Apóstol de la Pasión de Cristo
A los 21 años se alistó en la cruzada contra los musulmanes; fundador de la Congregación de los Pasionistas, «arrancó innumerables almas al infierno, y obtuvo las más brillantes victorias sobre el error, el vicio y Satanás. Curó enfermos, obtuvo la vista para ciegos, la audición para sordos, la palabra a mudos, el uso de los miembros a paralíticos, resucitó muertos, aplacó tempestades, penetró en secretos de las conciencias y en el futuro».¹ Plinio María Solimeo Pablo Francisco fue el segundo de los 16 hijos del matrimonio de Lucas Danei y Ana María Massari, ambos de hidalgas familias empobrecidas de la región del Piamonte, al norte de Italia. El 3 de enero de 1694, “una luz extraordinaria iluminó el cuarto donde él nació, de noche, de manera que las lámparas que ahí estaban encendidas parecían apagadas”.2 Los padres, que ejercían el pequeño comercio de tejidos en la localidad de Ovada, Diócesis de Alejandría, en el Piamonte, eran ante todo un modelo de matrimonio cristiano, viviendo en santo afecto y en el temor de Dios. “Hombre de fe antigua y de costumbres sin mancha, de rara piedad, Lucas encontraba sus delicias en la oración, en la lectura de libros de piedad, principalmente en la Vida de los Santos. Para su Dios él habría sacrificado voluntariamente sus intereses más preciados, sus afectos más puros, e incluso su vida. Tal era su fe que, esposo y padre, él aspiraba al martirio”. Su esposa no se quedaba atrás: “humilde y modesta, piadosa, no amaba sino la soledad del hogar o de los altares, dividiendo su tiempo entre Dios y su familia. Cuidaba de las tareas de la casa y la educación de sus hijos como una misión santa; sin jamás quejarse cargaba el fardo con una paciencia inalterable”.3 ¡De tales padres, nació un gran santo! Siendo aún muy pequeño, la piedad de Pablo Francisco era tan profunda que bastaba que su madre le mostrase el Crucifijo para que él dejara de lamentarse o entonces hiciese algo que no le gustaba. Al infundirle una profunda devoción por la Pasión de Nuestro Señor Jesucristo, su madre seguía un impulso divino, preparando a aquel que sería el gran apóstol de este Santo Misterio. El mismo Cristo crucificado se le presentaba en frecuentes visiones, a veces coronado de espinas, con el cuerpo hecho trizas por la flagelación, e incluso como un ser que se retuerce de dolores, un cuerpo que no es sino una llaga. La Madre de Dios también se le aparecía, algunas veces para socorrerlo. Esto ocurrió, por ejemplo, cuando al atravesar el río Orba con su hermanito, Juan Bautista, ambos cayeron al agua. Debatiéndose los dos entre las olas, se les apareció la hermosa Señora andando sobre las aguas revueltas, que dándoles la mano los sacó de ahí. El Niño Jesús se le apareció también una vez para hacerle compañía mientras rezaba el rosario, devoción que practicó desde muy pequeño. A los 10 años fue enviado a Cremolino para estudiar, permaneciendo ahí por cinco años. Su vida en ese período parecía más la de un consumado asceta que la de un niño en su primera adolescencia. “Pasaba parte de la noche en la contemplación de las divinas bondades de su Dios, y las dolorosas escenas de su pasión. No las interrumpía sino para dilacerar su carne virginal con crueles flagelaciones, y no se permitía sino pocas horas de reposo sobre tablas. Ayunaba frecuentemente... Su tierna y viva devoción a la Santísima Virgen no se igualaban sino a la protección especial con la cual esa Madre de misericordia lo circundaba”.4 No sólo sus condiscípulos, sino los habitantes del lugar pasaron a llamarlo el Santo. Muchos de sus compañeros, llevados por su ejemplo, se entregaron a la vida de piedad y después entraron en órdenes religiosas, entonces focos de piedad cristiana. Terminados los estudios, volvió Pablo Francisco a su casa. Mientras aguardaba los designios de Dios a su respecto, continuaba llevando una vida de intensa piedad. Se alista en la Cruzada contra los musulmanes turcos A los 21 años, en 1715, Pablo Francisco tomó conocimiento de dos bulas de Clemente XI que promovían una liga entre los Príncipes católicos contra los musulmanes turcos —que preparaban una gran embestida sobre Europa—, y animaba también a los fieles a enrolarse en la lucha. Los instaba también a aplacar la cólera de Dios e implorar su auxilio por medio de ayunos, penitencias y oraciones públicas. Pablo Francisco, viendo en eso no sólo la oportunidad de posiblemente derramar su sangre por la Fe, sino también la de luchar por ella, partió hacia Crema como voluntario en el ejército cristiano. Sin embargo, otro era el combate que Dios quería de él, y le hizo comprender eso durante la oración. Pablo Francisco pidió entonces dispensa del ejército y volvió a su tierra. A su regreso un tío suyo, sacerdote, le propuso un ventajoso matrimonio con una joven rica y virtuosa, y, para asegurarle el futuro, lo nombró su heredero. Pablo rechazó ambas propuestas, pues había decidido servir solamente a Nuestro Señor Jesucristo.
Conducido en espíritu al infierno Cierto día en que, debido a una contusión en la pierna, Pablo Francisco se encontraba en el lecho haciendo meditación, fue llevado en espíritu al infierno. “Perdió los sentidos, y de su pecho escaparon grandes gritos: era como una mezcla incoherente de escarnios y de cruel desesperación. Su hermano Juan Bautista, y su hermana Teresa, que acudieron para despertarlo y calmarlo fueron tomados de pánico. Volviendo en sí poco a poco, les dijo, con un sentimiento de horror dibujado en su rostro: “No, yo jamás diré lo que vi”... Más adelante el Santo confió a una persona que en esa circunstancia había sido transportado por los ángeles al infierno, y que había visto, con temor y espanto, las penas eternas de los condenados”.5 Congregación de los Pasionistas: revelación al fundador En el año de 1720, durante un éxtasis, Nuestro Señor le mostró el hábito pasionista, al mismo tiempo que le imprimió en el alma las reglas que la Congregación debería seguir. Otro día, la Santísima Virgen se le apareció trayendo en la mano el mismo hábito, y en ese instante Pablo se vio revestido con él. Nacía así la Congregación de los Pasionistas. Pablo confió estas visiones a su confesor, el Obispo de Alejandría, y le expresó entonces el deseo de portar el hábito así revelado, lo que sucedió en noviembre del mismo año. La primera persona que se unió a Pablo Francisco fue su hermano Juan Bautista, compañero de penitencias y oraciones en la juventud, y que sería hasta el fin de su vida su más firme apoyo. Ambos recibieron el sacerdocio en 1727, estableciéndose diez años después en el Monte Argentaro, donde fue fundado el primer convento y noviciado de la nueva Congregación. Sus miembros, además de los tres votos (pobreza, obediencia y castidad), pronunciaban un cuarto: el de propagar la Pasión de Nuestro Señor Jesucristo. Recién en 1746 las reglas de la Congregación fueron aprobadas por Benedicto XIV. En ellas están aliadas la vida contemplativa y la activa. Si el pasionista debe ser un apóstol de la palabra, tiene que embeberse, a través de la contemplación, del espíritu que vivifique esa palabra. Pero tendiendo siempre a un justo equilibrio: “Fue lo que el Espíritu divino inspiró admirablemente a Pablo de la Cruz. Mucha soledad, contemplación y mortificación para mantener el fuego sagrado en el alma; pero no demasiada, para no enervar el cuerpo ni sacarle las fuerzas que el apostolado exige: he ahí la solución del problema; he ahí al pasionista, tal cual lo forma su Instituto”.6 La prédica de las Misiones y los ejercicios espirituales se volvieron la meta de la Congregación, todo con mucho énfasis puesto en la sagrada Pasión de Cristo. “Durante 50 años San Pablo de la Cruz consagró su vida a convertir pecadores, a santificar los corazones arrepentidos, a perfeccionar las almas de los justos”.7 Por obediencia al Papa, pide y obtiene su propia cura Consumido por la extrema fatiga y continua penitencia, en 1771 el Padre Pablo de la Cruz fue acometido por una enfermedad que los médicos anunciaron como mortal. Dos de sus religiosos se presentaron entonces al Papa a fin de pedir una bendición especial para el moribundo. Clemente XIV, que medía bien la extensión que esa pérdida representaría para la Iglesia, les mandó decir al enfermo que el Papa le ordenaba, bajo obediencia, que no muriese entonces. Al recibir la orden, Pablo de la Cruz tomó su Crucifijo y, con lágrimas, pidió la vida, para obedecer al Papa. Desde ese instante, comenzó a mejorar hasta quedar completamente sano. Ese mismo año, el santo fundó la rama femenina de los Pasionistas. Gran predicador con fama de santidad, solicitado por todos, desde el Papa hasta el más humilde pescador, aclamado por las multitudes, San Pablo de la Cruz parecía insensible a cualquier pensamiento de vanagloria. Con toda simplicidad declaró a su director espiritual: “Gracias a Dios, jamás un pensamiento de orgullo se aproxima de mí. Yo me sentiría un condenado se me viniese un pensamiento de orgullo”.
Su espíritu de obediencia iba tan lejos, que hizo un voto de obedecer a todo el mundo en aquello que no fuese contrario a la ley de Dios. Su pureza era intachable, y conservó su inocencia bautismal hasta el último suspiro. Un día, no sabiendo que estaba siendo observado, le oyeron decir: “Vos sabéis bien, Señor que con el concurso de vuestra gracia yo jamás ensucié mi alma con una falta deliberada”.8 San Pablo de la Cruz murió en los brazos de su discípulo amado Vicente María Strambi, quien de él había recibido el hábito pasionista. También elevado a la honra de los altares, San Vicente fue el primer biógrafo del gran fundador. Notas.- 1. P. Louis-Thérèse de Jésus Agonisant, Histoire de Saint Paul de la Croix, Librairie H. Oudin, Éditeur, París, 1888, p. 5.
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