazón triunfará!” Las criaturas son vestigios y representaciones que nos ayudan a ver a Dios
Las criaturas son vestigios y representaciones que nos ayudan a ver a Dios
Conclusión: “¡Por fin, mi Inmaculado Corazón triunfará!”



Tesoros de la Fe N°193 enero 2018


El Santo Sepulcro: Una tumba vacía... llena de la presencia de Cristo
Conclusión: “¡Por fin, mi Inmaculado Corazón triunfará!” Enero de 2018 – Año XVII Las criaturas son vestigios y representaciones que nos ayudan a ver a Dios El Santo Sepulcro: Una tumba vacía... llena de la presencia de Cristo ¿Lutero fue un hombre de Dios? El auténtico pueblo ruso antes de 1917



 Artículos relacionados
El triunfo de Nuestra Señora del Rosario de Lepanto Una multitud se apiña frente a la iglesia de Santo Domingo en la ciudad de Granada (España)...

Leer artículo

Un pecado que desagrada a los mismos demonios Desgraciados… como ciegos y tontos, ofuscada la luz de su entendimiento, no reconocen la pestilencia y miseria en que se encuentran, pues no solo me es pestilente a mí, sino que ese pecado desagrada a los mismos demonios, a los que esos desgraciados han hecho sus señores...

Leer artículo

¿De qué tratan la herejía arriana y la Teología de la Liberación? Quedaría muy agradecido si Ud. me explicara de qué tratan la herejía arriana y la Teología de la Liberación, señaladas por la revista en varias ocasiones como enemigas de una sana doctrina católica...

Leer artículo

Escalando las más altas cumbres Una montaña desafía al hombre: ¿quién tendrá el valor de emprender la escalada? El desafío está en la atracción. No hay quien no sienta deseos de llegar hasta lo alto. ¡Cuánta energía será necesaria!...

Leer artículo

Prohíben rezar por los difuntos “Las puertas de la capilla permanecen cerradas durante las horas de atención del cementerio; la cruz y la Biblia fueron removidas y las campanas, que tocaban al menos dos veces al día, no funcionan más...

Leer artículo





Promovido por la Asociación Santo Tomás de Aquino